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Tapicistas uruguayas son premiadas en la Bienal Textil porteña

| Honores. Fueron para Schaaf y Sánchez

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JORGE ABBONDANZA

Desde hace semanas está habilitada en varios espacios artísticos del centro de Buenos Aires la Quinta Bienal Internacional de Arte Textil. A ese certamen concurrieron tapicistas de varios países, incluido el Uruguay.

El resultado de esa presentación merece divulgarse porque confirma la honorable tradición que el tapiz contemporáneo ha tenido en nuestro país desde la década del 60. En efecto: el jurado actuante en aquella Bienal otorgó el primer premio a la uruguaya Beatriz Schaaf (que reside en Alemania) y el tercer premio a Magalí Sánchez, una de las tejedoras de primera línea del medio montevideano. Corresponde agregar que el segundo premio recayó en la española María Ortega.

Nacida en la ciudad de Artigas en 1957, Magalí Sánchez estudió cerámica con José Collell y comenzó sus cursos con Ernesto Aroztegui en 1975, asistiendo a cursos de Historia del Arte con Nelson Di Maggio y convirtiéndose desde 1977 en discípula del pintor Manuel Espínola Gómez, ampliando su formación en Teoría del Color con Miguel Ángel Battegazzore y en Grafismo con Guillermo Fernández. Desde fines de la década del 70, Sánchez comienza a dictar cursos de arte textil en su taller y en diversas instituciones. Entre 1985 y 1997 vive en La Paz, Bolivia. Ha recibido distinciones en varios certámenes y recientemente obtuvo el Premio Figari que otorga el Banco Central del Uruguay.

Para quienes hayan seguido con cierta atención el proceso del tapiz contemporáneo en este país, debe ser una satisfacción el anuncio de los premios obtenidos por esas dos compatriotas en la Bienal realizada en Buenos Aires. Hace cuarenta años, el comienzo de la divulgación del arte textil en Montevideo (y luego en el resto del país) obligó a registrar los nombres de dos pioneros en la materia como Cecilia Brugnini y Ernesto Aroztegui. Frecuentando lenguajes muy dispares entre sí, esos dos maestros figuran en el comienzo mismo del auge que la tapicería conquistaría velozmente. En particular Aroztegui, por la amplitud y extensión de su tarea docente, ha quedado como el pilar del desarrollo que la expresión textil tendría en las décadas del 70 y el 80.

Eso se produjo a través de la organización de Encuentros nacionales (y luego internacionales) donde toda una generación de tapicistas exhibió su imaginación, su maestría y su búsqueda de nuevos caminos expresivos, confrontando esos niveles con sus colegas de Brasil y Argentina, mayormente.

A esa altura, la tapicería había alcanzado una expansión que ninguna de las otras artes aplicadas (cerámica, madera, metales, vidrio, orfebrería) pudo conocer en nuestro medio, antes o después. Últimamente, sin embargo, aquel impulso había decaído, a pesar de la presencia de individualidades de gran trayectoria. Pero ahora, los premios en la Bienal demuestran que la energía de los tejedores uruguayos sigue viva.

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