Soledad Silveyra y Osvaldo Laport y una vieja receta para el romance

El canal argentino Telefé anuncia que en estos días comienza a grabarse la telenovela Guardaespaldas, título provisorio de un material que por el momento también se llama Amor en custodia. En cualquier caso, la historia de esa "tira" es la de Soledad Silveyra, empresaria rica y despótica, que contrata a Osvaldo Laport como custodio personal, relación de la que luego derivarán otras cosas. La pareja formada por un guardaespaldas y su patrona ha sido varias veces una rendidora materia prima para el cine, como lo saben quienes hayan visto a Kevin Costner y Whitney Houston o bien a Nicolas Cage y Shirley Mac Laine, por nombrar a algunas de esas fórmulas basadas en el entretelón sentimental que puede surgir del vínculo laboral entre joven aguerrido y señora rica.

Ahora las emociones del público dependerán de la gradual atracción entre Silveyra y Laport, pero también de las instancias iniciales en las cuales ella seguramente dominará (y quizás humillará) a su gimnástico subordinado. Se trata de respetar al pie de la letra las reglas del novelón sobre las cuales se edifica un género como la telenovela, abastecido por secretos inconfesables, maternidades clandestinas, filiaciones sorprendentes, contrastes de opulencia y pobreza, discusiones con personajes malvados, amenaza sobre el galán de parte de alguna vampiresa y apoteosis final de la pareja protagónica, a menudo ante el altar mayor de alguna basílica. Rara vez se traiciona esa hilera de rasgos que se reiteran con variantes a lo largo de cualquier telenovela argentina, venezolana, puertorriqueña, mexicana o colombiana. Los brasileños resultan un poco más sofisticados en la materia, porque suelen armar culebrones de diseño coral, con media docena de personajes algo más creíbles que los de la televisión de sus vecinos latinoamericanos.

Telefé ha hilado astutamente para lanzar Guardaespaldas, porque Silveyra y Laport ya formaron pareja en Campeones, un cercano antecedente de la temporada 1999-2000, y ampliaron esos márgenes de popularidad protagonizando en teatro El cuarto azul de David Hare, que como se sabe es una pieza contemporánea dividida en episodios donde el único par de intérpretes se desdobla en diez personajes, cuyo origen debe buscarse en La ronda, una ácida comedia que el austríaco Schnitzler estrenó a comienzos del siglo XX. Algunos recordarán que el anzuelo comercial de El cuarto azul era el desnudo que debía hacer la pareja de actores y que se hizo famoso cuando lo inauguró poco antes en Londres la australiana Nicole Kidman. Luego de Campeones, Silveyra y Laport hicieron otras cosas: él encabezó el reparto de Soy gitano mientras ella figuraba como madre de Natalia Oreiro en El deseo, paseando una sensualidad ya cincuentona.

La actriz había subido velozmente al estrellato cuando fue la figura central de Pobre diabla, una telenovela de éxito descomunal, pero mantuvo esas alturas en los años posteriores, cuando Alberto Migré le sirvió en bandeja Rolando Rivas taxista. Mientras prolongaba en televisión su carrera profesional, Silveyra hizo también abundante teatro, incluso en un nivel de gran repertorio donde han figurado desde dramas germánicos (Madre Coraje) hasta vodeviles franceses (La pulga en la oreja). Lo peculiar de la actriz es haber conservado hasta hoy la frescura y el desenfado que fueron su carta de triunfo en los años 70: gracias a esa perdurabilidad, nunca le faltó trabajo (hasta condujo el "reality show" de Gran hermano) y supo extender sus ejercitaciones al cine, en el que tuvo alguna labor interesante dentro de alguna película bien hecha (Los últimos días de la víctima, por ejemplo).

El uruguayo Laport también ha tenido su auge. Pertenece a ese grupito de compatriotas que se abrió camino en el mercado argentino y ha sabido mantener su rango estelar a lo largo de unos cuantos años, aunque los motivos de ese estrellato puedan haber sido tan inefables como Más allá del horizonte, con su ambientación de fines del siglo XIX que parecía ubicada a medio camino entre Juan Moreira y Scarlett O’Hara. Pero las telenovelas, con o sin Laport, tienen su código y no hay más remedio que sujetarse a él si se aspira a obtener el apoyo del público, aunque se corra el peligro de repetir contenidos y culminaciones hasta el cansancio. Probablemente Guardaespaldas tendrá su broche luminoso y la pareja romántica podrá casarse aunque sea discretamente y por civil, como corresponde al nivel socioeconómico y a la edad física del personaje femenino.

Ya habrá un margen de público preparando el sillón delante de la pantalla casera para ver qué caracoleos le toca recorrer a los héroes de Guardaespaldas. Mucha gente sabe dejar de lado cualquier ocupación para sentarse a seguir prolijamente una telenovela, aunque se estire a lo largo de un año y aún de dos años. Esa gente no es sólo rioplatense, no es sólo latinoamericana: ciertas telenovelas también hacen furor en países tan remotos como Rusia, Israel o Noruega. Por algo será: quizá por lo que una crítica norteamericana dijo hace años sobre la televisión. Esa crítica se llamaba Pauline Kael y señaló que la gente la veía no porque fuera aceptable sino "porque se ubica en el último escalón de la tolerancia del público". Pero aunque sea así, esa tolerancia también le sirve a las cadenas de televisión: al fin y al cabo, los guardaespaldas están a la orden del día en un mundo actual donde los ejecutivos más importantes disponen de una tropa de custodios, con un jefe al frente y doce o quince integrantes. Por aquí, sin embargo, es probable que Silveyra se conforme con tener a Laport.

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