IGNACIO ALCURI
La noche del lunes me encontró en pleno 18 de Julio, mamado hasta las patas y abrazándome con un montón de personas que nunca había visto. Y bueno, son acontecimientos que se dan una vez en la vida.
Que conste que yo no miro ShowMatch. No por ser uno de esos cerebrillos que en sus tarjetas personales, abajo del teléfono, ponen "no tengo televisor". La realidad es que el programa es tan largo que ocuparía el total de mi consumo recomendado de TV. Como el slogan de Zapping pero al revés: no estoy viendo un programa, me estoy perdiendo todos.
Pero la causa de los pueblos no admite la menor demora, y el final de bandera verde entre la oriental y el caballo del comisario (que baila como uno) mereció mi atención. La mía y la de los miles de compatriotas que siguen semana a semana su cruzada libertadora en la vecina orilla.
Le tenía fe. Tanta, que prendí la mecha de la primera cañita voladora un segundo antes de que el comisario revelara el resultado de la votación telefónica. Diez segundos después, el cielo montevideano se iluminaba con los fuegos de artificio de otros uruguayos, no tan apurados como yo.
La caravana comenzó a formarse un ratito después. Yo me limité a salir a la vereda con el bombo legüero y mi casaquilla celeste, a esperar que me dieran un aventón.
Uno de los vehículos se detuvo, comprobé que el conductor no iba alcoholizado -porque soy fanático pero no estúpido- y arrancamos para el Centro.
Era una fiesta. Reíte del Día de San Patricio.
Se respiraba alegría, como en las calles de París cuando se liberó de la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Esa noche todos fuimos Aliados en el baile, y el jurado de Bailando por un Sueño representó a las potencias del Eje.
Me gustaría aclarar, porque sé que hay gente reclamando que el 8 de septiembre sea declarado feriado nacional, que lo encuentro un pelín exagerado. No creo que haya que poner la victoria del lunes entre las fechas más importantes de la historia de la Patria.
Eso lo reservo para cuando gane la final.
Así, las generaciones futuras no tendrán la necesidad de abrir los libros de texto para saber qué día Uruguay pasó a la historia; bastará con buscar el número rojo en el almanaque.
Y si por esas casualidades -Dios no lo permita- llega a perder en la final, el Parlamento debería tener el tino de designar el día de la semifinal como feriado laborable. Si hasta se cae de maduro que a septiembre le está haciendo falta alguna fecha para el recuerdo.
En 18 de Julio no hubo incidentes. Nadie se tomó a golpes de puño ni arrojó proyectiles contra alguna hamburguesería. Todos coreábamos el nombre de la embajadora del triunfo y hasta repasábamos algunos de sus más osados pasos de baile.
Lo más lindo fue encontrarme con gente que sólo veo en esa clase de festejos multitudinarios. La última vez había sido cuando salimos de ver los paisajes uruguayos en la versión cinematográfica de Vicio en Miami.
Esto que cuento se prolongó hasta las tres, cuatro de la mañana. Juro que ninguno de los presentes queríamos irnos, pero al otro día teníamos que trabajar.
Costó levantarse. Por suerte casi todos mis compañeros de trabajo estaban en el mismo estado de destrucción que yo. Entre zombis no nos vamos a robar los cerebros. Así que comentamos una y mil veces lo que había ocurrido, y después subimos las fotos de la celebración a nuestros facebooks.