Redacción El País
En Uruguay existe una curiosa paradoja: mientras que sentimos un fuerte orgullo por nuestro país, la autoestima individual suele ser más baja. La psicóloga Valeria Francia, especialista en terapia cognitivo-conductual, neuropsicología y mindfulness, explica que este fenómeno tiene raíces culturales, sociales y neuropsicológicas.
Según estudios, la autoestima colectiva activa circuitos de recompensa en el cerebro —como el estriado ventral y la corteza prefrontal medial—, generando orgullo y bienestar social. Esto ayuda a entender por qué los uruguayos nos sentimos orgullosos de la historia democrática, las selecciones deportivas y la identidad nacional.
Por su parte, la autoestima individual depende de la comparación social y de la percepción de competencia personal. En Uruguay, factores culturales como la tendencia a la humildad y la autocrítica pueden hacer que las personas minimicen sus logros, lo que reduce su valoración personal.
Desde la psicología social, Uruguay se clasifica como un país con alto colectivismo, donde la identidad personal está muy ligada a la comunidad y la nación. Esto contrasta con sociedades más individualistas, como Estados Unidos, donde la autoestima se construye en torno a los logros propios. Este marco cultural explica en parte por qué el orgullo nacional es elevado, mientras que la valoración individual puede ser más baja, explica Francia.
Neurocientíficamente, la autoestima se regula mediante la interacción de la corteza prefrontal, el sistema límbico y estructuras como la amígdala y el hipocampo. Las personas con alta autoestima muestran mayor conectividad en la corteza prefrontal medial, clave para la autoevaluación y la regulación emocional. Por el contrario, la autocrítica excesiva aumenta la activación de la amígdala, generando estrés y ansiedad, un patrón que puede verse reforzado por la cultura uruguaya de minimizar logros individuales.
Tener una autoestima colectiva alta, pero una individual baja genera un efecto mixto: por un lado, el sentido de pertenencia fortalece la resiliencia y el bienestar emocional; por otro, la inseguridad y la falta de confianza personal pueden limitar el desarrollo individual, la innovación y la capacidad de destacarse en ámbitos personales o profesionales.
Francia sugiere que es posible fortalecer la autoestima individual sin perder la colectiva. Algunas estrategias incluyen:
- Educación emocional y autoconocimiento, fomentando la reflexión sobre la propia valía.
- Cultura del reconocimiento, valorando el esfuerzo personal sin interpretarlo como arrogancia.
- Reducir la autocrítica, promoviendo la autocompasión como herramienta de autoestima saludable.
- Mindfulness y meditación, prácticas que mejoran la conectividad cerebral asociada con la regulación emocional y la autoevaluación.
Comprender este fenómeno permite diseñar políticas educativas y sociales que fomenten una autoestima más integral. Al fin y al cabo —según Francia—, cuando nos valoramos como personas, también fortalecemos lo que podemos aportar al colectivo. Equilibrar la autovaloración individual con el orgullo nacional no solo mejora el bienestar psicológico, sino que también potencia la capacidad de cada ciudadano para generar un impacto positivo en su comunidad.
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