Gabriel Peluffo y su veta tanguera: a qué apunta con esta etapa y por qué Los Estómagos grabaron "Cambalache"

Este jueves, el cantante de Buitres llegará a Sala Zitarrosa con el espectáculo "Tangos y milongas", y en la previa dialogó con El País sobre su interés por explorar otra faceta musical.

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Gabriel Peluffo.
Foto: Francisco Flores.

Este jueves, Gabriel Peluffo llegará a la Sala Zitarrosa para celebrar una faceta cada vez más sólida: la del cantor de tangos y milongas. El histórico frontman de Buitres estará acompañado por los guitarristas Julio Cobelli y Poly Rodríguez, el bandoneonista Néstor Vaz y las cantantes Gabriela Morgare y Pilar Apesetche, en un concierto que reafirma el camino iniciado en 2017 con De barro y asfalto.

Aquel disco, grabado junto a los legendarios Jorge Omar y Carlos Cordone —guitarristas que acompañaron a Edmundo Rivero y otras figuras clave del género—, marcó el inicio de un recorrido que Peluffo transita con convicción. Este jueves sumará un nuevo capítulo.

Antes del show, va este diálogo con El País.

—En De barro y asfalto grabaste varias canciones que se volvieron clásicos del repertorio de Edmundo Rivero. ¿Cómo fue descubrir su obra? Imagino que contrastaba bastante con lo que escuchabas en ese momento.

—Sí... Ese descubrimiento no estaba separado de lo que era, para mí, el descubrimiento de la música en general. Siempre uso una analogía: cuando somos chiquilines, escuchamos una mala palabra en la escuela y creemos que la inventamos nosotros, que es parte de un código secreto... y resulta que es más vieja que un buzón (se ríe). Con la música pasaba algo parecido. Había canciones o artistas que descubríamos como si fuéramos los primeros en hacerlo. Y en cierto punto, lo éramos: éramos los primeros adolescentes en prestarle verdadera atención a una obra como la de Rivero, que no era un material viejo, sino una obra intermedia. Me refiero a esos discos de lunfardo que grabó en los años sesenta, donde fue a rescatar poemas de fines del siglo XIX y principios del siglo XX...

—Que hoy son referencia...

—Además, Rivero no solo los interpretó: también los arregló con una guitarra profundamente rioplatense, que es la de la milonga. Hay un vínculo directo entre eso y la sonoridad que representa hoy Julio Cobelli. Entonces, ese descubrimiento que parecía: “Esta mala palabra solo la sé yo”, en realidad era un hilo cultural muy profundo que une a Uruguay con Argentina. Es un lenguaje común. Yo no era consciente de eso en ese momento, pero me sedujo esa sonoridad. Tuve el privilegio de haber grabado con los hermanos Cordone, que vivieron esa época y tocaron con los grandes cantores, y de estar con Julio, que representa esa otra línea, la del Zitarrosa de los sesenta y toda esa pléyade de grandes guitarristas uruguayos de la época.

—¿Y cómo definirías el instante previo a lanzarte a cantar la primera sílaba, mientras el enramado de guitarras crea el clima? Da la sensación de que hay un ritual ahí.

—Sí, es eso. Y cuando uno se cría escuchando esa música, y tiene la avidez —de niño o adolescente— de apropiarse de ese lenguaje, los modismos, las cadencias... bueno, se transforma en algo natural. No se puede insertar a un fenómeno cultural como este a destiempo: hay que vivirlo.

—Una de las primeras canciones de Los Estómagos conecta muy bien con lo que decís: aquella versión de “Cambalache” que grabaron para el compilado Graffiti. ¿Cómo surgió?

—Fue en 1983, en un concurso de la canción en San José, que era algo completamente fuera de contexto para la realidad nacional de ese momento. Teníamos que presentar un tema inédito —que fue “La música está enferma”— y una versión. Pero en vez de hacer un tema de rock, agarramos “Cambalache” y lo hicimos rock. Fue un gran acierto.

—El mensaje estaba más vigente que nunca: “El mundo fue y será un porquería, ya lo sé”...

—El mensaje era fuertísimo, porque estábamos en una dictadura que agonizaba, pero que todavía estaba presente. Y fue en San José, en 1983, que no es menor. Pero bueno, obviamente nosotros no dimensionábamos lo que estábamos haciendo; era algo mucho más grande que nuestra intención, que era más bien: “Vamos a joder; a molestar un poco”(se ríe). Al final no fue solamente molestar: tenía un simbolismo mucho más grande, que se mantuvo. También le abrió la oreja a un montón de gurises a un tango que estaba enterrado para toda una generación.

—Un aspecto que destaco de tu faceta como intérprete de tangos y milongas es que, después de una larga trayectoria dedicada al rock, hayas elegido reinventarte. Eso implica volver a encontrar tu voz, trabajar con maestros y tener una mirada autocrítica para entender en qué aspectos hay que mejorar. Y, claro, no todos se animan. ¿Qué balance hacés de eso?

—(Se toma un instante) Bueno, dentro de mis múltiples personalidades, hay una que me dice: “¿Por qué querés hacer esto?” (se ríe). Pero también hay otra que, inevitablemente, me lleva a hacerlo. Además, es importante tener claro que la repercusión de esto no va a ser la misma que en el otro boliche... Pero tampoco fue esa la intención, como tampoco lo fue meterme en el circuito de cantantes de tango de Montevideo. El origen de esta idea fue tener un espacio íntimo donde expresar algo distinto y encontrar satisfacciones como cantante, manteniendo la dinámica de trabajar en grupo. También creo fervientemente que, si uno no rescata lo propio, en algún momento se termina disolviendo. Es algo que tarde o temprano va a pasar, pero yo siento el deber de decir: “Bueno, por nosotros no va a ser” (sonríe). Yo tengo la exposición pública, sí, pero lo más importante es Julio Cobelli, que es un guitarrista único en el mundo; sus alumnos, como Poly Rodríguez; y sus colegas, como Néstor Vaz. Ellos son mucho más importantes que yo, que soy el que la gente conoce.

—Y en cuanto al valor de reinventarse, que creo que ha estado presente en varios momentos de tu camino, ¿sentís que fue una constante consciente?

—Para esto también uso una analogía: me tenían atado, pero un día me solté, salí corriendo y nunca miré para atrás; solo para adelante. Ahora empiezo a mirar un poco para atrás, aunque no me gusta mucho, y me doy cuenta de que en estos 10 años con el proyecto de tangos y milongas se amplió muchísimo mi espectro de músicos, letristas y productores con los que estoy en contacto. Eso está buenísimo, porque partimos de un momento muy difícil, en el que el arte estaba mal visto y los artistas se miraban con recelo, porque no había confianza. Pasamos de eso a este estado completamente distinto, aunque también vivimos un momento cultural desafiante, en el que todo el mundo tiene que cantar una sola canción. Justamente, la idea no es abrir puertas, sino mantener lo que se tiene.

—Bueno, es importante que en tu trayectoria nunca fuiste parte de esa idea de “cantar una sola canción”. ¿Cómo lo analizás?

—Sí, totalmente. Es sumamente importante, y no hay otra verdad que cuando el hecho ocurre. La constancia no es un mérito en sí mismo, pero ya son 43 años subiéndome al escenario... Y eso es una forma de demostrar todo lo que digo. Este es un derecho que tengo, y hubo que ganárselo. No bajarse también es importante.

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