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¿Cómo es el final de "La casa de papel", la serie que revolucionó la ficción en español?

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Estocolmo (Esther Acebo) y Denver (Jaime Lorente) en "La casa de papel 5". Foto: Tamara Arranz/Netflix
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TAMARA ARRANZ

RESEÑA

Netflix lanzó el viernes los últimos cinco episodios de la serie española que demostró que éxitos así de masivos eran posibles más allá de Estados Unidos

El atraco ha terminado. Los últimos cinco episodios de La casa de papel llegaron a Netflix el viernes, y con ellos, el remate de una historia que supo ser furor, blanco de críticas e inspiración de réplicas y parodias. En poco más de seis horas se completó el desenlace de la mayor serie hispana en tiempos de streaming.

A eso no hay con qué darle. Después, será el tiempo el que dirá cuánto perdurará en la memoria de los fanáticos, cuánto quedará más allá de una iconografía poderosa y frases para estampar en remeras. Será el tiempo el que dirá si en 10 años, 20, 30, esta creación de Alex Pina de la que tanto se ha dicho y escrito en el último lustro se meterá en alguna lista de las mejores producciones de la historia.

Pero en la era de la imagen, tendencia y nivel o lo que es lo mismo, tamaño y calidad, (casi) nunca van de la mano. Mencionarlo es, a esta altura, más lugar común que reflexión de mediana relevancia y para muestra, Game of Thrones, la aventura televisiva más grande jamás contada y al final opacada y malherida por sus propias ambiciones.

La casa de papel es de esas. La historia reciente la reconoció como la serie de habla no inglesa más vista en Netflix en todos los tiempos, y es posible que la constante repetición del dato le haya hecho mella a la dimensión que se le debería dar. Para setiembre de este año, la española era la sexta serie más reproducida en la plataforma de streaming y la segunda si se tomaban en cuenta las horas de visualización acumuladas: 619 millones.

A un acontecimiento de esa magnitud había que darle un cierre a la altura y para eso, el servicio optó por partir en dos la temporada final. La primera mitad llegó hace tres meses para dejar a fanáticos y atracadores, con la muerte de Tokio (Úrsula Corberó) atravesada en la garganta. Y la definitiva apareció el viernes para confirmar que aquel chip que Cris Morena le implantó a toda una generación rioplatense, la promesa de que todo es tuyo si querés, vale para cualquier cuento de hadas, para cualquier truco.

El marketing digital ha impuesto la idea de que hoy todo entra por los ojos y de que con un paquete bonito se puede vender cualquier cosa. Algo de eso hizo al éxito de La casa de papel, que con un uniforme y una canción tejió la red con la que atrapó a sus miles de fanáticos. Pero también hay una justificación basada en las grandes pasiones de la literatura, el arte, el cine: la figura del antihéroe, el dilema de buenos y malos, y el amor como una fuerza con la que se pueden sostener imposibles.

Son los tres pilares que sostienen este desenlace y a los que los diálogos vuelven una y otra vez. La voz en off de Tokio sigue relatando más de lo mismo, y aunque la promesa haya sido de mayor profundidad emocional, el sentimentalismo se limita a una superficie de lágrimas y discursos de impostado tono esperanzador y exagerada épica.

Lo mejor se ciñe una vez más a Berlín y El Profesor (Pedro Alonso, Álvaro Morte), dos personajes que completan sus historias de origen y se encargan de aclarar que a pesar de todo el aire antisistémico y revolucionario, su causa es el legado de una familia de ladrones. “Soy un ladrón, hijo de ladrón, hermano de ladrón y espero algún día ser padre de ladrón”, dice en un momento El Profesor y a su pareja, Lisboa (Itziar Ituño) la gana la emoción. La que alguna vez fue la inspectora de policía más feroz de toda España se ilusiona, ahora, con la posibilidad de contribuir a un legado criminal porque en la serie, robar es cosa de valores y el amor es así: lo justifica todo.

"La casa de papel 5". Foto: Tamara Arranz/Netflix
"La casa de papel 5". Foto: Tamara Arranz/Netflix

Pero además, los cinco capítulos finales giran alrededor de la figura del truco de ilusionismo. ¿Porque de qué otra manera se le puede robar la reserva nacional al Banco de España, o sea 90 toneladas de oro, sino es con un poco de magia?

Esa es la misión que le quedaba por concretar a esta banda que, en su origen, quería asaltar la Fábrica de Timbre y Moneda para después dejar el negocio. Lo del Banco Nacional fue un extra, una obligación para tratar de rescatar a uno de los suyos, Río (Miguel Herrán), capturado y torturado por fuerzas policiales. Y de ahí en más todo se fue de las manos.

Está claro en esas líneas que La casa de papel se alargó más de la cuenta y agregó personajes, subtramas y giros para llegar hasta aquí, donde los guionistas no tenían más que hacer que ingeniárselas con un final a la altura de las circunstancias.

Y las circunstancias son las de una serie que se hizo gigante por el entusiasmo con el que la audiencia la recibió una vez que llegó a Netflix. Ese calor justificó que la trama se estirara, que el presupuesto aumentara y que fuera de España, el mundo del audiovisual supiera que era posible conquistar el planeta lejos de la órbita estadounidense. Cabe preguntarse si El juego del calamar hubiese arrasado como arrasó sin un antecedente así. Los uniformes, el uso de color, las máscaras, la tensión de poder entre marginados y millonarios y hasta una canción popular puesta en nuevo contexto (la de “Luz roja, luz verde”) podrían facilitar la respuesta.

El final de La casa de papel es, entonces, una gran puesta en escena a la medida de los fanáticos y es difícil pensar que alguno quedará disconforme. Es una salida elegante, épica y libre de tragedias, que en el medio habilita proezas inviables —¡si hasta se roban una bomba para extraer petróleo!— y muchos guiños a los primeros tiempos, como una celebración grupal al ritmo de “Bella Ciao” (ahora en clave pagode) o el baile que Estocolmo (Esther Acebo) le devuelve a Denver (Jaime Lorente) en una cámara acorazada, a cuenta de uno de la primera temporada.

Y repite un uso impecable de la música, que manipula las emociones a piacere y es tan capaz de preparar una escena de comedia mientras suena “Ça plane pour moi” de Plastic Bertrand, como de golpear bajo con Coldplay y su “Fix You”. El viaje se sintió pesado más de una vez, pero las buenas canciones siempre fueron una forma de alivianarlo.

Y ahora, el atraco ha terminado. La despedida fue con drama, tensión, engaños, contratiempos y unas cuantas sonrisas que, al otro lado de la pantalla, serán correspondidas por los que la mirarán sabiendo que es hora de despedir a una vieja amiga.

Después, el tiempo dirá qué lugar le dará la historia a La casa de papel. Hoy se va en sitial privilegiado.

"La casa de papel". Foto: Netflix
"La casa de papel". Foto: Netflix

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