Llegó a Montevideo hace varias semanas para la puesta en escena de Aída, la ópera que tendrá funciones en el Auditorio Nacional Adela Reta del 16 al 23 de noviembre con entradas agotadas.
“Esto no se hace solo”, comenta entre risas Aníbal Lápiz, quien se encarga de la dirección escénica y el diseño de vestuario de esta producción que viene del Teatro Colón.
Lápiz, uno de los nombres más importantes en la ópera y el ballet en Argentina, tiene medio siglo de carrera y mucha experiencia en esto de llevar espectáculos de un teatro a otro.
“Ya son 50 años, qué disparate. Nunca tomé conciencia de que son tantos años, porque la vida pasa zumbando, pero uno se cree que tiene la misma edad. De eso me doy cuenta ahora, el tema es no hacer el ridículo”, comenta Lápiz.
Su nombre ha estado presente en producciones de ópera que se han realizado en el Sodre, como Turandot, y también en el Teatro Solís. Allí hicieron Tosca, Trovatore y Rigoletto.
“Nunca cuento, pero sí, esta producción tiene casi 30 años y sigue dando vueltas. Como nuestra Tosca y Turandot. Las siguen pidiendo”, dice sobre Aída y su desembarco nacional.
“La gente puede pensar: ‘este no sabe hacer otra cosa’, pero ocurre que esta puesta es muy grande, costosa, y no se puede hacer una nueva por año. Como esta Aída tuvo mucho éxito, el Colón la ha guardado y dos por tres se hace. La hicimos en el Colón, en San Juan, y ahora acá”.
—¿Cómo se reimagina una ópera que hizo tantas veces?
—Todo lo que es solistas lo cambié varias veces, sobre todo a las mujeres. Esta es la última edición de Aída porque las cosas van cambiando, descubro que hay cosas que no me gustan y me digo: para la próxima lo cambio, y es así. Los vestuarios que hago son con mucho trabajo, mucho detalle y lujo.
—¿Qué tiene esta puesta como para que se siga manteniendo y pidiendo?
—Es una producción que siempre ha gustado, y cuando la diseñamos fue una cosa tan moderna que hoy sigue siendo actual. No se ve una viejería, yo mismo me daría cuenta. Por ejemplo, la ropa es muy significativa en el sentido de que está simplificado el antiguo Egipto y eso hace que todavía se lo pueda ver como algo actual. Más allá de que hoy a Aída la pueden hacer frente al monumento de Artigas, se le ha dado tanta vuelta a la ópera...
—Pero usted también ha hecho espectáculos de ópera para públicos masivos.
—Sí, hicimos una Turandot en el Luna Park que Roberto Oswald no quería hacerla. Le dije: probemos, porque es algo más popular y si está bien hecho, la gente va a ir. Nunca habían andado las óperas en el Luna Park. Se hacían una o dos funciones y las levantaban porque la gente no iba. Nosotros hicimos ocho funciones con 8.000 personas cada una. La gente hacía cola para sacar la entrada, y está considerada entre los cinco espectáculos más importantes junto a los de Pavarotti y Frank Sinatra.
—El año pasado hizo Tosca en el Colón, protagonizada por la soprano Anna Netrebko. En su carrera ha trabajado con todos los nombres importantes de la ópera...
—Pertenezco a la Belle Epoque de la ópera. Trabajé con todos los grandes y eso te va formando.
—¿Cómo era el público antes?, ¿era de aplaudir fácil?
—Ahora aplauden cualquier cosa. Yo me inicié en una época donde no perdonaban nada. Todos eran conocedores y eran abonados de toda la vida. No sé si eso está bien o está mal porque está bueno que el público se renueve, pero me parece que era más exigente todo. Había más abucheos cuando algo no gustaba, porque querían la cosa súperclásica; hoy se abrió más la cabeza. Pero hoy pasa que la gente no sabe cuándo aplaudir. En un concierto aplauden entre movimiento y movimiento y hay artistas que se han enojado.
—¿Es la contracara de abrir la cancha al público masivo?
—Sí, pero está bueno. Uno también se inició en esto, me llevaron al Colón a los ocho años y se nota que me gustó. Hay gente que va, le parece un aburrimiento y se quieren ir.