Primavera y otoño habrían muerto

ANTONIO LARRETA

Hace unos días, se dio fríamente y sin escándalo la noticia de que pasaremos en algún momento de este invierno gélido a un verano tórrido como el que sufren hasta ahora en el hemisferio Norte. Se acabaron el otoño y la primavera según los expertos.

No he visto ningún comentario, no he oído ninguna reacción. Como en todo duelo, la reacción de los deudos es un índice de su dolor o de su indiferencia. El silencio absoluto puede interpretarse como una forma del estupor o la desesperación. (Significado de esos dos términos, según el diccionario: de estupor, trastorno consistente en la disminución de las facultades intelectuales, acompañado de un aire de asombro o de indiferencia; de desesperanza, estado del que no tiene esperanza, o la ha perdido).

Me pregunto: ¿estamos estupefactos, que es un paso hacia la estupidez? ¿o estamos desesperanzados, que es un paso hacia la resignación?

Personalmente, elijo llorar. Ante lo inevitable, elijo llorar por el otoño y la primavera perdidos para siempre. Y no pienso en mí, que me queda poco para perder, pienso en la historia del hombre, en lo maravilloso, lo sagrado, que era (¿qué fue?) la sucesión de las estaciones, en la delicia melancólica del otoño, en el estallido salvaje de la primavera, en su duración misma que cantaron los poetas, capturaron los pintores, interpretaron los filósofos.

Un poeta inglés, creo que era Eliot, acuñó una frase misteriosa: dijo que abril era el mes más cruel. (April is the cruelest month en el original). Shakespeare llamó a su comedia más famosa, con su toque de magia Sueño de una noche de medio verano, porque eso significa ese "midsummer" en que convocó a los cómicos con las hadas y los elfos para la diversión y la emoción de la humanidad entera. Botticelli se atrevió a darle un cuerpo y un rostro a la misma primavera. Stravinsky concibió su despertar. Jane Austen registraba como solo una inglesa puede hacerlo el advenimiento de cada estación. Los "lieder" de Schubert son un canto al movimiento de la Naturaleza en torno al hombre.

Con el invierno interminable y el verano aplastante todo eso se convertirá en un viejo jeroglífico de un pasado felizmente superado.

Al fin y al cabo todo se arregla con encender el aire acondicionado que llegará a tal refinamiento que algún artista inspirado podrá reproducir en el futuro el final de nuestra época y el ridículo de nuestra nostalgia.

Post Data: En los comienzos del sonoro, se filmaron en España y creo que en México (ay, las consultas a Alsina) películas en castellano, entre las cuales hubo algunas dirigidas por Martínez Sierra, a la vez director del Teatro Eslava, que era una suerte de "teatro de arte", con el cual colaboró varios años nuestro Barradas.

Pues bien, también Martínez Sierra escribía comedias, además de traducir a Sir James Barrie, y una de ellas se llamaba Primavera en otoño, que era sobre una señora mayor -entonces tendría treinta y cinco años- que se enamoraba de un jovencito, castamente por supuesto, pero igual se le movía el piso.

Pues bien, la llevó al cine, con su mujer y primera actriz, refinada comediante, llamada Catalina Bárcena. Vivió hasta muy viejita y recordaba con mucho cariño a Barradas.

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