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Un muchacho de La Comercial que un día descubrió el teatro y hace 60 años que no para de trabajar

Este fin de semana se estrena en el Teatro Victoria, "Alba" con Walter Rey, quien comenzó Club de Teatro en la década de 1960 y a los 83 años sigue lleno de proyectos

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Foto: Juan Manuel Ramos

Mañana en el Teatro Victoria se estrena Alba del joven grupo Me rechina. Sobre obra de Leonardo de Armas (ganadora del premio Cofonte) y dirigida por Juan Ferreira, “una pieza teatral que habla de la soledad, la vejez y la salud mental”. Alba está interpretada por Anahí Undarzón y Mario, su pareja, por Walter Rey, uno de los grandes actores y directores uruguayos con más de 60 años de una carrera que empezó con Club de Teatro y sigue en activo a unos 83 años que no representa. El País charló con Rey sobre Alba y su extensa trayectoria.

-¿Cómo se le cruzó el teatro en la vida?

-En murgas de pibes que libretábamos y salíamos allá en La Comercial. Era muy tímido pero ahí me sentía bien. En la escuela y en el liceo cuando me daban a leer, no sé, Florencio Sánchez me salía bien. Jugaba al fútbol (llegué a la tercera de Colón) y al basketball en el Montevideo. Y mucho boliche. Pero a pesar de la modestia del barrio, había un grupo de intelectuales, en el que estaba Nora Castro, la primera mujer en presidir la Cámara de Diputados. Su mamá organizaba reuniones en la casa. Y eso era de otro nivel cultural que los del boliche. Un día me dicen de ir al teatro a ver Santa Juana en la que trabajaba un jovencito a quien todas admiraban. Era en Club de Teatro y una versión impresionante: estaban Roberto Fontana, Nelly Goitiño, Dahd Sfeir, Espalter. Y ese jovencito al que todas admiraban. Yo lo veía y pensaba “eso lo puedo hacer mejor”.

-Y ahí se quedó el teatro.

-Seguí yendo con ellos. Al año siguiente veo un aviso en el diario que llamaba a aspirantes a la escuela del Club de teatro y de El Galpón. Y quedé en los dos. Pero me gustaba más Club de teatro porque en aquella época que todos estamos espantados con el comunismo y los comunistas me decidí por Club de Teatro. Además trabajaba en la Ciudad Vieja, así que me quedaba más cerca.

-¿De qué trabajaba?

-Primero de mandadero y después entré al Hipotecario por concurso, que quedaba a la vuelta de Club de Teatro. Ahí empecé con esos grandes maestros. Se aprendía muchísimo, era divino, iban todos.

-¿Cuál era el método?

-Nos basábamos mucho en Stanislavski y nos apoyábamos mucho en el teatro francés de Louis Jouvet, por ejemplo. ¡Nos hacían ir a Cine Arte de Sodre a ver a los actores franceses!

-¿Cuál fue el primer actor de cine que lo deslumbró?

-Admiraba a Anthony Quinn. Me hablaban de Jouvet y de todos esos pero a mi me gustaba la polenta de Quinn.

-¿Y cómo era como docente?

-Siempre fui abierto porque trabajé con diferentes directores que me fueron dando cosas nuevas, cuestionando a Stanislavsky. Leí a todos y por ahí están los libros, pero un día dije “al diablo, los maestros, bienvenido yo” y junté lo que tenía dentro mío y que salga lo que salga.

-¿Cuándo comenzó a cobrar por ser actor?

-Recién cuando Ducho (Sfeir) me llevó a la televisión a un programa que se llamaba Escenario 12 en el que se hacía una obra en vivo. Me daban papeles chicos porque recién empezaba pero firmé mi primera contrato. Era 1964.

-¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Sergio Blanco en El bramido de Dusseldorf?

-Brutal. Once giras: España, Italia, Alemania, casi toda América, varias veces en Argentina. Es más que un director, es un creador. Ahora está en Corea para el estreno de una de sus obras. Un gran ser humano con un gran talento.

-Cuénteme de Alba que se estrena este fin de semana.

-Empecé a trabajar menos en El Galpón y me empezaron a llamar de afuera. Yo encantado. Me gusta trabajar con gente joven. La gente de Alba se conoció en en la escuela de Armand-Ugon. Seis de sus alumnos decidieron formar un grupo que se llama Me rechina, y son pura entrega y puro talento aunque recién están empezando a expresarse. Vinieron con mucha timidez a hablarme que precisaban un actor viejo, para hacer de marido de Alba. Son de una calidez humana, se entienden tan bien, y me recuerdan aquel espíritu del teatro independiente. Y los veo abiertos, aunque trato de no decir más dos tres cosas por ensayo.

-¿De qué va la obra?

-La vejez, la enfermedad, la relación padres e hijos. Y se dan situaciones de comedia que alivian el tema.

-¿Cuál considera su mejor papel?

-Hice muchos personajes lindos. Desafío fuerte fue Sade (en Sade, el divino marqués de Andrés Caro Berta) o Unamuno (en Como decíamos ayer de Leonel Schmidt). Y fui Artigas, en la reposición de El Galpón en 2011, justo el año en que Jorge Esmoris hizo de Artigas en el cine y cuando la estrenamos la gente estaba podrida de Artigas. Y después el que deseamos hacer todos los actores viejos, Rey Lear. Esa sí que era brava.

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