¿Qué harías si te enteraras de que el entrañable dueño del cine de tu pueblo, donde pasaste horas y horas jugando a ser cineasta con tus amigos, en verdad es un pederasta que abusó de decenas de menores durante décadas? Eso se preguntó el periodista, youtuber y cineasta catalán Carles Tamayo, la mente detrás de la miniserie documental Cómo cazar a un monstruo, reciente fenómeno de Prime Video.
Durante su adolescencia, Carles pasó muchas jornadas viendo películas, organizando eventos y compartiendo vida con Lluís Grós, el propietario de La Calandria, un humilde cine de barrio en El Masnou (Barcelona). No solo Carles le tomó cariño a Lluís, sino toda la familia Tamayo. Jamás hubieran imaginado que ese sujeto de aspecto bonachón, amplio conocimiento en filosofía y cine y particular “generosidad” para ofrecer sus primeras experiencias laborales a adolescentes, ocultaba una oscura cadena de abusos a menores de edad desde —según hay registro— los años 80.
La vuelta de tuerca de esta historia está en quién pide que se filme un documental: el propio Lluís Grós. Y es que, a pesar de haber sido juzgado y condenado por la Justicia a 24 años de prisión, Grós, aún en libertad, contacta a Carles para que haga un documental que demuestre su “inocencia”. Al principio, Tamayo se niega rotundamente a “blanquear” la imagen de un hombre con tal prontuario de delitos a sus espaldas. Pero pronto advierte que filmar al “monstruo” quizás sea la única herramienta para llevarlo a cumplir su condena.
“El documental no va de ‘yo engaño a un pederasta y le digo que voy a hacer un documental que me está pidiendo’”, cuenta Tamayo en su cuenta de Youtube, detallando el detrás de escena de esta investigación. Y es que, después de filmar el momento en el que advierte al protagonista que no hará el proyecto con las condiciones que este le pide, el joven asume que no volverán a encontrarse.
Sin embargo, al ver que transcurren los meses y Grós no entra a prisión —a pesar de tener una sentencia firme—, Carles entiende que cada día que Lluís pasa en la calle lleva a los afectados a vivir en una permanente revictimización.
En tan solo tres episodios, el periodista se aproxima de una forma casi absurda a la mente del agresor: comen juntos, salen a pasear y miran fotos del pasado. Grós, en su realidad paralela, va desvelando poco a poco que los actos por los que fue condenado apenas son la punta del iceberg de todo lo que hizo, no solo dentro de su cine barrial, sino como referente y miembro activo de la Iglesia. Y lo que es peor: el pederasta trama un plan casi perfecto para no tener que ir nunca a prisión.
“Mi reflexión es: ¿cómo tiene que ser la vida de alguien para que su vida cotidiana dé terror?, ¿cómo tiene que ser su día a día para que a la gente, al verlo, le dé miedo? ¿Qué clase de persona debes ser para que tu rutina, algo tan normal como pasear y contar chistes, deje a la gente con mal cuerpo? Este es uno de los objetivos de este documental. Que quede claro que tu vecino, el gerente majo del cine que siempre abre las puertas, en realidad esconde una cara muy oscura”, sentencia el cineasta.