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Entre la delicadeza y la estridencia: así es "La bella durmiente" del Ballet Nacional

Con vestuario de Ágatha Ruiz de la Prada, la compañía reestrenó un clásico.

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Mel Oliveira en La bella durmiente
Foto: Santiago Barreiro

Cuando se levanta el telón, después de que la Asociación de Técnicos del Auditorio Adela Reta hiciera un reclamo por aumentos de salarios, después del aplauso de apoyo, después de que la orquesta estuviera en posición, después de que el director levantara los brazos anunciando el comienzo, alguien, sentado en la platea baja de una sala que está repleta, saca de la cartera unos binoculares, y mira. Después los alejará, los volverá a usar, se quedará mirando por un rato largo. Y volverá a repetirlo todo otra vez.

En el escenario está Rosina Gil, primera bailarina del Ballet Nacional del Sodre (BNS), vestida completamente de rojo en un traje con pelotas, sedas y cuernos, para interpretar al Hada Carabosse de La bella durmiente. Sostenida en el aire por su partenaire, Yan Lopes, Carabosse despliega toda su maldad: sabe que los reyes están festejando el bautismo de la princesa Aurora, que no la invitaron a la celebración y está dispuesta a destruirla.

La orquesta hace sonar la melodía de Tchaikovsky con potencia, con estruendo, con la fuerza de un estampido. La música anuncia: la maldad, la oscuridad, la intención. Y también acompaña: a Rosina, a su cuerpo elástico de movimientos secos, a la mirada pintada de rojo, a la expresión de un rostro que está hecho de contundencia y de personalidad.

De pronto todo cambia: la escenografía - a cargo deHugo Millán- que hasta ahora era sombría, se transforma en un palacio espléndido y brillante, la iluminación - de Sebastián Marrero- se vuelve blanca, virginal, y la música, espesa y áspera, ahora tiene la cadencia de la celebración.

Sin embargo, hay algo que se mantiene: el vestuario, tan estridente como ruidoso, que la diseñara de moda española Ágatha Ruiz de la Prada creó para la compañía y que atraviesa, por igual, a toda la obra.

Es jueves 8 de junio y el BNS dirigido por María Noel Riccetto, está presentando La bella durmiente, un clásico por excelencia que la compañía estrenó en 2018, bajo la dirección de Igor Yebra.

Quizás, antes de seguir haya que decir esto: lo que se puede ver en el Auditorio Nacional hasta el 21 de junio no se ha visto nunca en ningún otro lugar del mundo. Esta versión de un ballet clásico en toda su esencia con un vestuario absolutamente contemporáneo y rupturista, es algo que solo sucedió - y está sucediendo- en Uruguay.

***

La historia es sencilla: una princesa recibe, al nacer, el hechizo de un hada malvada que dice que cuando se pinche el dedo con una aguja morirá. Otra hada deshace parte del hechizo y dice que, cuando eso suceda no morirá pero dormirá hasta ser besada por un príncipe. La obra fue creada en 1890 por encargo del director de los teatros imperiales rusos, Iván Vsévolozhsky, y tiene coreografía original de Marius Petipa, coreógrafo de otros clásicos como El lago de los cisnes.

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Rosina Gil en La bella durmiente
Foto: Santiago Barreiro

Y, aunque tiene varias referencias políticas e históricas, no hay, en este ballet, un gran argumento: es una pieza que tiene un prólogo y tres actos repletos de variaciones y de danzas individuales que se suceden, una tras otra.

En ese sentido, La bella durmiente es un desafío: se necesita de una compañía sólida, con bailarines y bailarinas que puedan sostener, solos, el peso y el compromiso de esas variaciones. Y el BNS lo es: desde hace por lo menos diez años se ha consolidado, con momentos más altos y más bajos, pero manteniendo siempre un nivel que justifica por qué es una de las más potentes de toda la región.

Alcanza con ver a los primeros bailarines - Mel Oliveira, como la princesa Aurora, con toda la delicadeza del mundo sobre su cuerpo, Ciro Tamayo, tan versátil y ya tan nuestro, Rosina Gil, magnética- para comprobarlo. Pero sobre todo, hay que ver al cuerpo de baile: limpio, prolijo, sólido, funcionando como si fuesen parte de un mecanismo ensamblado.

Hoy la sala está con entradas agotadas para ver a un ballet que dura más de dos horas. Y eso habla de muchas cosas, pero sobre todo, de una continuidad, de una compañía que desde hace ya muchos años tiene una identidad que el público reconoce, acompaña y aplaude.

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"La bella durmiente" del BNS en 2023.
Foto: Santiago Barreiro

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Al final, como en todos los cuentos de hadas, el príncipe Desirée besa a la princesa Aurora, rompe el hechizo, y celebran su amor en una fiesta bailando con todos los invitados. La bella durmiente es eso: una historia de amor sin contradicciones, sin grises, en la que el bien siempre gana.

Ahora, que pasaron los tres actos y se acerca el final, lo que se ve es esto: una fiesta en la que Aurora y Desirée se celebran, un universo de pelotas y de colores- fucsias, turquesas, verdes, amarillos- en el que los bailarines bailan con la potencia y la técnica con la que se tienen que interpretar los clásicos.

Aunque esto se parezca, incluso, a una contradicción, quizás ahí esté la diferencia, la gracia de todo lo que está pasando en el escenario: esto que sucede ahora, esta mezcla de delicadeza y estridencia. No es solo una puesta en escena: es, también, una forma de mirar.

No hay que pedirle al ballet grandes historias - aunque la compañía viene de hacer una versión deLa treguaen una obra que apoya todo su peso sobre un argumento difícil y complejo-. Se trata, en todo caso, de traer un par de binoculares, de detenerse, de mirar, de quedarse ahí hasta que solo exista la música, los bailarines, y los colores: es como escaparse del mundo.

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