Hoy quiero hablarte sobre un tema que observo constantemente en la consulta clínica: la autoexigencia. Esa sensación de que nunca alcanza, de que siempre hay que hacer más, ser más, rendir más. Es un patrón presente en nuestra cultura, que muchas veces aprendemos desde la infancia y que impacta profundamente en nuestra autoestima y en nuestra salud mental.
Algunos pacientes llegan al espacio psicoterapéutico siendo conscientes de que se exigen demasiado y buscan un cambio. Otros no lo reconocen de inmediato, pero tras algunas consultas descubrimos que la autoexigencia está detrás de su insatisfacción, estrés y sensación constante de que algo falta.
“Hacer más” no alcanza
¿Te pasó alguna vez que terminaste un proyecto y, en lugar de sentir orgullo, ya estabas pensando en lo siguiente? Esto es muy común en quienes viven bajo la lupa de la autoexigencia. Incluso cuando el resultado no es perfecto, nuestra mente sigue funcionando en piloto automático, centrada únicamente en el número, la nota o la evaluación de desempeño.
El proceso, el esfuerzo y los logros quedan invisibilizados. Y lo peor: cuando logramos algo, no nos damos tiempo para disfrutarlo ni para reconocer el propio mérito. Esta tendencia genera frustración, ansiedad y una sensación permanente de insatisfacción.
Pensamientos
El psicólogo cognitivo-conductual Albert Ellis identificó ideas irracionales frecuentes en la población. Dos de ellas están directamente vinculadas a la autoexigencia: para ser valioso, uno debe ser competente en todo y capaz de lograr cualquier cosa; y existe una solución perfecta para cada problema, y si no se encuentra, sobreviene la catástrofe.
Estas creencias generan frustración y miedo a fallar. La perfección se convierte en un estándar imposible y, cuando no se alcanza, nuestra voz interior nos castiga: “Lo hiciste mal, podrías haberlo hecho mejor, no sirves para esto”.
Reconocer tus motivos
Es importante preguntarse: ¿mi autoexigencia responde a lo que yo realmente quiero o a lo que creo que otros esperan de mí? Esto tiene que ver en numerosos casos con un estilo de crianza, de parentalidad. Muchas veces, trabajamos para obtener reconocimiento de alguien que valoramos, y no para cumplir nuestras propias metas. Esto nos lleva a un ciclo de insatisfacción constante y a sentir que, aunque hagamos mucho, nunca es suficiente.
Si te identificas con esto, primero respira profundo y reconoce que el camino de la autoexigencia no es el camino hacia el bienestar. No conduce a más logros, creatividad o motivación; más bien genera estrés, ansiedad y desmotivación.
Si no trabajamos este aspecto, es probable que de adultos repitamos patrones, fundamentalmente en la vida académica, profesional y laboral. Trabajar la voz interna es un aliado, no un enemigo. Debemos aceptar que somos humanos y como tales aprendemos del error; hay que capitalizar los fracasos como una oportunidad de mejora, de cambio.
Entrenar tu mente
Una estrategia práctica es revisar tu desempeño desde la perspectiva de tu esfuerzo. Preguntarte: “¿Hice todo lo posible? ¿Di mi 100%?”. Si la respuesta es sí, es momento de frenar esa voz crítica y reemplazarla por un pensamiento más realista: “Hice lo máximo que podía”.
También es fundamental dejar de compararte con otros. Observar tu progreso personal, desde dónde partiste hasta dónde estás hoy, te permite valorar tu propio esfuerzo y tus fortalezas, sin caer en la sensación de inferioridad que surge al medirte con alguien más.
Disfrutar del proceso
Disfrutar de cada paso, de cada decisión, de cada acción, es clave para romper con la autoexigencia. Esto significa alejarse de los resultados cuantitativos, de los números y de la creencia de que nuestro valor depende de lo que logramos. Aprender a disfrutar del proceso transforma la manera en que nos sentimos y nos relacionamos con nuestras metas.
Incluso pequeños logros cotidianos merecen reconocimiento. Terminaste una reunión importante, resolviste un conflicto laboral, lograste estudiar un tema que te costaba: date el tiempo de aplaudirte. Estos momentos suman mucho más de lo que imaginamos y nos conectan con nuestro valor real, que es enorme y muchas veces invisibilizado por nuestra mente crítica.
No perfección
No existen soluciones perfectas ni personas perfectas. Cada situación tiene un contexto y cada decisión una mejor opción, pero nunca una única opción correcta. Alejarse de la perfección y aceptar que los errores forman parte del aprendizaje nos libera y nos permite avanzar con mayor ligereza.
Cuando dejamos de castigarnos y comenzamos a valorar nuestro esfuerzo, cultivamos motivación, creatividad y bienestar. Cada paso que damos, cada acción consciente, se convierte en una oportunidad para crecer y disfrutar de lo que hacemos, sin depender de un resultado ideal.
Un buen ejercicio es preguntarte cuánto le exigirías a tu mejor amigo, cuanto lo castigarías ante un error o ante aquello que no salió como esperabas; así es como debés tratarte a ti mismo.
Valor
Es momento de integrar estas reflexiones en tu vida cotidiana: tu valor no está ligado a tus resultados, tus notas o tu desempeño laboral. Tu valor es grande, inmenso, y merece ser reconocido y celebrado. Aprender a visualizarlo y disfrutarlo es un paso fundamental para cultivar una vida más plena, equilibrada y consciente.
-
‘Decido quererme’, el nuevo libro de Sabina Alcarraz: una guía definitiva para reforzar nuestro amor propio
Claves para mejorar el autoestima y fortalecer el amor propio: "Las respuestas están dentro de uno"
Autoestima bajo control: El poder de los pensamientos para sentirte bien, cómo trabaja la psicoestética
Seis consejos para identificar sus emociones y mejorar la autoestima