Por Rodrigo Guerra
*
Rossana Taddei atraviesa una etapa clave. A cinco años de la publicación de Cuerpo eléctrico, su último disco hasta la fecha, está recopilando canciones para decidir cuál será su siguiente paso discográfico. “Es difícil ponerlo en palabras”, aclara antes de esbozar una explicación. “Estoy componiendo desde el sitio de interacción entre el afuera, que me trae algún mensaje, y el adentro, que conecta con la emoción de contemplar lo que sucede. Es un espacio bastante intuitivo pero que también tenés que buscar”.

“Reparación”, que grabó durante su show del año pasado en el Teatro Solís y está disponible en plataformas digitales, es la primera muestra de esta dinámica. La compuso una mañana y se la cantó a sí misma unas cuantas veces. El efecto, podría decirse, fue similar al de un mantra o una canción de cuna. “Si todo lo que digas al romper el silencio, / Se hiciera poesía, / Que inspira y nutre el cielo / Las aves sonreirían al volar a su encuentro / Los árboles y todo el verde de este suelo / Escucharían atentos, el mensaje en el tiempo”, dice la letra.

Allí, Taddei canta con delicadeza mientras se acompaña de los arpegios de su guitarra. El clima se completa con la sutil percusión de Gustavo Etchenique, las profundas líneas de bajo de Alejandro Moya, y los teclados y la trompeta de Gastón Ackermann. “Reparación” tiene una intención terapéutica, un abordaje íntimo y un efecto abrazador. “El mensaje es muy claro y directo. Habla de poder repararnos luego de salir de una situación mundial en la que todos salimos un poco fragmentados”, dice en referencia a la pandemia. “Cuando llegó, lo escribí de un tirón, y si lo podemos resumir, habla de la ley de causa y efecto”.

“Reparación” es apenas un ejemplo de esta etapa introspectiva en la que ya delineó el repertorio necesario para alimentar el disco que planea publicar el año que viene. Si bien no todas las canciones están grabadas, sí presentó varias de ellas durante la gira Mueve 2023, con la que ya recorrió varios escenarios del interior. Esa instancia, que en diálogo con El País, define como “ensayo abierto”, ya es una costumbre en su carrera. Sin embargo, esta vez decidió sacarle el máximo provecho.

“Cuando aparece una canción nueva, primero me dan muchas ganas de compartirla con mi círculo más cercano y luego siento que tengo que cantarla en vivo. Es un método que desarrollamos para que las composiciones se vayan construyendo y se terminen de amoldar en el camino”, explica.

Este jueves, cuando se presente en la Sala Zitarrosa junto a su banda (entradas en Tickantel a 800 pesos), el público podrá ser parte de esa instancia de absoluta novedad. La dinámica, explica, es la siguiente: “En cada toque, cuando veo que se generó una comunicación cercana con el público, siento la confianza como para tener la complicidad de decir: ‘Tenemos una canción nueva, ¿quieren que la probemos?’. Si la gente acepta, la tocamos y al final les pregunto si les gustó. Por ahora, siempre hemos tenido respuestas positivas”.

Para ella, este tipo de intercambios definen el camino que tomarán sus canciones. “Es algo muy fuerte desde el punto de vista emotivo porque te queda el recuerdo de ese momento en que la tocás por primera vez”, dice, y enseguida relata algo que le sucedió en Piriápolis: “Esa noche, el público entró en empatía con esa situación de haber compartido algo que no tenía antecedentes y fue cómplice de ese momento tan lindo”.

La canción, que aún no tiene nombre, nació en Novazzano —el pueblo suizo donde pasa gran parte del año— durante un viaje en bicicleta. “Me fui hasta una pradera inmensa que tiene un único árbol. Sentí que me llamó para que me sentara bajo sus hojas y cuando dejé mi bicicleta se me aparecieron dos mariposas que iban y venían como si estuvieran bailando”, relata.

La imagen la conmovió. “El vuelo de las mariposas es irregular, pero es en esa irregularidad y en el diálogo entre ellas que se genera una danza que me hizo pensar en el ritmo de vals. Así que saqué mi celular y canté una frase que dice: ‘Llega ella, una mariposa veloz (...) Llega ella, va recortando el viento’. Luego se la canté a ‘Cheché’ (Gustavo Etchenique) y a él se le ocurrió pasarla a una bulería, que es otra rítmica, y le incluimos palmas y una melodía de introducción que le da paso a la guitarra y el bajo”, cuenta.

Hasta ahora, solo la interpretó en Piriápolis, pero adelanta que es posible que la repita este jueves en la Sala Zitarrosa. Por supuesto, el recital incluirá clásicos de su repertorio como “Poder sonreír”, “Luz que llega” y “Uruguay”. Esta última, originalmente editada en Saliendo el sol (2004), se consolidó como un momento fundamental de sus recitales. “Es un paréntesis de improvisación en el espectáculo y abre portales de automotivación y adrenalina”, define. “Es un laboratorio y un espacio vital para nosotros”.

El show de la Zitarrosa —enmarcado en el ciclo Marea, dedicado a mujeres y disidencias de la música y el audiovisual— cargará con una energía especial porque, además, se tratará del cierre de su gira antes de volver a Suiza. Se presentará en ese recinto porque fue sede de varios momentos clave en su carrera. Allí, por ejemplo, presentó Alas de mariposas, un disco de 2004 que, dice, “quedó guardado en un cajón”. “Lo presenté ahí e inmediatamente hice un viaje y no pude seguir tocándolo. Pero en noviembre tengo pensado volver a Uruguay con la intención de volver a presentarlo y subirlo a las redes”, adelanta.

Ahora, en la previa del concierto, dice: “Espero que se genere ese lazo y esa magia con el público, que seguramente suceda porque la sala tiene una técnica muy buena y siempre fluye todo bien. Vamos a estar relajados, tocando música y deseando que sea un concierto perfecto de principio a fin. Queremos generar compañía a través de la música para generar un intercambio nutritivo, favorable y amoroso para todos”.