De este Gran Hermano van a quedar muchas cosas. Van a quedar conceptos como “primo” y “cine”, frases como “Que se vacha” o “Fuera malas vibras”, un montón de romances inconclusos, idealizados —Marculi, Margus, Nachiago— y algunos personajes: Daniela con sus mil sobrenombres, Alfa y su temperamento, y algunos estrategas fallidos que se estrellaron contra la pared de un autoproclamado favoritismo. Quedará, también, lo impredecible: una lección de que los tiempos cambian y el público también. Quedará la incidencia de las redes sociales, las acusaciones de fraude, un par de escándalos, amistades entrañables. Y un ganador, que se conocerá esta noche cuando tras cinco meses y 10 días, el reality show finalmente se terminará.

Hoy, Gran Hermano Argentina —el programa que va por Telefe y aquí por Canal 10— tendrá su última velada dentro de la casa. Irá en vivo desde las 22.15, pero en Montevideo también habrá una oportunidad de verlo en pantalla grande, desde 20.30 en el Teatro Movie. Se prometen juegos, sorteos y contenidos especiales; conducirán Ana Laura Barreto y Sebastián Almada.

En lo que a la final compete, Santiago Del Moro liderará la emisión más especial y entre Marcos Ginocchio, Julieta Poggio y Nacho Castañares se definirá la temporada. Uno de ellos será el encargado de cerrar la puerta de la casa en la que pasaron, los tres, casi medio año. El viernes se casaron en una boda ficticia, una manera de sellar, entre la emoción y la euforia, todo lo vivido.

En esta instancia, el voto es positivo —ganará el que más apoyo del público reciba— y se puede ejercer desde Uruguay, vía mensaje de texto. El ganador se llevará 15 millones de pesos argentinos y una casa; habrá premios para los otros dos finalistas.

Gran Hermano Argentina volvió tras varios años de ausencia, y a la duda inicial de cómo iba a funcionar un reality de convivencia en la era de la exposición, la despejaron los números: un promedio por encima de los 20 puntos de rating lo convirtió en el gran fenómeno de la televisión argentina actual. Fue, desde el 17 de octubre hasta ahora, el tema de conversación en las redes sociales. Y está a punto de desvanecerse.

Antes, un repaso al camino de los tres finalistas, tres modelos de personalidad que el público eligió premiar.

Fue en la primera semana. Juan Reverdito, taxista de profesión, de 42 años, un nieto muy pequeño y una historia de vida que parecía ubicarlo como candidato, se enojó con Marcos Ginocchio —salteño, entonces de pelo castaño oscuro, callado— y le dijo: “Perfecto, el domingo te vas”. Todo empezó por un vaso de agua y un gesto que Reverdito interpretó como una falta de respeto.

Cinco meses y 10 días después, Marcos está a punto de convertirse en el ganador de Gran Hermano Argentina. Es el que más ha sostenido su favoritismo: sin una sola controversia, el público le ha valorado, sobre todo, su calidad humana.

En 2023, Gran Hermano es un reality show que puede premiar a la mejor persona. Veinte años atrás era un juego que coronaba a estrategas, arpías e inescrupulosos. Ahora, para maldad y hostilidad ya está la realidad; esto es otra cosa.

Con 22 años y una carta de presentación que lo ubicaba como estudiante de Abogacía, fanático de las artes marciales y religioso, el salteño que pronto se ganó el apodo de “Primo” vivió varios momentos memorables dentro de la casa.

Selló una amistad estrecha con Agustín Guardis, uno de los menos queridos de la temporada y con el que protagonizó un reencuentro emotivo cuando este último volvió a entrar al programa en el repechaje.

La audiencia lo imaginó en un romance con su compañera Julieta Poggio, una especulación que tuvo su punto máximo el viernes en la boda que también incluyó a Nacho. Y luego estuvieron sus largos llantos cuando ingresaron a la casa, en momentos diferentes y en este orden, su hermana, su padre y su hermano.

En televisión, Marcos mostró que la bondad, la humildad, la familia unida y el amor todavía son valores vivos. Es lo que lo podría llevar a la consagración.

El viernes, cuando por la celebración de un casamiento volvieron a entrar a la casa los exparticipantes, Julieta Poggio se mostró muy emocionada. Estaba impactada por el reencuentro, por la alegría que le manifestaron todos y por la inminente final, pero también porque supo que, en su cuenta de Instagram, ya llegó a un millón de seguidores. Es la medida del éxito de hoy, una cifra abultada de clics que habla de popularidad y, para una influencer y creadora de contenidos, del horizonte que se le abre a la hora de hacer negocios.

Poggio, que ha trabajado como actriz y llegó a Gran Hermano sin tener ninguna voluntad para desempeñarse en tareas domésticas, se convirtió en una de las grandes jugadoras de 2023.

Quizás la más auténtica de todas las mujeres que pasaron por la casa, una condición que le ha valido tanto amores como odios, logró conquistar a una audiencia genérica con su molde de princesa Disney y sus modos de nena caprichosa. Supo llorar porque se le manchó una pollera, porque se le cayó un jugo o porque estaba a punto de cumplir 21 años. Esa intensidad la equilibró con una simpatía indiscutible, que le permitió sortear más de un escollo cuando las redes se le pusieron en contra, sobre todo por los comentarios sobre la perra de su familia. Con cámaras encima las 24 horas del día, es imposible resistir el archivo.

Y la acompasó, también, con una gran habilidad para el juego, muchas veces imperceptible para sus propios compañeros.

A la hora de entrar en el confesionario, Julieta ofrecía lecturas profundas de la dinámica de la casa, y tomaba decisiones arriesgadas que en algún caso, como cuando aplicó la fulminante sobre Camila Lattanzio, le costaron caro. Pero apostó, entretuvo y conquistó a pesar de los prejuicios. Eso debería tener su recompensa.

“Me tengo mucha fe”, fue lo primero que le dijo a Santiago Del Moro, parado en el estudio, a minutos de ingresar a la casa de Gran Hermano Argentina. Era 17 de octubre de 2022, y cuando después Wanda Nara lo acompañó por un pasillo de luces de neón y le dio el pase directo a la casa, le dijo: “Acá, a la derecha, la puerta que seguramente te cambiará la vida”.

Nacho, que es Juan Ignacio Castañares y tiene un padre, Rodolfo, que vive en Uruguay, hizo uno de los recorridos más peculiares de todo el ciclo. Fue el primero en ingresar al hogar y empezó como integrante de “los Monitos”, un grupo poco querido que integraban Tomás Holder, Martina Stewart y Juan Reverdito; se fueron todos en el primer mes.

Nacho se adaptó a la convivencia e hizo un juego atento, inteligente y más bien silencioso. Estuvo nominado una y otra vez, y el público lo apoyó hasta convertirlo en uno de los jugadores más fuertes de la temporada. Estuvo siempre concentrado en la dinámica del formato, en el concepto de la competencia, e igual generó vínculos profundos, sobre todo una amistad íntima con Thiago Medina (tanto, que los espectadores imaginaron un romance entre los dos y bautizaron “Nachiago” a la potencial pareja), y un romance con Lucila “Tora” Villar, que se concretó en el reingreso de la jugadora, en repechaje.

En la casa, Nacho representó un nuevo modelo de masculinidad y de familia: su madre falleció poco antes de su ingreso al reality, y tiene dos padres que son Rodolfo, el biológico, y Jesús, quien fuera pareja de Rodo durante varios años. Jesús vino desde España directamente a Gran Hermano para darle una sorpresa, que del otro lado se sintió como un ejemplo, una lección de apertura y sensibilidad. Nacho sería el campeón de un nuevo mundo.