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Navegar por aguas casi desconocidas: la belleza del Santa Lucía

Una propuesta diferente para el verano (y todo el año): embarcar y conocer la biodiversidad de un área protegida a 30 minutos del centro de Montevideo

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Río Santa Lucía
L. Mainé

Por María de los Ángeles Orfila

¿Sabía que en toda la costa de Montevideo solo hay dos barcos operativos para hacer paseos? Es lo primero que sorprende de la charla con Washington Vilas y Alejandro Marana, responsables de Solo Aventura Conociendo Uruguay, teniendo en cuenta el largo de la costa; lo siguiente es el paisaje que se puede apreciar a bordo de su embarcación, bautizada como Yacaré.

“Muchos montevideanos no conocen esta zona y solo estamos a 30 minutos del Centro”, dijo Alejandro mientras el barco para ocho pasajeros avanza entre los recovecos del río Santa Lucía.

Las posibilidades del turismo náutico en el oeste de la ciudad están tan abiertas como el mar; no obstante, Washington y Alejandro aseguran que es una actividad que hacen desde hace tiempo pulmón (durante muchos años operaron con el barco Bandida). Esto se debe a diferentes motivos: desde falta de apoyo municipal o ministerial a falta de difusión de los atractivos de ese lugar donde el río separa Montevideo de San José y se adentra en un área protegida –86.517 hectáreas de los departamentos de Canelones, San José y Montevideo–.

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Puente de la Barra de Santa Lucía
L. Mainé

Aventuras.

A bordo de Yacaré se pueden hacer tantos recorridos como lo permita el río, pero sus capitanes recomiendan algunos circuitos en particular.

El más corto –río abajo– insume 30 minutos: se parte del muelle ubicado al costado del Club Alemán de Remo Montevideo (al final de la calle La Guardia, frente al Centro de Visitantes en Santiago Vázquez), se navega por el canal Don Ernesto, se da vuelta un monte, se pasa por debajo de los dos puentes de laBarra de Santa Lucía –esto es emocionante si toda la vida lo vio a bordo de un automóvil u ómnibus– y se llega hasta la Isla del Tigre, donde está la desembocadura en el Río de la Plata.

Para Alejandro, esta travesía estaría completa con un desembarco en la isla. “Yo me la recorrí de punta a punta. La flora es increíble; tiene toda una zona de humedales y luego un parque con palmeras, acacias, cactus y helechos gigantescos. Cuando el río está bajo también hay playita”, contó a El País. Actualmente se están realizando los trámites pertinentes con la IMM para hacer senderismo en la Isla del Tigre.

En toda la zona de humedales la fauna es riquísima: apereás, nutrias, carpinchos, macás, chimangos, zorros de monte y más.

El circuito más largo –río arriba– dura una hora. En este caso, se parte del mismo lugar con dirección a la Isla de los Pescadores y se viaja hacia Paso del Negro y de Puerto Cangrejo hasta la desembocadura del arroyo El Colorado. En ese punto convergen tres departamentos: Montevideo, Canelones y San José.

Pero hay más posibilidades que se pueden arreglar con Washington y con Alejandro. Por ejemplo, se puede navegar hasta Puerto Victoria y Las Brujas –a dos horas de navegación desde Santiago Vázquez– e incluso, con permisos de las intendencias mediante, se puede incluir la opción de realizar un asado –con extremo cuidado del ambiente– o acampar en alguna de las islas del Santa Lucía.

Los precios son accesibles. El paseo de una hora cuesta $ 400 por persona; el de media hora, $ 250 (consultar por niños).

“A una hora y media río arriba cambia todo el paisaje; parece que estuvieras muy lejos de Montevideo. Es todo natural y no sentís ningún ruido”, relató Washington. Alejandro redobló la apuesta: “Es el mejor lugar de Montevideo para venir a descansar cuerpo, mente y alma”. Tienen razón porque no hay otra interrupción que las aves o el motor del barco.

Este sábado 21 de enero, por ejemplo, se tiene previsto un recorrido de una hora y media por los humedales del Santa Lucía a partir de las 18 horas con picada y refrescos incluidos. El precio por persona es de $ 1.100. Pero aseguran que el atardecer no tiene precio.

Otra opción es alquilar la embarcación para celebrar algún evento o fiesta; en ese caso, se acuerda la cantidad de horas de servicio. Y otra alternativa es sumar a cualquiera de los dos recorridos un almuerzo en el club de remo con previa coordinación.

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Río Santa Lucía
L. Mainé

La meta.

Washington y Alejandro, dos enamorados del río, tienen muchos planes que esperan concretar pronto. Uno de ellos es la adquisición de otro barco para recibir turistas de las agencias de viajes. En concreto, ya está en mantenimiento uno que tiene una capacidad para 14 pasajeros, por lo que podrían ofrecer 22 plazas en total para un mismo paseo.

Otro plan, uno más ambicioso, es que su muelle sea parte del primer centro recreativo náutico y de eco aventura del oeste de Montevideo con el objetivo de atraer a más turistas a la zona porque, a su juicio, nadie tiene que envidiarle este paisaje a la experiencia de navegar por el delta del Tigre (provincia de Buenos Aires).

Washington y Alejandro reciben consultas en el teléfono 096 032 393 o al correo [email protected].

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Río Santa Lucía
L. Mainé
Casa flotante: vivir amarrado al muelle

No forma parte del paseo náutico por el río Santa Lucía pero es una parada llamativa. Antes de abordar se pasa por delante de la casa flotante de Washington. “Es una vida normal... solo que se mueve”, dijo a El País entre risas. En un día soleado y sin viento, el movimiento es imperceptible, dado que la vivienda está bien agarrada a las amarras. Pero si entra el viento fuerte del sur y/o del este, el río la eleva unos dos metros y la cosa se pone incómoda. “Está sujeta a amarras que están fijas. No pude hacer que viajen por los palos porque hay tosca y en la tosca es imposible clavar nada. Lo que lográs después de un tiempo determinado de estar acá es medir las amarras. Es decir, para que cuando (el río) crezca no queda muy tirante y para cuando baje no te apartes mucho (del muelle). Es un detalle nomás”, explicó Washington con total normalidad.

Su vivienda, la que comparte con su hermano, tiene dos habitaciones, un baño, un living con estufa a leña, un comedor y una cocina integrada. El único inconveniente que Washington le encuentra a su casa flotante es el inevitable pasaje del invierno. Pero lo compensa la paz que ofrece el paraje durante todo el año. “Acá es extremadamente tranquilo; hay un silencio absoluto.”, comentó a El País.

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