Redacción El País
Cada primer jueves de noviembre, los Estados Miembros de la Unesco conmemoran el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar, incluido el ciberacoso, una fecha que busca concientizar sobre un problema que afecta a millones de niños, niñas y adolescentes en el mundo. Este año, la jornada —que se celebra hoy, 6 de noviembre— lleva el lema de ‘Mente digital: aprender a cuidarse en la era tecnológica’, un llamado a proteger los entornos virtuales donde se desarrolla buena parte de la vida escolar.
De acuerdo a la Unesco, los avances del mundo digital y la inteligencia artificial hacen que los estudiantes estén cada vez más expuestos a nuevas formas de violencia facilitadas por la tecnología. El acoso ya no termina cuando suena el timbre: puede continuar durante las 24 horas del día a través de mensajes, redes sociales o plataformas digitales. La educación, advierte la organización, debe ser la primera línea de defensa: “aulas seguras” también implican pantallas seguras.
Un informe publicado por Unicef en 2021 muestra que la prevalencia del acoso escolar en Uruguay varía entre un 4,5% y un 20%, dependiendo de la investigación. El fenómeno se presenta con mayor frecuencia entre los 13 y 14 años, una etapa clave del desarrollo social y emocional.
El estudio también revela que, cuando los estudiantes se sienten vulnerables, suelen buscar apoyo principalmente entre sus pares. Esto subraya la importancia de fortalecer las redes de confianza y la formación de docentes y familias para detectar e intervenir a tiempo.
El acoso escolar y el ciberacoso
El acoso escolar —también conocido como bullying— es una forma de violencia reiterada entre pares dentro del ámbito educativo. Implica agresiones físicas, verbales o psicológicas que buscan intimidar, humillar o aislar a una persona. Puede manifestarse a través de insultos, burlas, exclusión social, amenazas o difusión de rumores.
El ciberacoso, en cambio, ocurre en el entorno digital: redes sociales, chats, videojuegos o plataformas educativas. Incluye mensajes ofensivos, publicaciones humillantes, suplantación de identidad, difusión de imágenes sin consentimiento o amenazas virtuales. Lo que lo vuelve especialmente dañino es su alcance permanente y masivo: el contenido puede viralizarse y quedar disponible de forma indefinida.
En ambos casos hay signos de alerta que pueden ayudar a intervenir a tiempo, como cambios bruscos en el ánimo o en el rendimiento escolar, evitación de ciertas personas, lugares o actividades, miedo o rechazo repentino a asistir a clases, alteraciones del sueño o apetito, uso excesivo o, por el contrario, rechazo a dispositivos electrónicos y marcas físicas sin explicación o pertenencias dañadas.
Qué hacer ante un caso de acoso
Los especialistas recomiendan escuchar sin juzgar. El primer paso es brindar un espacio seguro donde el niño o adolescente pueda hablar. Luego, registrar lo sucedido. En el caso del ciberacoso, conservar capturas de pantalla o mensajes puede servir como evidencia. El siguiente paso es informar al centro educativo: la institución tiene la obligación de actuar y activar sus protocolos de convivencia.
Otro aspecto clave es no fomentar la venganza —responder con más violencia solo agrava el conflicto— y buscar ayuda profesional para acompañar a las víctimas y también a quienes ejercen la violencia.
En cuanto a la prevención, es importante educar en empatía y respeto desde la infancia. Los expertos recomiendan fomentar la comunicación emocional, es decir, enseñar a expresar el enojo o la frustración sin dañar a otros; criar con el ejemplo (evitar conductas agresivas en casa o en redes); promover la responsabilidad digital y hablar sobre el impacto real de los mensajes y publicaciones; valorar las diferencias como una fuente de aprendizaje, no de burla; y enseñar que callar ante el acoso también lo perpetúa.
El acoso escolar y el ciberacoso no son problemas individuales, sino expresiones sociales que requieren compromiso colectivo. En un mundo cada vez más conectado, el desafío es que la tecnología sea un espacio de encuentro y no de violencia. Aprender a cuidarse y a cuidar a otros es parte esencial de la educación del siglo XXI.
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