ENTREVISTA
Tras la reedición en vinilo de "Fines", el álbum clásico de Fernando Cabrera, el autor de "La casa de al lado" recordó junto a El País la historia de uno de sus trabajos más elogiados
“Esto es increíble”, dice Fernando Cabrera mientras sostiene la reedición en vinilo de Fines (1993), uno de los discos más importantes de su carrera. “Es un shock plástico y estético”, comenta sobre el diseño gráfico a cargo de Maca.
A casi 30 años de su publicación, Ayuí Discos llevó por primera vez al vinilo a uno de sus discos más finos, ese que incluye clásicos como “La casa de al lado” y “La balada de Astor Piazzolla”, y lo presentó con un sonido remasterizado y remezclado. A propósito de esta edición, Cabrera, que esta noche y mañana se presentará en Magnolio Sala, dialogó con El País y recordó anécdotas de uno de los trabajos más elogiados de su carrera.
—¿Qué pensás cuando te reencontrás con la tapa de Fines? ¿Qué ves en aquel Fernando?
—(Hace un silencio y mira la portada del vinilo) En la bronca que me da el paso del tiempo (se ríe). Yo quisiera tener esa cara, lisa y delgada, para siempre. Me acuerdo de esa campera de cuero, que me la traje de Bolivia después de haber vivido allá un tiempo. Me la dio un músico boliviano al que le hice los arreglos para un disco; el tipo tenía un tío que trabajaba en una fábrica de ropa de cuero y como no tenía plata me dijo: “Fernando, te voy a pagar con una campera que vale 1500 dólares”. Era un chanta (se ríe)... Y mirá que le había hecho como diez arreglos. Pero bueno, algo de razón tenía porque era de muy buena calidad; la usé varios años (se ríe).
—En el texto que acompaña el vinilo mencionás que la experiencia de tu etapa en Perú y Bolivia se trasladó a los discos El tiempo está después y Fines. ¿Qué tanto te marcó ese viaje?
—Mi viaje a Bolivia, con dos meses previos en Perú, fue muy enriquecedor a nivel musical y humano. Fue como ir a una universidad porque me vinculé de forma natural a ambientes musicales muy distintos. Por un lado, el relacionado a la cantante Emma Junaro, perteneciente al mundo de la canción popular, y a la cual yo lo hacía arreglos y la acompañaba en vivo; por el otro, el ambiente jazzistíco de la noche de La Paz, que tenía excelentes músicos. Además, me vinculé al Conservatorio de La Paz y conocí a un importante director de orquesta llamado Cergio Prudencio, que montó una orquesta con instrumentos nativos a la que compuse una obra llamada “Durana”. Toda esa experiencia quedó volcada en El tiempo está después, que grabé apenas llegué a Montevideo, y luego en Fines. Son mis discos más orquestados y nacen de ese impulso tan fuerte del que no era consciente en ese momento.
—Esa unión de influencias, que siempre fue parte de tus discos, se confirma con “La casa de al lado”, que une un contrapunto inspirado en Vivaldi con la acentuación candombera. ¿Fines fue la confirmación de tu propuesta?
—Puede ser. (Hace una pausa y repasa la lista de canciones) Lo que sí confirmo al mirar Fines es que este soy yo: el mismo de hoy y el mismo de antes. La cabeza es la misma y, aunque los discos son distintos, mi manera de encarar la canción popular es la de siempre. Lo que sí me asombra es todo el trabajo que me tomé para escribir los arreglos. Ahora lo hago de otra manera.
—Aunque este sea tu disco más orquestado, “Tobogán”, que grabaste acompañado por el contrabajo de Andrés Recagno, se asemeja bastante a esta época a tu obra de hoy. ¿La considerás un puente a tu presente?
—(Hace una pausa) Es cierto, está bien despojada porque la guitarra tiene apenas unas notas. Yo pensé que la primera vez que lo había hecho fue en “Te abracé en la noche”, pero tenés razón, ese ejemplo estaba muchos años antes. Todavía me acuerdo del día en que la grabamos: fue en el estudio de Washington Carrasco y yo estaba con una terrible gripe; la voz casi no me salía. Pero como Recagno había ido con su contrabajo, quise hacerla igual, como una cosa provisoria, y apenas toqué unas notas de la guitarra para mantener la afinación. La hicimos en la primera toma pensando que después la iba a cantar mejor, pero cuando la volví a escuchar unos días después, (el técnico de sonido) Óscar Pessano me insistió para que la dejara. Y bueno, como yo soy un pusilánime cambié de idea por completo, me sentí más seguro y la escuché con otra cabeza. Así que quedó esa toma, que tenía expresividad, y que marcó el inicio de hacer las canciones más desnudas.
—Tardaste dos años en componer “La casa de al lado”. ¿Cómo la analizás ahora?
—Yo qué sé... (Piensa) Me cuesta ser preciso en el análisis porque ya la tengo demasiado adquirida, pero cuando la escucho cada cierto tiempo, me enorgullece. Me asombra que en una etapa relativamente joven de mi vida haya logrado hacer una canción que está bastante bien, ¿no? (Sonríe) La letra, la música, el arreglo, el concepto, todo... Pah, qué lindo; me da una felicidad relacionada con la justificación del camino que elegí.
—¿Qué aspecto te enorgullece más de la letra?
—Al igual que unas cuantas canciones mías, detrás hay una historia de amor. Pero en “La casa de al lado”, en definitiva, lo que importa es abolir el tiempo. Por eso no importa si es ahora, después o en el mundo de la eternidad... Tu amor dame alguna vez. Es lo que pasa con “El tiempo está después”: la idea es que nos salgamos del flujo del tiempo y lo miremos desde afuera. Por supuesto que es un lugar utópico, pero lo intenté.

—Bueno, pero el efecto más cercano a la abolición del tiempo es el de una canción. Mientras se escucha, lo que se grabó hace años pasa a ser parte del presente y el paso del tiempo pierde su valor, ¿no?
—Exacto. Es una especie de rifarse el tiempo. Cuando entrás en una canción te abstraés y no sabés dónde estás. Pero lo mismo pasa cuando ves una película o leés una novela. Por eso el entretenimiento es tan importante para el ser humano. Más allá de que pueda tener una mirada crítica de muchos aspectos del entretenimiento popular, es algo imprescindible.
—Supongo que esa sensación te invade cada vez que ofrecés un recital.
—Sí, y es una vibra grosa. Además, cada vez que pasa es diferente porque en el momento en que arrancás una canción ya estás en un mundo en el que no sabes qué va a pasar durante los siguientes minutos. Para mí, eso es único.
—Y ya que hablamos del tema, ¿qué tanto cambió tu concepción del tiempo en los 30 años que pasaron desde la salida de "La casa de al lado"?
—Bueno, uno cambia mucho con el correr de los años. Es tan inevitable como difícil de explicarlo. Además, la diferencia de edad entre vos y yo conspira en lo que te quiero decir, porque son cosas que creo solo yo. No es lo mismo tener 65 años que tener 26 como vos; el enfoque de tu vida, tus creencias y tu mirada al futuro cambia radicalmente. Por ejemplo, en tu mentalidad tenés todo un papel en blanco por delante para ir llenando, y eso define tu conducta, tu entusiasmo, tu vitalidad y tu energía. Pero yo, con mi edad, ya hice una cierta cantidad de cosas que hace que el efecto respecto a mi vida se modifique radicalmente: mientras vos mirás para adelante, a mí no ya no me queda tanto papel en blanco para ir llenar. Es algo obvio, pero es verdad. Por lo tanto, las urgencias, la vida, la muerte, los planes y mis proyectos se modificaron; ya los veo desde otro plano. Además, ya no tengo que demostrarle a la sociedad ni a mí mismo que lo mío está bien. Por supuesto que es un trabajo que me llevó décadas, pero lo logré. Por lo tanto, eso se traslada a mis planes, a lo que espero de mi vida, a mis alegrías y mis tristezas. Es igual que el paso del tiempo: lo veo re diferente y te puedo decir que ya no me preocupa como antes.

Detrás de "España" y "La balada de Astor Piazzolla"
—Siempre sentí que "España", que tiene una clara influencia de la música de Chico Buarque y que habla de lo difícil que es dedicarse a la música en Uruguay, es una letra que se resignifica todo el tiempo: la podrías haber grabado ayer.
—(Sonríe) Bueno, ya lo cantaban Los Delfines en "Amigo sigue igual": es algo cíclico. Este es un país chico y con poco mercado, entonces todo artista sabe que seguramente va a tener que trabajar en otra cosa. Y no lo digo como algo malo; es algo que le pasa al actor, al poeta, al novelista y al bailarín.
—"Ayer conseguí pasaje, / Voy con ustedes a España, / Los músicos a montones, / Desembarcando en España", cantás sobre el final de la canción. Además de haber vivido en Perú y en Bolivia, ¿en algún momento te sentiste obligado a radicarte en otro país para dedicarte a la música?
—Sí, pero fracasé. (risas) Lo intenté con España, justamente, pero no encontré una fisura para entrar. Fue en esa época, en el '93, y estuve siete meses. No pude hacer nada, pero por suerte me alojé en la casa de mi querido amigo Gonzalo Ferrari y de otro amigo, Aníbal Gil, que era director de orquesta. Traté de hacer lo mío pero no supe cómo tarjetear ni cómo presentarme. No soy bueno en eso, lo reconozco. Estuve siete meses allá, y cuando ya no sabía qué más hacer me vino una invitación de Pablo Dotta de hacer la música de El Dirigible, así que me volví.
—Si "La casa de al lado" necesitó dos años para componerse, "La balada de Astor Piazzolla" es el caso contrario: la hiciste en unos minutos tras enterarte del ACV que sufrió en París.
—Exacto. Es que yo tuve un amor ciego por la música de Piazzolla, que me duró 20 años. Arrancó cuando tenía 14 años, gracias a un amigo del barrio, y me llevó a recorrer todas las disquerías de Montevideo para ir consiguiendo su discografía. Piazzolla me marcó, y, aunque no lo conociera personalmente, ya había generado una conexión emotiva con él. Así que imaginate cómo me pegó la noticia de su ACV... (hace una pausa) fue un shock de angustia y de tristeza. Escribí la letra en cinco minutos y fue como una oración que compuse con la esperanza de que le llegara por el éter. Uno de los misterios de esa canción es que no es para nada rioplatense, sino que es una especie de folk a lo Bob Dylan. Pero bueno, es algo que uno acepta cuando las canciones le caen de esa manera.