Lostes de otro mundo. Y eso no refiere a su escenario o sus libertades narrativas. Evidencia: la primera temporada se estrenó en 2004 y de eso hace mucho más que 20 años. No existía el streaming, por ejemplo, y Lost era de un canal abierto, NBC, que salió a pelear por una penetración cultural global a la que por entonces solo accedía el cable.
Lo que la cadena necesitaba era un fenómeno viral, aun antes de que existiera lo viral. Una serie lo suficientemente atractiva y disparatada como para convertirse en un producto de culto, un hito cultural, una experiencia comunal inevitable.
Lo consiguieron y recuperaron sobradamente los 13 millones de dólares que costó el piloto, una enormidad de plata para una serie. Se estrenó en setiembre de 2004 y ya desde el comienzo fue un evento televisivo; otro fue Amas de casa desesperadas que se estrenó casi simultáneamente.
Lost consiguió además 10 premios Emmy repartidos en sus seis temporadas, de las cuales la última claramente desilusionó a la parcialidad.
Está, completa, para ver en Star+, así que capaz que conviene solo alertar y no espoilear. Básicamente es la historia de un variopinto conjunto de náufragos, sobrevivientes ilesos de un accidente aéreo: el Boeing en el que iban se dio contra una isla en el medio, literalmente, de la nada.
El planteo era bastante coral y todos los personajes (blancos, pero ya llegaremos a eso) tenían cierto desarrollo, voz y voto. El trío principal eran el doctor Jack (Matthew Fox), Kate Austen (Evangeline Lilly) y el intrépido Sawyer (Josh Holloway), pero ahí estaban el prepotente Locke (Terry O’Quinn), el misterioso Ben Linus (Michael Emerson) o el fugaz Michael Dawson (Harold Perrineau), por nombrar solo algunos. A ellos se sumarán personajes recurrentes y ocasionales porque el lugar, uno se entera enseguida, no es todo lo tranquilo que parece.
Así, como un La isla de Gilligan pero con detalles menos simpáticos, la serie seguía los intentos de los náufragos por salir de la isla, sobrevivir a la estadía y, ya que estaban, entender por qué les estaba pasando lo que les estaba pasando.
La respuesta se demoró seis temporadas y la explicación fue, digamos, bastante trivial, por no decir pobre. A esa altura, igual, parecía imposible resolver tanta acumulación de Iniciativa Dharma, un oso polar en una isla tropical, humos misteriosos, una escotilla, saltos temporales y espaciales y la rutina laboral de Desmond, uno de esos tantos personajes que aparecen sin mucha explicación, y cuya obligación es salvar al mundo de la hecatombe.
Lost era una serie ambiciosa que alentaba planteos filosóficos, debates científicos y que respetaba todo el protocolo del género. Más allá de esos chirimbolos es bastante tradicional y sus 25 capítulos por temporada son, hoy y a la distancia, un poco intimidantes.
En Uruguay se emitió en televisión abierta, en Canal 4, aunque con cierto retraso.
Lost fue creada por JJ Abrams (quien dirigió el piloto y se convertiría en uno de los directores más solicitados de allí en más) y Damon Lindlelof. Sin demasiada experiencia previa consiguieron un producto entretenido, bien hecho y disparatado. No siempre se dan esas tres cosas juntas.
Fue una de las primeras series en generar un consumo compulsivo (inauguró el anglicismo binge watching para definir esa condición) porque fue una de las primeras en bajarse ilegalmente. En 2006 fue la serie más descargada en el sitio BitTorrent.
Ahora, un libro publicado en Estados Unidos (Burn It Down de Maureen Ryan) sobre acosos, abuso y los modales de las producciones de Hollywood. revela que un éxito así se hizo en un ambiente tóxico, discriminador, creativamente intimidante y con demasiados daños (psicológicos) colaterales.
La revista Vanity Fair publicó íntegro el capítulo dedicado a la serie. Allí se habla de la molestia de Perrineau, por ejemplo, por una narrativa que privilegiaba la historia de los personajes blancos e incluso dejaba a él, que es afroestadounidense, y a otros a un costado en las promociones.
Perrineau no está en la foto que ilustra esta nota: sus cuestionamientos lo dejaron afuera en la tercera temporada.
Esa clase de actitudes y la poca tolerancia a las críticas hizo que el ambiente de trabajo se volviera tóxico. Chistes ofensivos y un aire de autocracia ganó el set. La sala de guionistas era muy agresiva, una situación alentada desde la patronal.
En el libro, Lindelof reconoce que falló en el tema liderazgo. Otros, como el productor Carlton Curse, cuya llegada al proyecto comenzó a traer problemas, no están tan dispuestos a reconocerlo.
Para una serie convertirse en un fenómeno debe haber controversia, parece. Y Lost, tan original como era, no escapa a la regla.