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Hijas, hermanas y esposas

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Soledad Platero

NO ES EXTRAÑO que En familia y Barranca abajo (ambas de 1905) sean las piezas más recordadas de Florencio Sánchez, y las que Capítulo Oriental escogió, en 1968, para que integraran su Biblioteca uruguaya fundamental. Son obras que han resistido el paso del tiempo -hasta donde es posible- y que ofrecen al público contemporáneo algo más que viñetas pintorescas y parlamentos de espesa retórica.

Pero toda la obra de Sánchez fue, en su momento, revolucionaria. En el casi desierto espacio de la producción dramática rioplatense del 900, abandonada durante años a la repetición de escenas del teatro criollo, la vitalidad de la obra de Sánchez, su audacia para presentar temas y personajes contemporáneos, el desenfado para usar el lenguaje corriente, y la rotunda adhesión a una estética comprometida con la cuestión social le aseguraron un éxito vertiginoso. Un éxito que le permitió vivir del teatro, aunque la leyenda prefiera recordarlo como al pobre hombre que murió en la miseria de una cama de hospital en Italia, sin haber llegado a tocar el sueño de la gloria europea.

DRAMAS DE ENTRECASA. Escritas el mismo año, En familia y Barranca abajo forman parte de agrupamientos distintos en la clasificación propuesta por Dardo Cúneo: la primera integra el corpus de dramas ciudadanos, mientras que Barranca… es una tragedia de corte rural. Pero la notoriedad de las diferencias de escenario y lugar social de los personajes hace que pasen desapercibidas las marcas comunes a ambas piezas. Marcas que suelen ser pasadas por alto -tanta es su obviedad- y que merecerían más detenimiento.

En familia reconstruye la decadencia de una familia burguesa de principios del siglo XX, arruinada por malas decisiones financieras y envuelta en una lucha cuerpo a cuerpo contra el hambre y la vergüenza. La figura del padre de familia -jugador, mentiroso, irresponsable y calavera, empeñado en transmitirle sus artes de vividor al hijo más chico- es apenas peor que la de Eduardo, el hijo que, siendo ya un adulto, vive de agregado en casa de los padres porque no quiere trabajar.

En el otro extremo está Damián, el hijo mayor, único que ha buscado fortuna lejos de casa, pero que se ve obligado a regresar, junto con su esposa, para recomenzar en Buenos Aires luego del fracaso de sus negocios en el Sur. Damián encarna al optimista y emprendedor espíritu burgués que se construye a sí mismo, que no se deja vencer por los contratiempos y que está dispuesto a enderezar, con el ejemplo y una enorme dosis de voluntarismo, a los tarambanas débiles de carácter que encuentra al volver a casa.

Y alrededor de estos hombres revolotean las mujeres, esa corte de infamias dibujada por el lápiz del paranoico. En el universo flechado por la estética realista o naturalista de Sánchez, las mujeres son la carne de cañón. Son el penoso modelo de lo banal, de lo egoísta y de lo corruptible. Las más virtuosas -Robustiana en Barranca abajo; Mercedes y Delfina en En familia- pecan por exceso de inocencia o por lisa y llana incapacidad, pero el texto no las rescata como personajes. Son apenas un fardo que se agrega a la ya de por sí complicada situación de los protagonistas masculinos.

Barranca abajo, cuyo carácter eminentemente trágico ha sido siempre señalado, da cuenta de la caída de un hombre, víctima de circunstancias que no es capaz de resolver. Zoilo Carbajal pierde su estancia cimarrona porque no logra ganar un juicio de reivindicación que legitimaría su propiedad sobre la tierra que heredó de sus mayores. Y aunque la obra señala claramente que la maniobra que deja a Zoilo sin tierras y sin hacienda es una trampa jurídica y política, muestra sobre todo que la ignorancia, la terquedad y la ceguera de Zoilo ante los cambios -todo eso que constituye su hybris- tienen más peso en su destino que la astucia de los malos y la cobardía de los débiles.

Condenado por sí mismo, como todo héroe trágico, Zoilo Carbajal termina suicidándose, mientras las mujeres, último reducto de la honra que tampoco pudo salvar, se pierden en la infamia.

LA MUJER ES COMO EL DIABLO. Como Emilia y Laura en En familia, Dolores, Rudecinda, Prudencia y Martiniana son, en Barranca abajo, lo despreciable del mundo. Casi no tienen pensamiento más que para los trapos, las enaguas y los afeites. Incluso hundidas en la miseria, son capaces de engañar y presionar para conseguir unos metros de tela, un vestidito, un adorno digno de la envidia del resto del mujererío.

Haraganas, siempre listas para armar enredos y sacar ventajas, no tienen ningún rasgo positivo. Son vanidosas, frías y descuidadas. No conocen la lealtad ni reconocen obligaciones, y están dispuestas a entregarse a cualquiera que pueda atender sus caprichos.

El de Sánchez es un mundo a caballo entre dos tiempos: el de la economía cerril y la viveza criolla, y el de la despiadada modernidad que sepulta y desconoce los viejos valores. Zoilo Carbajal es un hombre bueno a la antigua, que encuentra tan natural ser dueño de sus tierras como mandar sobre las mujeres de su casa. Un orden que parece nacer de la naturaleza misma, y que sólo la maldad de la ambición humana llega a corromper.

Cuando el teatro El Galpón puso en escena Barranca abajo en setiembre de 1973, rescataba la figura de Zoilo como la de un hombre de trabajo, estanciero gracias al reparto de tierras artiguista de 1815. Zoilo encarnaba, de algún modo, a todos los campesinos desposeídos; a todos los "mártires sin redención y sin historia, sin tumbas y con lágrimas" que morían cada día en nuestros campos. La puesta en escena se quería "una modesta contribución del teatro al potente movimiento de la emancipación oriental". Era el año 1973, y otros vientos soplaban.

Habría que ver si una puesta en escena actual podría sostener a Zoilo de la misma manera. Posiblemente una lectura política que pretendiera ajustar el drama de Sánchez a las circunstancias actuales debería poner atención a la penosa situación de la mujer, verdadero personaje trágico en tanto está condenado por su propia naturaleza.

Las mujeres de Sánchez en estas dos piezas son seres sin posibilidad alguna. Sin poder de decisión, deben aceptar perderse a causa de las acciones de los hombres, o salvarse, perdiendo su honra. Como si su único valor residiera en la honra y en la lealtad al hombre, como si su espesor moral estuviera directamente vinculado a su talante más o menos hacendoso, a su carácter más o menos obediente, la mujer puede ser buena y abombada como Robustiana y Mercedes, o mala y mezquina como las otras. Pero no pasa de ser una criatura alborotadora y más bien inútil que apenas sirve para enfatizar lo mal que están las cosas.

El nacimiento del siglo XX supuso el fin de un mundo viril, arcaico y noble en el que la palabra y la costumbre tenían valor absoluto. El ingreso al mundo letrado, al mundo de los documentos escritos y de la alfabetización masiva, no se hizo sin abusos e injusticias. Algunas injusticias, como la que sufre Zoilo Carbajal, encontraron sus autores. Otras, como la tragedia silenciosa de estas mujeres de Sánchez, todavía están esperando su relato.

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