HISTORIA

Esta nota podría comenzar con la referencia a capítulos icónicos, con una de esas frases memorables que quedaron instaladas en la memoria colectiva rioplatense —más de una, irreproducibles en estas páginas— o simplemente con la excusa: se cumplen 20 años del estreno de Los Simuladores, la serie argentina más importante de todos los tiempos, y acaba de oficializarse que habrá una película y llegará en 2024.

Sin embargo, la puerta de entrada será otra y tendrá tres accesos. Uno, el video que el productor y creador de contenidos argentino Fede Bareiro le dedicó a la música de la ficción de Damián Szifrón. Otro, el video del youtuber Navaja Crimen, también argentino, en el que hace dos años se imaginó cómo podría ser una película de estos cuatro antihéroes citadinos. Y el último, una referencia fugaz en una canción del último disco de la banda uruguaya Eté & Los Problems; el tema es “Fundación” y la frase, un grito deformado que suplica “Esperemos a Tito”.

¿Por qué? Porque Los Simuladores es una marca, una huella en la cultura popular del Río de la Plata. Porque está, dos décadas después de su estreno, en todos lados: en la estética, en la música, en los memes que alguna millennial comparte en redes sociales e incluso en una caminata sincronizada y coronada con un pequeño saltito. Es probable que más de un lector la haya practicado.

Si Okupas, que en 2021 se renovó como fenómeno gracias a su estreno restaurado y remasterizado en Netflix, fue la foto de un momento de crisis, desesperanza y marginalidad, Los Simuladores fue un punto de fuga. El escape que un país, o dos o varios, necesitaban para evadirse de tiempos turbulentos: la realidad de comienzos del milenio era demasiado dura, demasiado pobre y demasiado conflictiva como para no abrazar la cuota de anestesia que daba, gratis, la televisión abierta.

Entonces en marzo de 2002, hace hoy exactamente 20 años, se estrenó en Telefé una serie de Damián Szifrón, que para entonces tenía unos 27 años y un único antecedente, la película El fondo del mar protagonizada por el uruguayo Daniel Hendler y premiada en festivales internacionales; Relatos salvajes estaba bastante lejos. Creada, escrita y dirigida por él, se centraba en un grupo de hombres que se dedicaba a resolver problemas y caminaba bajo la lluvia al ritmo de un clásico de Astor Piazzolla. La épica de aquella presentación todavía se conserva.

La pandilla la integraban Federico D’Elía como Mario Santos, el encargado de organizar unos planes complicados; Alejandro Fiore como Pablo Lamponne, el de la técnica y las herramientas; Martín Seefeld como Gabriel Medina, experiodista y responsable de investigar a clientes e involucrados en cada operativo; y Diego Peretti como Emilio Ravenna, el actor. Los acompañaba Betún, el ovejero alemán de Lamponne, y algunos secundarios entre los que figuraba una suerte de brigada B.

Juntos montaban las simulaciones más complejas para subsanar problemas a veces mínimos: estudiantiles, maritales, familiares; y otros más delicados. Sus métodos eran poco ortodoxos y en general rozaban la ilegalidad, pero al espectador no le importaba: ver cómo cuatro hombres comunes llevaban adelante una de las empresas más singulares de la época era inevitablemente fascinante.

Los Simuladores duró apenas dos temporadas, 23 capítulos (el último es doble) que sirvieron para completar una historia redonda. Dejaban de trabajar juntos cuando uno se enamoraba y tomaba la decisión de apartarse del grupo; en eso estaban cuando los vimos por última vez.

Para cuando regresen a la pantalla, habrán pasado 20 años de su despedida, que fue a comienzos de 2004. La película anunciada por Paramount+, la plataforma de streaming que albergará la serie, se avisa con un “despliegue y presupuesto sin precedentes” para el cine argentino. Es lo menos que puede pretender el regreso de una historia que empezó con un piloto financiado por los propios protagonistas.

Lo poco que se sabe, más allá de que la vuelta será con los cuatro actores originales y con el director original, es el deseo manifestado por el propio Damián Szifron: “Ojalá podamos ofrecer una película que conserve la frescura de la serie original, incorpore la madurez de la experiencia acumulada y exprese alguna idea valiosa con la potencia, la belleza y la calidad cinematográfica que merece”.

Lo que queda, a partir del anuncio, son dos años de espera y un sinfin de posibilidades entre las que cabe, por ejemplo, pensar cómo una historia que no tuvo personajes recurrentes femeninos salvo por la madre de Ravenna, se plantará en plena revolución de los feminismos.

Queda saber cómo ese uso de la música analizado por Bareiro se actualizará a la era de los ritmos urbanos y el rescate de la raíz. Queda por verse si, como planteó Navaja Crimen, en este regreso los simuladores tendrán que solucionar de una vez por todas un problema propio, ese que los haga salir del ostracismo para demostrar que todavía tienen la magia y aquella química intactas.

Y queda por descubrirse si habrá frases —como aquella que le decían a Lampone de niño, como la de “¿No hay un piquito para mí?”, como alguna relacionada a la actividad sexual de un adolescente o como ese “Esperemos a Tito”, que un director de orquesta identificó en el canto de las ballenas y que terminó en una canción de Los Problems— que, 20 años después, logren seguir en el refranero popular.

Pero el desafío mayor es otro. ¿Podrá la mejor serie de la televisión argentina, convertirse en una película capaz de complacer a los miles que llevan años y años esperándola? El riesgo parece mucho, pero seguro hay alguien capaz de solucionar semejante problema. Por qué no, un grupo de veteranos con gabardina, tango de fondo y un talento inusual para fingir, fingir hasta lograrlo.