Redacción El País
El debate sobre qué significa dormir bien se intensifica cada vez más. En una era marcada por la obsesión por medir cada rutina, el neurólogo Conrado Estol advierte que algunos indicadores que se celebran como virtudes —como caer rendido apenas se apaga la luz— en realidad podrían revelar lo contrario: un cuerpo exhausto y un déficit acumulado de sueño.
Estol, que ha analizado durante años las dificultades de cientos de personas para descansar, sostiene que conciliar el sueño en menos de cinco minutos no es sinónimo de eficiencia, sino un posible síntoma de privación crónica. Según explica, lo habitual es que el proceso tome entre 10 y 15 minutos, aunque casi el 40% de la población duerme menos de lo necesario.
La creciente presión por optimizar el descanso dio lugar a la llamada ortosomnia, un tipo de insomnio provocado por el exceso de control sobre las rutinas nocturnas, especialmente entre quienes siguen al pie de la letra los indicadores de sus dispositivos electrónicos.
El neurólogo recuerda que el sueño se organiza en ciclos formados por etapas livianas, sueño profundo y fase REM, que se repiten entre cuatro y cinco veces por noche. Durante las primeras, bajan el pulso, la respiración y la temperatura corporal. En las fases profundas se libera hormona del crecimiento para reparar tejidos y en la etapa REM se consolidan recuerdos y se procesan emociones.
Estudios recientes citados por Estol muestran que, en adultos mayores, una reducción del sueño REM o tardar demasiado en alcanzarlo puede anticipar un mayor riesgo de demencia. Algo similar se observó en el extenso estudio del UK Biobank, realizado a más de 500.000 personas: dormir menos de seis horas o más de nueve se asocia a mayor mortalidad, obesidad, diabetes tipo II, enfermedades cardiovasculares y deterioro cognitivo. La duración óptima: siete horas.
El especialista señala que un buen descanso influye en el apetito, la inmunidad y la salud cerebral. También recuerda que, con el paso de los años, el sueño profundo disminuye y favorece la acumulación de proteínas como la beta-amiloide, vinculada al Alzheimer. A esto se suma la importancia del sistema glinfático, encargado de “limpiar” desechos del cerebro durante la noche; cuando el descanso es insuficiente, su eficacia cae.
Factores como el estrés, la cafeína, el alcohol y las comidas pesadas pueden alterar este equilibrio. Y entre los trastornos que más afectan la calidad del sueño, Estol destaca la apnea, que aumenta el riesgo cardiovascular y suele mejorar con dispositivos CPAP.
El insomnio, aclara, no se define solo por la dificultad para dormir, sino por la somnolencia diurna que afecta la rutina. Puede aparecer tras eventos emocionales, como un duelo, o asociarse a enfermedades neurológicas, trastornos tiroideos y desequilibrios nutricionales.
Respecto a la siesta, Estol recomienda las de menos de 30 minutos, dos veces por semana, ya que se vinculan con menor riesgo cardiovascular. Dormir más de una hora, en cambio, puede interferir con el descanso nocturno porque la persona llega a entrar en sueño profundo. El cuerpo, además, tiene picos naturales de somnolencia alrededor de las 14:00 y de las 2:00.
En base a El Tiempo/GDA