Redacción El País
La crianza suele venir acompañada de culpas, dudas y un cansancio que deja poco margen para evaluar si lo estamos haciendo bien. En ese contexto, una reflexión del neuropsicólogo Álvaro Bilbao empezó a circular con fuerza en redes y se transformó en un alivio para muchas familias: a pesar de las inseguridades y las jornadas intensas, la mayoría de los padres y madres lo hace mejor de lo que cree. En un video que se volvió viral, el especialista resume cuatro señales cotidianas que funcionan como termómetro emocional dentro de casa.
Pedir disculpas y reparar: una lección que deja huella
Uno de los primeros puntos que Bilbao destaca gira en torno a la humildad y la capacidad de reparar. Al preguntarse “¿pides perdón cuando te equivocás?”, el neuropsicólogo recuerda que asumir errores, lejos de restar autoridad, derriba la idea de que los adultos nunca fallan. Reconocer un error frente a los hijos es, para él, un acto profundamente pedagógico: enseña que nadie es perfecto y que equivocarse no define a la persona. Esto tiene un impacto directo en la autoestima infantil, mucho mayor que cualquier gesto de orgullo o infalibilidad.
La capacidad de los adultos para disculparse también modela cómo los niños enfrentan el conflicto y cómo gestionan la frustración. En hogares donde pedir perdón es parte del día a día, la reparación se vuelve un lenguaje compartido.
Saber soltar los enojos: el vínculo por encima del conflicto
Bilbao también subraya la importancia de no arrastrar los enojos de un día para el otro. Para el especialista, cuando una familia logra “no llevar los enfados de un día para otro”, se instala un mensaje de estabilidad emocional muy profundo. Los niños aprenden que la relación afectiva no se quiebra por un mal rato ni por una discusión puntual.
Este “borrón y cuenta nueva” favorece un clima de seguridad emocional: habilita a los hijos a equivocarse sin miedo y a volver a acercarse sin sentir que una pelea deja una marca permanente. En una cultura donde a veces se estira demasiado la tensión, este gesto cotidiano puede ser transformador.
Ser un refugio: cuando buscan a los padres en los momentos difíciles
Otra señal de que la crianza va por buen camino es que los hijos busquen a sus padres cuando están angustiados o enfrentan un problema. “Tus hijos acuden a ti cuando están disgustados”, señala Bilbao, aunque aclara que esto puede variar según la personalidad de cada uno.
Que un niño recurra a sus padres en momentos críticos es un indicador directo de confianza. Significa que encuentran en su hogar un espacio seguro para volver cuando el mundo exterior se vuelve más áspero. No siempre sucede de forma visible —especialmente en adolescentes—, pero cuando aparece, es una señal de que el vínculo está bien cimentado.
El lenguaje del afecto: juego, tiempo y escucha
La última clave que expone el neuropsicólogo tiene que ver con el modo en que los adultos expresan el cariño. No alcanza con sentirlo: los niños necesitan que se traduzca en un lenguaje accesible para ellos. Bilbao menciona dos caminos simples y poderosos: jugar y escuchar. Cuando un adulto se sienta a compartir un juego, o presta atención con calidez a lo que su hijo cuenta, transmite un mensaje esencial: “sos importante para mí”.
Estos momentos de presencia genuina construyen un sentido de valor personal muy profundo. A través del juego o de la escucha activa, los niños incorporan la idea de que su voz importa, que sus emociones son atendidas y que tienen un lugar desde el que pueden crecer con seguridad.
En base a El Tiempo/GDA
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