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Ruperto Long sobre su nuevo libro: “Del asesinato de Cecilia Heber se saben solo los titulares”

El escritor (y presidente del LATU) habla de "El ataque final", en el que muestra las tramas detrás de algunos de los crímenes políticos más impactantes

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Ruperto Long
Foto: Juan Manuel Ramos

Con La niña que miraba los trenes partir, se convirtió en un best seller con traducciones para más de 20 países. Ruperto Long, que hoy preside el LATU, acaba de editar su nuevo libro, El ataque final que recorre, en un planteo bien informado, algunos de los crímenes políticos de las dictaduras regionales. Una pieza central de esta crónica de un tiempo atroz, es el caso de los vinos envenenados en 1978. Sobre sus métodos como escritor, cómo conviven el político y el best seller y esa novela, Long charló con El País.

-¿Por qué un libro sobre hechos vinculados a la dictadura?

-Dos razones. Una: es indispensable que estén presentes todas las ópticas y todos los elementos y, en la medida de lo posible, todos los hechos. Me sentía con la obligación de hacer mi aporte como alguien que vivió, fue testigo e incluso participante de alguno de esos sucesos. Y me parecía que había toda una visión y hasta elementos informativos que estaban faltando y era importante que se supieran.

-¿Y la otra razón?

-Está más centrada en el episodio culminante del libro: el conocido como caso de los vinos envenenados. De esa historia se ha hablado muy poco, ha quedado como un misterio y del crimen de Cecilia Heber se saben solo los titulares.

-Y así el libro se vuelve la crónica de una época atroz...

-El tiempo es un gentilhombre y tendemos a olvidar así que al revivirlo uno vuelve a tomar conciencia: recordé cómo eran aquellos tiempos, lo que era vivir amenazado.

-El libro incluye una extensa bibliografía. ¿Cuánto le llevó la investigación?

-Arranqué a fines de 2018 y me entrevisté con una treintena de protagonistas. Llegué por ejemplo a entrevistar a Carlos Julio Pereyra, que murió en enero de 2020. Y a políticos y militares, incluso algunos de los que están hoy presos. Uno tiene que hacer un esfuerzo extra y entender qué pasó. Siempre trato de ponerme en la piel de las personas y para eso me sirvió la manera polifónica de escribir que he utilizado en otros libros.

-El caso de los vinos envenenados está en el centro del libro y es un ejemplo de la violencia, la brutalidad de la dictadura. ¿Por qué lo impacta esa historia?

-El crimen de Cecilia Fontana de Heber -Cecil- es de una crueldad medieval, de otro mundo. Mario Heber dice, en determinado momento, “este no es mi país, me lo han cambiado”. Y ese país es en el que termina muerta esta mujer, a quien todos querían muchísimo porque era muy viva, muy jovial. Cuando vimos esos hechos pensamos que era demasiado.

-Y esa indignación estalla en el acto en el monumento de Aparicio Saravia con el grito “Viva Cecilia” y la represión policial...

-Estuve allí y era un momento muy singular en el que todos pensamos que ese no era nuestro Uruguay. La gente sale a la calle por primera vez desde el 9 de julio de 1973, la despedida de la democracia. ¡Y convocó entre 6.000 y 10.000 personas!

-En esa escena del libro consigue transmitir la emoción del momento. ¿Cómo siente que cambió como escritor desde su primer libro?

-Uno desarrolla una cierta metodología para transmitir las emociones. Estos libros -que no son ensayos, ni textos de historia, si no novelas basadas en hechos reales- básicamente transmiten sensaciones. El lector tiene que sentir que está ahí.

-Hablando de su oficio. Cuando se acerca a un tema, ¿va pensando la forma que va a tener el libro?

-Le dedico bastante tiempo primero que nada a investigar. Y en ese largo camino ya voy pensando en la forma, que es muy importante. Una misma historia se puede relatar de muchas maneras y todas pueden ser buenas. El ataque final tiene una forma que no había utilizado: sus cuatro partes están precedidas por un relato personal y luego sí paso a una tercera persona en la que se va como trasluciendo lo que cada personaje siente. Y eso pueden ser cosas muy pequeñas, como los avatares de Wilson con las valijas para arriba y para abajo cuando se muda en Londres. O lo que piensa Matilde Rodríguez Larreta cuando no sabe si quedarse en Montevideo o volverse a Buenos Aires y ahí es su gran amiga Cecilia -justamente Cecil- quien la auxilia. Esas pequeñas cosas enriquecen mucho el relato y le dan mucha vida. Y para eso, la forma es importante y demoro mucho en empezar a escribir.

-¿Cómo es su popularidad como escritor?

-Eso me ha sorprendido. En Uruguay, donde la gente más o menos me conocía por mis andanzas profesionales o políticas, la literatura genera otra clase de reacciones. Son más cálidas y se abren más y se entusiasman, generando una comunicación muy linda. La literatura provoca eso de que uno parece que lo conoce al autor.

-Y con La niña que miraba los trenes partir se estableció como best seller. ¿Cómo es eso?

-Aunque algunos de mis libros han salido en otros países y se han traducido, lo que sucede con La niña que miraba los trenes partir es muy singular. Me pasó ahora en Bucarest, entre un grupo de jóvenes aparece una muchacha de 16, 17 años, que me dice en inglés “¿le puedo dar un abrazo?” Algo del libro le había tocado alguna fibra y eso me pasa mucho. Es sorprendente y maravilloso.

-Ser escritor y político no fue tan inusual como ahora. ¿Cómo se ve en ese sentido?

-Hay políticos con inquietudes literarias y hay una valoración. En el campo político, ser un escritor no es un demérito sino todo lo contrario. Ahora, lo que tenemos que procurar es que Uruguay mantenga y desarrolle mucho más la preocupación por los temas y las prácticas culturales. Ese es un tema de alta política. Avanzamos en cosas tecnológicas muy complejas y hay una tendencia a decir que eso nos arregla la vida. Y es al revés: mucha gente que anda con el whatsapp todo el día, se da cuenta que le está faltando otra cosa, Ese equilibrio viene por el lado de la cultura.

-Y, además, es un ingeniero que escribe...
-¡Y eso sí que es mucho más raro!

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