Redacción El País
Cada vez más familias consultan preocupadas porque sus hijos duermen mal o descansan poco. En la mayoría de los casos, no se trata de una enfermedad, sino de hábitos inadecuados que alteran el sueño infantil. Y muchas veces esos hábitos empiezan por los adultos.
Dormir menos de lo necesario tiene consecuencias tanto físicas como emocionales. Los niños pueden mostrar cansancio, irritabilidad, falta de concentración y bajo rendimiento escolar. A largo plazo, el déficit de sueño puede incluso afectar el sistema inmunológico y aumentar el riesgo de enfermedades.
La primera duda que surge es cuánto deben dormir los niños. En términos generales, se aconseja entre 9 y 12 horas por noche, y nunca menos de 7 u 8. Con el paso de los años, las necesidades de sueño disminuyen de manera gradual.
Hay tres hábitos frecuentes que perjudican el descanso infantil:
- Horarios irregulares que alteran el reloj biológico.
- Exceso de azúcares antes de dormir.
- Uso de pantallas desde edades muy tempranas.
Los especialistas advierten que el uso de dispositivos electrónicos es una de las principales causas del mal descanso actual. Hoy, los niños tienen entretenimiento disponible las 24 horas del día. Antes, a las diez de la noche ya no había dibujos animados; ahora pueden mirar videos o series a cualquier hora, expuestos a la luz azul que interfiere con el sueño.
Para ayudarlos a dormir mejor, la clave está en crear rutinas predecibles y consistentes, tanto durante el día como antes de acostarse. Establecer horarios fijos para dormir, reducir el uso de pantallas en las horas previas y evitar alimentos estimulantes son pasos simples que pueden marcar una gran diferencia.
El ritmo de vida acelerado y la conexión constante también alcanzan a los más chicos. Por eso, los especialistas insisten en volver a lo básico: menos pantallas, más hábitos saludables y horarios estables. Dormir bien no es solo una necesidad biológica; es una herramienta fundamental para el crecimiento y el bienestar infantil.
En base a El Tiempo/GDA