Algunas cosas suceden, tal vez, porque tenían que suceder. Como si fuesen una promesa o algo inevitable, como si no se pudiese ir en contra de la corriente, como si tuviesen una sola posibilidad. Eso, quizás, fue lo que le sucedió a María Cecilia De Vargas, uruguaya, cuando, sin saber del todo en dónde se estaba metiendo, a los 18 años audicionó en el Conservatorio Municipal de Canelones. Y la eligieron.
Ella, que nació en Piedras Blancas, en Montevideo, que cambió de barrio y que terminó viviendo en Canelón Chico con su familia, cantaba desde niña solo por hobbie, porque le gustaba compartir tiempo con su mejor amigo, Leandro, con quien cantaban juntos cada vez que se veían. A la audición para el Conservatorio llegó porque no le gustaba cómo sonaba su voz y quería aprender. Además, como su familia no había podido pagarle nunca una academia para estudiar canto, era una oportunidad para poder formarse de forma gratuita.
Al tercer día, la directora del conservatorio entró al salón y empezó a hablar sobre canto lírico. María Cecilia no entendió: ella no quería estudiar canto lírico, ni siquiera sabía de qué se trataba. Solo estaba allí para mejorar su voz y seguir cantando con su amigo. Pero fue cuestión de tiempo. Porque, a los pocos días de haber empezado, hubo algo que hizo que no pudiera alejarse nunca más, que no quisiera hacer nada más que eso.
“Me quedé para ver qué era y me enamoré de la ópera”, dice.
Quizás, esta historia empieza ahí. Ese día en el que una joven de 18 años que quería mejorar su voz eligió quedarse para ver de qué se trataba. Ese es el punto de no retorno, de lo inevitable, de lo inminente. Porque, a partir de entonces, todo en la vida de María Cecilia, ha tenido que ver con el canto lírico.
En el conservatorio encontró algo que le apasionaba por primera vez en la vida. Nunca le había gustado demasiado estudiar. En la adolescencia, como su familia no pudo seguir pagándole el colegio, hizo el bachillerato de Administración en la UTU y, después de tres veranos estudiando, lo terminó. “Pero me costaban mucho los números, no me gustaba. Después, con el canto, me transformé en una nerd, estudiaba todo lo que podía, todos los días, prestaba atención, me encantaba, iba muy adelantada porque de verdad tenía mucha hambre de estudiar algo que me gustara”.
Al año siguiente, una de sus maestras, que también daba clase en la Escuela de Arte Lírico del Sodre, le sugirió que audicionara para formarse allí. Lo hizo y, una vez más, quedó seleccionada. Y entonces empezó a cursar: seis años de técnica vocal, seis años de repertorio, cuatro años de teatro, cuatro años de solfeo, dos años de historia de la música, dos de francés, dos de italiano, dos de alemán. Mientras, seguía estudiando en el conservatorio de Canelones para poder tener más horas de clase.
Al poco tiempo de haber entrado, la directora de la escuela, Raquel Pierotti, le dijo que iban a dar un curso de dos años en el Teatro de la Scala de Milán y que, tal vez, podría probar. Y ella, aunque no se inscribió porque no quería perder la formación en Uruguay, pensó, por primera vez, que estudiar en el exterior era una buena oportunidad.
“Pero después estuve enferma ocho meses por un tema emocional y decidí irme de mi casa. Así que me fui, y empecé a trabajar de lo que encontraba. Una amiga me había pasado el contacto de una monja en un convento que me enseñó a restaurar imágenes de santos de yeso, y fui a aprender con ella, después trabajé bastante por mi cuenta haciendo eso, y empecé a dar clases particulares de canto, que era algo que me gustaba mucho pero que nunca me había animado. En ese tiempo viví en muchos lugares, en residencias estudiantiles, en pensiones”.
De a poco, en donde fuera que estuviese, empezó a tener sus cosas, a construir un lugar propio, a sentirse en casa. En eso estaba cuando, a comienzos de este año, una profesora española que había visto sus videos cantando, le escribió y le dijo que había audiciones para el Conservatorio de Asturias. Y hubo algo en ella, como una campana, que volvió a sonar: irse a estudiar al exterior, aunque no estuviese dentro de sus posibilidades económicas, era una oportunidad importante para su carrera como intérprete lírica.
Después la propuesta de la audición en Austrias quedó en dudas, empezó a ir hacia atrás, ya no era tan segura. “Yo no podía irme hasta allá sin tener una audición segura, no podía usar el dinero de mi madre, que es empleada doméstica y junta con mucho esfuerzo para poder ayudarme. Entonces me acordé de que hacía dos años una profesora me había comentado que otra uruguaya había ido a audicionar al Coro de Notre Dame, en París y le había ido bien. Entré a la página, justo estaban en momento de preinscripción para las audiciones, mandé mi solicitud y, al poco tiempo, me dijeron: ‘Te esperamos para dar la prueba el 13 y 14 de mayo’”.
Su madre le pagó el pasaje y Leandro, su mejor amigo, la persona por la que empezó a cantar, justo había vendido su casa y le prestó el dinero que necesitaba para todo lo demás. María Cecilia viajó a Francia, hizo la audición y, unos días después, mientras estaba en una habitación que le alquilaba por unos pocos euros a un árabe, recibió un correo electrónico: había sido aceptada para formar parte del coro de la Catedral Notre Dame.
Se quedó 67 días en París organizando una vida nueva que empieza el primero de setiembre, cuando comience la actividad con el coro. En ese tiempo empezó a cantar en la calle, en el puente Saint-Louis, y conoció a varios artistas más que le propusieron hacer algunos conciertos.
“Como el coro son seis horas, cinco días a la semana, más las presentaciones y los viajes y las giras, no puedo tener un trabajo fijo. Por estar tan lejos de mi familia ellos me dan una beca que me alcanza para pagar la habitación que conseguí en una congregación católica y para una semana de comida. Por eso me sirve hacer conciertos para ganar dinero, porque cantar en el puente puede ser muy cansador”, dice.
Ahora está acá, pero en unos días estará allá. Dice que acá sería imposible vivir de lo que ama, que allá es más sencillo, que hay más oportunidades, que hay más teatros, que hay más óperas. Dice que acá su madre ha sido el pilar de todo lo que ha hecho. Dice que allá va a ser más fácil ahorrar dinero para mandarle, que quiere ayudarla a que salga de la pensión en la que vive, que quiere que tenga una casa, acá o allá, donde ella quiera. Quiere que su madre pueda elegir.
Y sin embargo, no importa si es acá, allá o en cualquier lugar. Cuando María Cecilia canta, todo el cuerpo se pone al servicio de la voz, todos lo que siente, todo lo que ha sido, todo lo que es, tiene un único motivo: que alguien la escuche y sienta alguna cosa. De eso, dice, se trata la ópera. De poder mirar al mundo de forma crítica, de decir de otra manera, de conectar con los sentimientos de una forma profunda, insondable.
Ayuda para vivir en París
Desde que supo que había sido seleccionada para formar parte del coro, María Cecilia está juntando fondos para poder costear su formación en París. Para eso, tiene un coelcito en Red Pagos. El número es: 82566.