En 1990, el dueño de un perro mestizo llamado Canelo entró en el Hospital Puerta del Mar de Cádiz, en España, para un tratamiento y no volvió a salir. Desde entonces, el animal permaneció junto a las puertas del centro sanitario día tras día, hasta que murió atropellado el 9 de diciembre de 2002, más de una década de espera.
La constancia de Canelo —que los vecinos y el personal del hospital recuerdan como habitual frente a la entrada del Puerta del Mar— se prolongó alrededor de 12 años.
Durante ese tiempo, distintas personas le llevaron comida, agua y cartones que le servían de cama; asociaciones protectoras de animales intervinieron en su favor cuando fue trasladado a la perrera y se encargaron de gestionarle vacunas y permisos para que pudiera quedarse en el entorno del hospital.
El final de Canelo tuvo impacto en la ciudad
Tras su muerte, el Ayuntamiento de Cádiz nombró una calle peatonal cercana y colocó una placa conmemorativa en recuerdo del perro y su fidelidad. En la inscripción se recuerda que Canelo esperó durante 12 años “en las puertas del hospital a su amo fallecido”.
La historia de Hachiko, el akita japonés que aguardó en la estación de Shibuya tras la muerte de su dueño, es la referencia clásica cuando se habla de lealtad canina. Hachiko esperó en torno a nueve años y nueve meses hasta su propia muerte en 1935 y su caso se convirtió en símbolo nacional en Japón y terminó con una estatua que sigue en Shibuya.
Hasta el momento no hay datos que precisen la identidad completa del dueño en todas las versiones difundidas, ni testimonios directos que expliquen minuto a minuto lo sucedido dentro del hospital aquella mañana de 1990. La reconstrucción de la historia se ha apoyado en el testimonio de vecinos y el recuerdo público que dejó el animal en Cádiz.
Desde el punto de vista científico, la conducta de perros como Canelo y Hachikō se enmarca en la larga historia de domesticación y en los mecanismos emocionales que median la relación humano-canina. Estudios sobre el vínculo entre perros y personas han mostrado que la interacción —incluida la mirada— puede elevar niveles de oxitocina en ambos, una hormona asociada a la confianza y el apego.
Esas reacciones bioquímicas no explican por sí solas cada comportamiento individual, pero ayudan a entender por qué muchos perros desarrollan apego y conductas de fidelidad hacia personas concretas.
La ciudad conserva la placa y el callejón que llevan su nombre. Además, su historia se ha sido difundida en las redes sociales, en piezas audiovisuales y en textos que recuperan episodios de esa década.
Danna Valeria Figueroa Rueda, El Tiempo/GDA