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Saber ambiental

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HERNÁN SORHUET GELÓS

La semana pasada hablamos de la necesidad de lograr cambios profundos en el funcionamiento de la sociedad, si se pretende superar la profunda crisis ambiental que atraviesa la humanidad.

Este enorme desafío lo resumimos en tres grandes metas: cambiar el modelo de gestión y uso de los recursos -incluyendo el modelo de consumo imperante-, fortalecer el "empoderamiento" y afianzar la "gobernanza", y en el plano personal fortalecer valores fundamentales, como el respeto y la cooperación.

Sabemos que los cambios culturales son difíciles de conseguir; siempre ha sido así.

Por lo tanto, no debemos desesperar ante la sucesión de dificultades que se presentan, a cada paso, en el camino que estamos recorriendo para construir una cultura ambiental, que permita al mismo tiempo elevar la calidad de vida de la comunidad, fortalecer la ciudadanía y las diferentes identidades, y proteger la diversidad biológica.

De lo que estamos hablando es de reivindicar valores en el marco de una ética ambiental. Algunos de ellos son viejos conocidos del pensamiento humano, como la solidaridad, la equidad y el respeto a la diversidad humana, aunque nunca hayan logrado transponer la frontera de la teoría.

Otros son de reciente consideración, como el respeto a la vida en todas sus manifestaciones.

Uno de los aspectos más difíciles de abordar es el fuerte cuestionamiento que -basado en los resultados obtenidos en todas partes- se le hace a conceptos, ideas y pautas muy arraigadas, como el crecimiento indefinido, la visión economicista (prima notoriamente lo económico sobre lo social) impuesta desde vieja data a partir de los niveles de toma de decisiones más influyentes, y el "reduccionismo" clásico de la educación y la ciencia.

Aunque la idea del crecimiento perpetuo siempre resulta atractiva, olvida que vivimos en un mundo finito, sus propias limitantes físicas hacen caer este concepto. Por esa razón resulta más adecuado hablar de "crecimiento sostenible".

En cuanto a la hegemonía de lo económico sobre lo social, está demostrado que conduce hacia modelos que no priorizan elevar la calidad de vida de la sociedad. Más bien y en muchos casos, termina avasallando al hombre como ser social.

Por su parte el devenir de la ciencia y de la educación en estos tiempos reclama un significativo cambio de visión, atendiendo de manera muy especial la complejidad de la realidad y su carácter sistémico.

De lo contrario, la fragmentación conceptual seguirá induciendo a todo tipo de error, debido a que la realidad es más que la simple suma de las partes.

Aunque parezca obvio, los esfuerzos científicos deberían dirigirse a la solución de los problemas más acuciantes de la humanidad. No olvidemos que, en última instancia la crisis ambiental es un problema de culturas, de confrontación de distintas visiones del mundo y de la vida.

Por eso la solución de esa crisis requiere de un saber nuevo, de un saber ambiental capaz de abrir la educación y la ciencia a todos los saberes existentes.

Se trata de un conocimiento que desplazará al saber utilitario, hoy responsable de la miopía y del "cortoplacismo" que empuja a las sociedades hacia la crisis en que nos hallamos.

Sin duda son situaciones muy complejas que, reiteramos, llevará tiempo modificar.

El salto cualitativo lo dará la sociedad cuando logre apropiarse del conocimiento.

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