Publicidad

Presupuesto, absurdo total

Compartir esta noticia

Tiempos de Presupuesto otra vez: paros, huelgas, ocupaciones, reclamos, discursos ….¿Y la gente? Mira eso con resignación y hastío. No entiende. La información que recibe es bochinchera y confusa. No da para entender. El ciudadano desenchufa. Si profundizara en lo que sucede, su resignación pesimista se tornaría en alarma y desesperación.

Tiempos de Presupuesto otra vez: paros, huelgas, ocupaciones, reclamos, discursos ….¿Y la gente? Mira eso con resignación y hastío. No entiende. La información que recibe es bochinchera y confusa. No da para entender. El ciudadano desenchufa. Si profundizara en lo que sucede, su resignación pesimista se tornaría en alarma y desesperación.

Porque el Presupuesto Nacional es un absurdo total. Sólo que no inocuo. Tanto lo que discurre dentro del gobierno como fuera de él, es un melodrama en varios escenarios.

En el mundo real, un presupuesto es un ejercicio teórico-práctico, para poder encarar racionalmente una realidad, estableciendo metas en función de posibilidades reales y ordenando prioridades y esfuerzos. Lo hace quien tiene a la vez la responsabilidad de hacer (metas) y de conseguir los recursos (posibilidades reales). Es un ejercicio racional. Podrá tener errores, pero dentro de un marco lógico. No ocurre eso con nuestro Presupuesto que es un aquelarre. En su primer etapa, meten cuchara cientos de personas, a nivel de la administración (central y descentralizada), que no tienen la responsabilidad de estimar con qué recursos se puede contar. Tampoco tienen, ni la preocupación, ni la capacidad, ni los medios, para hacer esa estimación. Su foco está exclusivamente en el gasto: primero, cuánto no tengo más remedio que gastar y, encima de eso, cuánto más me gustaría gastar (suelen llamarlo “invertir”), para satisfacer mis aspiraciones. Paralelamente, hay otros (pocos) cuyo foco está en analizar la realidad en términos de recursos disponibles.

Los primeros viven en función de sus compromisos y sus proyectos (o sea, los compromisos heredados y los asumidos). Los segundos, en función de las realidades económicas (heredadas y asumidas).

Así discurren los primeros actos dentro de la administración, en un esquema muy sencillo: todos contra Economía y OPP. Rápidamente, el melodrama supera los ensayos a puertas cerradas y así se abre el siguiente acto, protagonizado por cuanto grupo de interés se siente afectado por el Presupuesto. Este acto es más prolongado y, sobre todo, molto vivace, con diluvio de reclamos, argumentos, acusaciones, bochinche, presiones, amenazas, y demás.

Para septiembre el sarao se desplaza a otro tablado: el Parlamento.

Ahí confluyen todos: los que públicamente apoyan al gobierno (porque políticamente no tienen más remedio), pero que por debajo de la mesa explican a los legisladores que no pueden vivir con lo que les deja Economía, y todo el resto (Poder Judicial, Anep … etc.), que simplemente tendrán que cerrar si no les dan lo que piden…etc. A ellos se suman todos los grupos de interés existentes. Que cada día son más, porque la experiencia demuestra que el pataleo rinde. Adentro del Palacio se monta un tinglado siguiendo criterios y libretos de otra época, cuyo objetivo teórico sólo toca la realidad esporádicamente. Comisiones multitudinarias, delegaciones de todo tipo, pelo y color, públicas, privadas, mixtas y extraterrestres. Toneladas de papel que ya ni los funcionarios leen y en medio de todo eso, un puñado de legisladores que - con honrosas excepciones - tratan de llevar agua para sus molinos. Toda esta exuberancia ahoga cualquier posibilidad de armar algo sensato, que compatibilice sueños con realidades y que ayude a que el país pueda avanzar racionalmente. El constituyente - hace de esto muchos años - imaginando racionalmente, armó una estructura teórica que históricamente, daba al Parlamento la última palabra en materia económica. Fiel a sus antecedentes como paladín del sujeto frente al poder. Con el tiempo, a medida que fue haciéndose patente su cambio de bando, de controlador a gastador demagógico, sucesivos constitucionalistas procuraron dar marcha atrás, devolviendo al Ejecutivo lo que, desde la Carta Magna, se le venía quitando. Pero ni eso alcanza. El tamaño del Estado es tan grande, afecta a tanta gente y enmascara tanta incapacidad, que no es suficiente poner el sistema liberal cabeza abajo, dando al Ejecutivo lo que se le quiso sacar.

Un esquema que toca con distintos tentáculos, a toda la sociedad - por activa o por pasiva - y que se arma en un aquelarre de intereses y presiones, es imposible que funcione razonablemente. Lo perverso del asunto está en que la gente no percibirá el absurdo del sistema: le echará las culpas a algunos de sus protagonistas.

Al no haber alicientes para ajustar metas a realidades y, mucho menos para ahorrar y al facilitarse el ocultamiento de los responsables en el bosque de cientos de artículos, muchos de ellos redactados exprofeso de forma incomprensible, es ilusorio pensar que el Estado alguna vez se ajustará, tanto en su tamaño como en su performance. El pato será siempre creciente, pesado e ineficiente.

¿Qué se puede hacer? No demasiado: hay impedimentos, culturales y constitucionales para una reforma de fondo. Pero algo se puede. De hecho, ya se intentó con ciertos proyectos de Ley presentadas hace años, que acotan el absurdo.

Los presentaré de nuevo, a senadores conocidos (es tarde para hacerlo en la Cámara) y a los presidentes de las principales gremiales. En definitiva, son sus representados los que soportan los perjuicios del absurdo.

Las normas prohiben votar gastos a cuenta de Rentas Generales, o subsidios encubiertos, (arts. 1 y 2). Junto con al Presupuesto el Ejecutivo presentará al Parlamento un comparativo de ingresos y egresos de cada presupuesto (nacional y entidades del 220), con los del período anterior y sus volúmenes en términos de PBI y éste no votará presupuestos que superen, a valores constantes: a) Los presupuestos anteriores y/o el porcentaje sobre el producto (art.3)

Podrá exceptuarse de lo anterior, a iniciativa privativa del Ejecutivo, fundada en “circunstancias adversas extremas y temporarias”. En tal caso, se puede aumentar el déficit, pero acotado a los tres primeros años del mandato. Antes del cuarto, el Ejecutivo debe enviar un proyecto reduciendo el déficit, sea por recortes de gastos o creando impuestos. (art. 4.)

Con estas normas, la debilidad congénita de nuestros parlamentarios y su inclinación a la solidaridad con plata ajena, se acotarían sustancialmente. Por qué no probar?

SEGUIR
Ignacio De Posadas

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad