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El grupo se presenta este sábado en Sala del Museo y sobre eso habla su director, el personaje que se presenta como Djinnluc Drago
La clave es recuperar el tiempo perdido y es, también, prestarse al juego sin ataduras. Es abrir la puerta a un mundo imaginario y aceptar la invitación a ser parte de una experiencia donde priman la fantasía, la nostalgia y, por qué no, también el misterio.
Ese es el marco en el que existe la Orquesta de las Mil Melodías, un original proyecto musical uruguayo en el que sus integrantes son personajes que visten de gala y se camuflan con antifaces. En los papeles, se podrá decir que su fundador es Andrés Lazaroff, músico, cantante y compositor, líder del proyecto El Cuarteto del Amor e hijo del Choncho, un ícono de la música popular local. En la práctica, el que charla con El País se presenta como Djinnluc Drago y dice ser originario “del mundo de las ideas”.
A Djinnluc Drago, entonces, la orquesta se le representó por primera vez hace un par de años, mientras caminaba por las calles de Praga, en República Checa. Dice que el sol “daba naranja”, que descubrió un club de jazz y que entonces viajó a una idea que había tenido mucho tiempo atrás, de formar una agrupación de estas características. “Y por primera vez apareció, reflejada completamente, con los antifaces, la estética y hasta una canción”, cuenta. “Y esto es posta, eh”.
Entre aquella idea y la materialización del grupo hubo un camino “adrenalínico” en el que los integrantes de la orquesta aparecieron “solitos”, dice su director. “Fue realmente mágico”. Las primeras actuaciones fueron en el Teatro Stella y mañana sábado a las 21.00, la Orquesta de las Mil Melodías estará en Sala del Museo (Rambla y Maciel) con el espectáculo Luna en Razzmatazz. Quedan entradas en Abitab.
En vivo, la Orquesta ejecuta composiciones propias y “canciones que ya no se tocan más”, explica Djinnluc Drago. Con fuerte acento en la sonoridad de la década de 1920, lo que suenan son piezas de swing, jazz, foxtrot, charleston y rumba en español, inglés y francés. Todo se ejecuta e interpreta con una intención fresca y lúdica, pero sin perder la elegancia que es característica de estas propuestas de época.
El plantel es heterogéneo, oscila entre los 20 y los 40 años y reúne a músicos populares con otros de formación académica. Su responsable habla de “una mezcla alucinante” que tiene, con el grupo callejero El Cuarteto del Amor, una vinculación que se establece desde “la cercanía con la gente, lo onírico, la capacidad de traer de nuevo versiones idealizadas del pasado”.
Para este personaje que un día soñó con la orquesta y que ahora sueña con “abarcarlo todo” con ella —se proyecta tocando en teatros de París y en los bares más remotos—, toda esta propuesta escénica es compleja y desafiante pero disfrutable.
“Meterse en un personaje que transmita ensueño, nostalgia, melancolía, misterio, antigüedad. Esas son las consignas y así es como suena”, dice Drago, que aunque en esencia es miembro de familia de músicos y músico desde pequeño, tuvo que armarse como director desde el amateurismo. “Y hacer disfrutar a los demás, y disfrutar yo, ese es el por qué”.
Y aunque la pandemia del coronavirus impone otras reglas y obliga a la audiencia a estar sentados, este proyecto está pensado para que el espectador tenga una participación activa y comparta un mismo código: se vista de gala, se tome un trago y baile con amigos. “Porque esto está hecho para eso”, dice Drago. “Para disfrutar distendido”.