Mike Hale - The New York Times
Los intentos recientes de los servicios de streaming de resucitar la comedia romántica de larga duración con artistas de renombre como Anne Hathaway, Nicole Kidman y Brooke Shields han tenido el mismo problema: fueron horribles. El toque apagado de mediocridad vergonzosa se podía sentir de inmediato. Se podía escuchar el fracaso de lejos.
Preparados para la decepción por esas películas, la diferencia se siente de inmediato con la nueva serie de comedia romántica de Netflix "Nadie quiere esto": no es mala. Los chistes funcionan. La historia avanza. Las personas que aparecen en ella son bastante reales: pueden hacer cosas caricaturescas, pero no son dibujos animados. Kristen Bell y Adam Brody, que interpretan a la pareja central, son encantadores y trabajan bien juntos. Se ha tenido cuidado en la representación de una Los Ángeles deslumbrante y crepuscular que recuerda a una era anterior e indeterminada de la comedia romántica: los años 70, los 90, en algún lugar por ahí.
Creada por Erin Foster, actriz y escritora e hija del gigante de la industria musical David Foster, Nadie quiere esto (que es la segunda serie más vista en Uruguay, detrás de "Envidiosa") tiene éxito al mantenerse fiel a su género. No es una curiosidad nostálgica (los personajes y los ritmos de sus interacciones parecen actuales, al menos para los estándares de Hollywood), pero hay una continuidad reconfortante con cosas que ya viste y te gustó. Los movimientos familiares se ejecutan con confianza y una cierta cantidad de estilo.
Esa fluidez suave de comedia romántica, y la sensación que inspira de que aquí hay algo que nos hemos estado perdiendo, es lo más notable de "Nadie quiere esto". La historia, inspirada en las propias experiencias de Erin Foster como podcaster y como participante en la escena de citas de Los Ángeles, es funcional, en gran medida estándar de comedia romántica, pero con algunas irregularidades.
Bell interpreta a Joanne, que trabaja como una chica mala, sarcástica, mientras aparentemente se gana la vida haciendo un podcast de sexo y relaciones con su hermana, Morgan (Justine Lupe). En una cena, Joanne, que no es religiosa en absoluto, conoce a su temperamental opuesto, Noah (Brody), un tipo serio, conmovedor y extraordinariamente considerado que resulta ser rabino (a veces lo llaman el rabino sexy, lo que recuerda al sacerdote sexy de Andrew Scott en Fleabag).
Son completamente inadecuados el uno para el otro, como todos los demás personajes les dicen en voz alta e insistentemente (de ahí el título). Morgan, que tiene citas constantemente, está en contra de Noah porque tiene miedo de perder a su hermana, sin mencionar que además tiene miedo de que la supere; para agregar una capa de complicación, Morgan también está convencida de que si Joanne encuentra la felicidad, arruinará su podcast.
Mientras tanto, del lado de Noah, la familia y la congregación se preparan para luchar contra la mujer que amenaza con robarles a su niño de oro.
A lo largo de 10 episodios de media hora, la historia serpentea un poco, sin la propulsión de crisis constante típica de las comedias románticas, pero las partes constituyentes son casi siempre divertidas. Mientras Joanne y Noah se ven alternativamente empujados y separados por las presiones externas, así como por sus propias diferencias, nos deleitan con escenas como la vergonzosa visita a una tienda de juguetes sexuales; o las confusiones que surgen cuando alguien entrega de un plato de cerdo a quien por razones religiosas no come esa carne. Nada nuevo, pero de alguna manera reconfortante en su familiaridad.
Lupe y Timothy Simons, como el hermano casado de Noah, son buenos secundarios en una comedia romántica. Y Bell y Brody, que ya han hecho este tipo de cosas antes, son una pareja maravillosa.
La crítica a "Nadie quiere esto", y es legítima, es que es muy superficial: te reís, tenés un par de momentos “Awww” realmente buenos y seguís adelante. Pero eso también es parte constitutiva del ADN de la comedia romántica.