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El calvario alrededor de Cufré

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Las obras buscan terminar con inundaciones en varios barrios de la ciudad. Foto: G. Pérez
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Los comerciantes denuncian gran caída de ventas y algunos pensaron bajar las cortinas.

Residir en la calle Cufré entre Garibaldi e Isla de Gorriti cada día resulta más pesadillesco. Taladros, excavadoras y camiones siguen afectando la circulación, salubridad y vida emocional de vecinos y comerciantes.

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Algunos de éstos dijeron a El País que esperaban el fin de las obras para este mes de abril pero ahora saben que el nuevo plazo se extenderá hasta agosto por lo menos.

No hay mayor discusión acerca del trabajo de saneamiento que implicará mejoras del sistema de drenaje para mitigar inundaciones. Sin embargo la irritación nace de la cantidad de postergaciones, marchas y contramarchas, falta de comunicación e inspecciones en las viviendas en donde las vibraciones están a la orden del día, así como también debido a la superación del plazo original previsto para terminar los trabajos, en apenas una cuadra de extensión.

Hay comerciantes que agregan a los reclamos comunes, los propios, es decir: la caída de ingresos por venta de productos o servicios.

Ni unos ni otros reciben exoneraciones tributarias o algún beneficio en razón de las molestias a sobrellevar. Salvo el pago del alquiler de estacionamientos para guardar los vehículos particulares o la posibilidad de usar unas precarias cocheras, montadas con palos y chapas sobre la vereda de la esquina con Isla Gorriti.

Quejas.

Habitantes de una propiedad horizontal de cara a la calle Cufré, que allí viven hace treinta años, declararon a El País que, en noviembre de 2014, tuvieron una reunión con concejales y funcionarios de la Intendencia de Montevideo en la cual se les comunicó que habría encuentros cada 15 días. En cambio, nunca más hasta el presente hubo una citación para volver a reunirse.

"Es tanta la mugre que el polvo se filtra por todos los equipos electrodomésticos, auque tengamos las ventanas cerradas. Todo queda con una capa gris amarronada. Y el otro tema es lo que respiramos. Va a haber que gastar en purificadores de aire", señaló una mujer que prefirió no ser identificada, porque según ella, en el barrio hay "una manga de adulones", que no emite quejas.

"Nos enviaron una circular anunciando que las obras culminarían este mes pero continúan. Y hay que seguir pagando contribución, saneamiento, tributos como el de alcantarillado o el de alumbrado público, que es un desastre. A una señora que vive hacia Isla de Gorriti se le está bajando la casa. Tuvo que cortar la puerta, abajo, para poder cerrarla. A mi casa entraron dos arquitectos de la Intendencia, dos más de la empresa española que empezó la obra y se fue, dos ingenieros, y yo qué sé. Ellos pidieron el ingreso, supongo que para ver si se quebraba el edificio. Pero eso fue antes de empezar la obra. Después, nunca más".

Una farmacia que casi quedó sitiada debido a los cortes de tránsito exigidos por el despliegue de maquinaria, una ferretería, una inmobiliaria, una fábrica de extractores o un negocio automotriz que subsiste solo gracias a tener vendedores de filtros fuera del local, son algunos de los damnificados. Hay quienes han llegado a pensar en el cierre de los comercios. Y esa realidad emerge replicada en otra zona próxima que parece de posguerra, entre las calles Rivadavia, Constitución y Arenal Grande, según los planos: el barrio Krüger, aunque algunos dicen que están en La Figurita.

Casi en quiebra.

"Pago alquiler, luz comercial, y ahora estoy atrasada con el BPS y la DGI porque no vendo nada. Voy a tener que sacar un préstamo. Me vine abajo, y no hay modo de remar. Logré que me hicieran un puentecito en la entrada pero igual nada cambió mucho", dijo a El País Ana Duffau, quien desde hace 3 años está al frente del salón A&C, muy concurrido por vecinos, estudiantes de la UTU y también empleados de la cercana fábrica de galletitas Anselmi.

"El que tiene media hora para comprar algo para comer o tomar pierde tiempo si quiere llegar acá. Incluso la venta del juego cayó muchísimo. La gente del barrio da toda la vuelta manzana, está muy enredado, y con la lluvia peor. Hay un carpintero al que se le complica recibir la madera, y me grita de lejos si tengo leche, por la vuelta tan grande que debe dar. La gente dice que le gusta venir, porque se arman tertulias, y hasta los niños llegan a preguntar para hacer los deberes. Pero ahora...", relató Duffau.

Un capítulo aparte es la polución sonora, que no solo interfiere en las conversaciones sino que altera la convivencia cotidiana más elemental.

"El ruido que estamos soportando cambia el carácter de la gente, afecta hasta la paciencia y el sentido del humor. Esto se va a seguir estirando más allá de agosto, por lluvias, o paros. Desde octubre estamos así en esta última etapa en que volvieron las máquinas.", se lamenta Duffau.

Las obras buscan terminar con inundaciones en varios barrios de la ciudad. Foto: G. Pérez
Las obras buscan terminar con inundaciones en varios barrios de la ciudad. Foto: G. Pérez

Perforaciones superan plazos.

El contrato de obra se había firmado en enero de 2014, pero los trabajos comenzaron en mayo de ese año. Después de la licencia de la Construcción de enero de 2015, surgió un contratiempo mayúsculo. La empresa española Isolux, ganadora de la licitación, no cumplió lo pactado y abandonó el emprendimiento a medio hacer. En junio de 2015, la Intendencia de Montevideo resolvió adjudicar a una empresa uruguaya los trabajos complementarios, que estaba previsto comenzaran en agosto del año pasado. Según las autoridades, la urgencia de retomar la obra del Tanque Cufré se debía "a su ubicación en plena vía pública" y "en plena trama urbana consolidada". Pero además "por el clima de malestar entre los vecinos" ante la "prolongación temporal más allá de lo previsto". Y por los perjuicios ocasionados al gobierno nacional, a la propia Intendencia y a los ciudadanos de Montevideo en general.

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Las obras buscan terminar con inundaciones en varios barrios de la ciudad. Foto: G. Pérez

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