Redacción El País
En Uruguay, el fútbol es mucho más que un deporte: es un ritual colectivo que convoca emociones, costumbres y vínculos. Desde el clásico asado con amigos hasta el mate compartido en medio de los nervios por un penal, mirar un partido suele ser una experiencia social. Sin embargo, hay quienes prefieren hacerlo en soledad, buscando concentración o evitando la tensión de los gritos ajenos. ¿Cuál de las dos opciones es mejor?
Ver fútbol en grupo potencia la emoción y refuerza el sentido de pertenencia. Los especialistas señalan que compartir un evento deportivo genera una descarga emocional más intensa: la alegría por un gol o la frustración por una derrota se amplifican en compañía. Esto ocurre porque las neuronas espejo del cerebro sincronizan nuestras reacciones con las de los demás, favoreciendo la empatía y la conexión.
Además, el entusiasmo colectivo estimula la liberación de dopamina y endorfinas, las hormonas del placer, lo que explica por qué una victoria “se disfruta más” cuando se celebra con otros.
Pero mirar un partido solo también tiene sus ventajas. Quienes optan por la tranquilidad del sillón o el auricular puesto suelen buscar una experiencia más introspectiva: prestar atención a la táctica, controlar las emociones o simplemente evitar el estrés del grupo. En contextos de mucha presión —por ejemplo, un partido decisivo del Mundial o un clásico— algunas personas eligen aislarse para reducir la ansiedad y proteger su bienestar emocional.
La elección, en el fondo, depende del tipo de espectador y del momento. Hay quienes se nutren del contagio colectivo y quienes necesitan silencio para disfrutar o procesar el resultado. Lo importante, según la psicología, es reconocer qué ambiente nos hace sentir mejor. Si mirar fútbol con amigos nos carga de energía y alegría, es una excelente forma de fortalecer vínculos. Si, en cambio, preferimos vivir el partido en calma y sin interrupciones, también está bien: disfrutar del fútbol no tiene una sola manera.
En un país donde la pasión por la pelota atraviesa generaciones, mirar un partido puede ser tanto un acto social como un momento de introspección. Lo esencial, dicen los expertos, es que la experiencia —solitaria o compartida— nos permita conectar con lo que más importa: el placer de vivir el fútbol a nuestra manera.