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Todos somos sirios

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Más vale que Kusturica se apure a terminar su pelícu-la sobre Mu-jica. Las noticias de los úl-timos meses vienen desmontando todos y cada uno de los mitos y fábulas que nos habían hecho creer. Que su presidencia había sido una revolución en el país.

El renacimiento de los ferrocarriles, el puerto de aguas profundas, la reforma en la educación, la venta estatal de marihuana, etc., etc., etc. Solo falta que el mundo sepa que el paladín ecologista de la Cumbre de Río quería desarmar la dirección de Medio Ambiente para que no le complicara las inversiones, y estamos listos.

Pero la noticia bomba de esta semana ha sido la cereza de la torta. Las familias sirias que trajimos a vivir al paraíso solidario del "Pepe", se quieren ir para Líbano. O sea, que prefieren regresar a un campo de refugiados, a vivir hacinados en carpas, entregados a la caridad de los organismos internacionales, o incluso arriesgar su vida tirándose al mar, con tal de escapar de las condiciones en las que viven entre nosotros.

Las declaraciones de estas familias, que acampan bajo el frío invernal montevideano en Plaza Independencia, son duras, pero podrían ser firmadas por casi todos los uruguayos. Se trata este de un país caro, inseguro, donde no ven futuro para sus hijos, ya que haciendo esfuerzos sobrehumanos, apenas logran ingresos de 12 mil pesos por mes que no alcanzan ni para la comida diaria de una familia numerosa. "Queremos volver, no queremos estar acá. Soy sirio. Soy de Alepo. Soy de la misma tierra que el niño ahogado Aylan. Sé lo que está pasando. Pero igual queremos volver. Es muy caro este país", relató uno de los refugiados. "En Uruguay la gente tiene hambre. ¿Y nos traen a nosotros acá? A mí mujer la robaron dos veces, y le pegaron. A otra de las mujeres también le robaron y le pegaron. Así no se puede vivir", agregó.

Las palabras de estos refugiados son un golpe al corazón del mito de país maravilloso que se ha venido construyendo en estos últimos años. Un cuento que implicaba que la era progresista iniciada con la llegada del Frente Amplio al poder nos había puesto en la puerta del desarrollo. Y que cualquiera que osara cuestionar algún detalle de esto era un neoliberal, traidor a la patria.

Basta ver lo que padeció el comunicador Orlando Petinatti, quien por decir que la inseguridad en Uruguay ya es insoportable, recibió una andanada de agravios, entre los que destacaba el del dirigente de la colectividad judía, Ernesto Kreimerman, quien pintó un país de sueños y volvió a cargar con la vieja mentira de que antes del FA, aquí los niños comían pasto.

Pero volvamos al eje del problema, la situación de los refugiados sirios, y su demanda de que les permitan regresar al lugar de donde vinieron. Esta situación deja en evidencia lo que siempre se tuvo claro por la gente que analizó el tema con un mínimo de cerebro y sangre fría: que toda la operación de su llegada, montada en pleno furor de la supuesta candidatura al Nobel de Mujica, fue una chapucería, improvisada, sin ninguna planificación ni estudio serio detrás. Como lo de Guantánamo, como casi todo lo hecho en el gobierno anterior.

Hay que recordar también que se hizo en plena campaña electoral, que todos los ministros y jerarcas del gobierno hacían cola para sacarse fotos con los refugiados (cosa radicalmente en contra de lo que sugiere la ONU), y que incluso el MPP hizo pósteres con una gigantografía de los niños sirios, para promocionar el hecho como un gran logro de su sector político. ¿Dónde están ahora estas luminarias? Algunos sabemos que se encuentran en Washington, cosechando en dólares imperiales las mieles de sus esfuerzos de figuración. Pero los otros bien podrían darse una vuelta por la Plaza Independencia a hacerse responsables de este papelón mundial.

Cosa que de seguro no ha hecho el gran inventor de todo esto, el expresidente Mujica, quien rompió semanas de un milagroso silencio (que ha coincidido con el arribo al país de Amodio Pérez), para explicar que todo se hizo bien, y que se trata de un problema de adaptación cultural.

Difícil aceptar un nivel tan elevado de hipocresía y soberbia. Hablamos de gente que se está tirando al mar de a miles, arriesgando la vida de hijos y esposas, pagando lo que no tienen a traficantes de humanos con tal de escapar de aquel infierno, pero que según Mujica acá no se sentirían bien porque no entienden el idioma. ¿Será eso? ¿O será que se los trajo sin un trabajo de planificación serio y responsable? ¿No corresponde un mínimo de autocrítica al expresidente? Kusturica... ¡apúrese!

Editorial

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