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130 pulsaciones

Tuvo dos relaciones violentas, pero pudo salir adelante: la historia de Yasmine o cómo aferrarse a la vida

A los 20 años denunció por violencia a su pareja. Tiempo después volvió a enamorarse, formaron una familia. Tres años más tarde la situación de violencia se repitió. ¿Cómo se sale adelante otra vez? Esta es una historia de amor propio.

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Yasmine Tejera y Ezequiel por la ilustradora Paz Sartori.

Aquella noche solo pudo pensar una cosa: “O me mata o de esta yo salgo adelante, sigo viviendo”. No había otra alternativa, no había otra manera, no había más espacio para el dolor. Había aguantado hasta tocar fondo, hasta el límite de todas las cosas. Y, con eso en la cabeza -o me mata o de esta yo salgo adelante -salió del apartamento que compartían, subió a la terraza del edificio, y llamó a su madre.

Tal vez el comienzo de esta historia, la de Yasmine Tejera, 29 años, sea esa noche en la que, después de que su pareja de entonces y padre de su hijo, la golpeara hasta sangrar, ella supo que no había vuelta atrás. Tal vez sea ese momento en el que supo que, si sobrevivía, aunque sería difícil, todo se iba a terminar. Tal vez sea esa determinación, esas ganas de seguir adelante, ese clic, el punto de inflexión que lo cambió todo. O tal vez esta historia, al comienzo y al final, se trate de una forma del amor que no se le parece a ninguna otra. Tal vez no haya otro comienzo posible que no sea este:esta es una historia de amor propio.

Pero para llegar a eso, para poder quererse y valorarse, para conocerse, para cuidar a su hijo, para volver a tener amigos y amigas, para trabajar, para crearse sus propias oportunidades y buscar, de todas las maneras posibles, asomar la cabeza, seguir respirando, Yasmine tuvo que pasar por otras cosas, recorrer otros caminos.

Todo empezó cuando tenía 16 años y su novio, de pronto, comenzó a ser violento con ella. Era su primera pareja y entender lo que estaba pasando le llevó mucho tiempo. La relación duró cuatro años. Primero le contó a la familia de él, que naturalizó todo. Después, cuando todo se volvió incontrolable -violencia verbal y física, persecución, hackeo de cuentas de redes sociales- como pudo, un día, le contó a su madre. Hicieron tres denuncias. Era 2014 y no existía, entonces, la formación ni la sensibilidad para tratar un problema de violencia de género.

Un tiempo después empezó a salir con otra persona. Todo iba bien. Pensaron en formar una familia. Se fueron de viaje a Brasil. Yasmine quedó embarazada. Al comienzo estuvo bien, fue algo que los dos habían buscado, pero, con el tiempo, él se arrepintió. Averiguaron la posibilidad de hacer una interrupción voluntaria, pero fue ella la que quiso seguir adelante: ellos habían buscado un hijo, iba a hacerse cargo. Entonces, como si fuese otro capítulo de la misma historia, él empezó a ser violento, incluso durante el embarazo. “Lo que resistes persiste. Yo no había sanado y me volvió a pasar”, dice Yasmine.

La despidieron de su trabajo por estar embarazada. Tuvo algunas entrevistas, algunas ofertas que nunca terminaban por concretarse por el mismo motivo. En medio de esa situación, Yasmine decidió emprender por primera vez en su vida y empezó a hacer adornos para tortas de cumpleaños, y todo lo que fuese necesario para sobrevivir. “Empecé a estudiar diseño de forma autodidacta y después terminé un curso de diseño web. Me había anotado en la facultad para estudiar ingeniería en computación y no la pude terminar, el padre de mi hijo se había anotado conmigo porque no me dejaba hacer nada sola, y como él no podía cursar porque le faltaba una materia del liceo, yo tampoco”.

Su hijo, Ezequiel, nació, y a los cinco meses se fueron a vivir a la casa de los padres de su novio. Aunque estaba aislada de todo, aunque era dependiente económicamente, Yasmine nunca frenó. A las tortas de cumpleaños le agregó la organización y decoración de eventos, el marketing, la publicidad. En paralelo puso una academia de liderazgo con un amigo, en la que también les empezó a ir bien. Hasta que llegó la pandemiay todo, otra vez, pareció terminarse.

Pero ella sabía que no podía quedarse sin nada y, entonces, empezó a gestar Despegando ideas, que surgió como una agencia de publicidad en la que, con el tiempo, contrató y capacitó a mujeres que, como ella, habían sido estigmatizadas y vulneradas por alguna razón. Tener su proyecto, sentir que todavía había algo que no le habían quitado, la sostenía, la ayudaba cuando sentía que ya no resistía más la situación con su novio. Esta vez, para ella, denunciar no era una opción. Sentía miedo, pero, sobre todo, sentía vergüenza: ¿cómo era posible que le pasara de nuevo lo mismo, cómo podía suceder todo otra vez, con las mismas lógicas, con las mismas formas? ¿cómo iba a contarle a su familia, con todo lo que habían sufrido la vez anterior? ¿cómo alguien volvía a apropiarse de su vida y de la vida de su hijo?

Así llegó a aquella noche que fue el final y, también, el comienzo. Porque cuando se repuso de los golpes, subió a la terraza del edificio y llamó a su madre, estaba dispuesta a salir de ahí como fuera, costara lo que le costara.

Lo primero fue denunciar. Después siguió un proceso de empezar a construirse otra vez, de a poco, de juntar pedacito por pedacito e ir armando un mundo nuevo, para ella y para Ezequiel. Mientras su expareja estaba con una tobillera que le impedía acercarse a ellos, consiguió un trabajo fijo del que después la echaron sin muchos motivos. Empezó a hacer cursos y más cursos y más cursos, se formó todo lo que pudo, comenzó a conocer a personas nuevas, a recuperar amistades o a hacer nuevos vínculos, y, sobre todo, hizo crecer a su proyecto Despegando ideas, que se transformó, además de en agencia, en escuela. Había algo, más allá de todo, muy adentro, que le decía que siguiera, que valía la pena, que la vida podía ser distinta.

“Yo siempre tuve la capacidad de capacitarme, de tener otra perspectiva de la vida, capaz que hay gente a la que le cuesta muchísimo más salir porque piensa que el mundo es eso, y es lo que pasa creo que con muchas mujeres, que piensan es esta la realidad que me tocó. A mí me pasó, sentís que no podes salir de ahí o por tu hijo, o porque te van a juzgar o a señalar, sentís que es más cómodo ese lugar, que en realidad termina siendo un lugar lleno de espinas, es como si fuera una zona de confort dolorosa. Yo creo que el amor más grande que hay es el que una madre siente por un hijo, y creo que Ezequiel fue un gran motor para ayudarme a mirar distinto, para poder salir de donde estaba. Pero también fui yo. Porque todo lo que me pasó me hizo mirarme a mí. Cuando tocás fondo no te queda otra que preguntarte ¿quién sos? ¿te conocés? ¿esta es la vida que querés? Y cuando te enfrentás a esas preguntas, al menos para mí, hay algo que cambia. Fue un punto de inflexión: así como aquella noche supe que era morir o salir de eso, cuando me pregunté quién era, supe que yo quería salir adelante, criar a mi hijo, tener mi propia vida”.

130 pulsaciones: un ciclo para contar historias de amor

Una casualidad, un beso, una palabra, una partida, una llegada, una certeza, una mirada, algo que, de pronto, tiene el poder de cambiarlo todo. Cuando eso sucede el mundo cambia su colores, ran, la vida tiene otro amor. 130 pulsaciones es un ciclo para contar esas historias en las que el amor, bajo cualquiera de sus formas, tiene la potencia de cambiarlo todo.

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