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ENTREVISTA

Marco Amerighi: es italiano y escribió una celebrada novela que retrata la desesperanza de una generación

El autor italiano Marco Amerighi dialogó con El País sobre "Errantes", su nueva novela. "La escritura es una lucha contra la desaparición", comenta.

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Marco Amerighi.
Foto: Leonardo Mainé.

Por Rodrigo Guerra
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Es la mañana del primer miércoles de mayo y Marco Amerighi está sentado en una de las mesas del Instituto Italiano de Cultura de Montevideo. El ganador del premio Bagutta Opera Prima por Le nostre ore contante (2018) llegó a Uruguay desde Bogotá, donde participó de la FILBo, y mañana viaja a Argentina para ser parte de la Feria del Libro de Buenos Aires.

Habla en un español perfecto y está en medio de la gira de presentación de Errantes, su segunda novela, publicada a través del sello Letras de Plata (Urano). En un momento, el autor milanés hace una pausa y revela que estuvo a punto de dejar la escritura.

“Cuando entregué mi primera novela pensé que iba a cambiar mi vida y la vida literaria de Italia. Pero no pasó nada”, dice, entre risas. “Entregué el libro y durante meses mi agente no encontraba editoriales. En ese tiempo pensé en dejarlo todo. ¿Por qué luchar tanto y perder tanto tiempo en una obra si luego no pasa nada?”-

Al final, Le nostre ore contante se publicó, fue premiada y elogiada. Pero fue en esa etapa de incertidumbre donde nació el protagonista de Errantes. “Así surgió Pietro Benati, un chico que no tiene atributos y que en los momentos más importantes de su vida se siente en una encrucijada. No sabe si adaptarse a una vida que alguien eligió para él o si escoger un camino desconocido y que da miedo”, explica.

Todo empezó con un cuento que narraba el encuentro entre Pietro y Dora, una entusiasta del cine de terror con una difícil historia familiar. Amerighi escribió 40 páginas, pero sintió que no era suficiente.

“Había demasiada vida en esas páginas, así que me hice unas cuantas preguntas: ‘¿Qué había pasado antes de conocerse y qué iba a pasar después?’’”, dice. “Estaba súper curioso sobre la historia familiar de Dora y Pietro, y ese cuento fue como encajar un puntazo en el medio en el que luego se generaron círculos concéntricos para que la historia se alargara”.

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Marco Amerighi.
Foto: Leonardo Mainé.

Se inspiró en la estructura de novelas como La educación sentimental, de Gustave Flaubert y Martin Eden, de Jack London, y se sumergió en un proceso creativo que le demandó tres años de trabajo. “La única manera de contar una historia de errantes era dar libertad a los personajes y, a la vez, darme libertad”, comenta sobre su libro, que transcurre entre Italia y España.

El centro de ese círculo concéntrico es Pietro, el joven sin atributos que representa el sentir de una generación que no termina de despegar.

En su apartamento de Pisa, Pietro aguarda su desaparición: según su madre, una maldición persigue a la familia Benati y, tarde o temprano, todos desaparecen. Ya le pasó a su abuelo, que desapareció durante la guerra de Etiopía y fue repatriado al año siguiente con deshonor, y a su padre, un jugador empedernido que se borró del mapa durante un mes y volvió a casa sin un dedo meñique.

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"Errantes", de Marco Amerighi.
Foto: Difusión.

Cada vez que un escándalo sobrevuela a los Benati, Pietro piensa que se acerca su momento. Sin embargo, algo siempre lo salva. Viaja a Madrid a estudiar y así conoce a Dora y a Laurent, un gigoló aficionado al alcohol y las drogas. Los tres son errantes en un mundo que no les da respiro.

Sobre la novela finalista del Premio Straga 2022, va esta entrevista con Amerighi.

—Pietro, Dora y Laurent, representan a una generación a la que se le hace difícil encontrar su lugar. ¿Cómo surgió el enfoque de la novela?

—Los tres forman parte de la primera generación de Italia y Europa que está en decrecimiento. Después de la Segunda Guerra Mundial hubo una parábola de crecimiento, y los setenta y ochenta fueron años del boom económico. Más adelante, llegamos a esta generación, la de los chicos nacidos entre finales de los setenta y comienzos de los noventa; todos esperaban que esa fueran la golden age porque lo tenían todo. La vida parecía una alfombra roja y solo faltaba caminarla. En cambio, no solo no estaba el éxito, sino que no contaban con eso que Scott Fitzgerald llama “La luz verde” en El Gran Gatsby. No había esperanza. Eso provocó una falta de puntos a los que agarrarse y esa generación se fue perdiendo, y no solo en el sentido geográfico; esos chicos salen de sus casas y se van por ahí, pero también estaba perdiendo el tiempo. Esto me interesaba mucho porque estamos presionados por una sociedad que nos empuja a no perder el tiempo, pero en esta etapa también quiere decir que nos estamos tomando el tiempo para ver de qué estamos hechos.

—Decidiste situar tu novela en tres momentos clave: el G8 en Génova de 2001, los atentados de Madrid de 2004 y L’Onda universitaria de 2007. ¿De qué manera esos tres hechos sintetizan la desesperanza de una generación?

—El G8 de Génova fue un shock generacional muy fuerte en Italia porque uno de los protestantes, Carlo Giuliani, fue asesinado por la policía durante una manifestación. Esos días lo cambiaron todo porque entendimos que el gobierno no iba a escuchar los pedidos de los jóvenes. El segundo evento son los atentados de Madrid. Yo estaba allá en esos días y me pareció muy fuerte porque entendimos que el miedo no solo llegaba desde el Gobierno, sino desde afuera. Nadie nos había preparado para esto, y descubrimos que la tipología de política colonialista tenía consecuencias. Por último, elegí los movimientos universitarios que ocurrieron en Italia entre 2007 y 2008 y que llevaron a más gente que los movimientos de 1968. Sin embargo, eso nadie lo sabe porque, otra vez, no produjo ningún cambio. Estos tres eventos marcan el choque y la desilusión de lo que podríamos haber hecho.

—La lectura y la escritura salvan a Pietro y Dora en las etapas más difíciles de sus vidas. Es lo mismo que te pasó cuando estuviste a punto de dejar tu profesión. ¿Cuál es el valor de la literatura en esos momentos decisivos?

—Es interesante lo que dices. Mira, no escribo para buscar la consagración e incluso no encuentro placer en la escritura. Pero sí mientras escribo hago algo que no pasa nunca: reflexiono y me pongo preguntas; nunca salen respuestas, sino dudas. La escritura es una obra de traducción porque tratas de transferir lo que tienes en el cerebro -que es una idea que aún no tiene cuerpo- a una página antes de que se te escape. Para mí, la escritura es una lucha contra la memoria y la desaparición. Y si escribo para que mis reflexiones no se vayan, escribo también para darle luz a los rincones que me dan miedo. En resumen, yo no escribo para sentirme mejor ni para decirme lo bien que lo he hecho, lo hago para buscar las cosas que no conozco. La literatura es algo que habla de otra realidad, pero es en esa otra realidad donde nos reflejamos, nos liberamos y nos consolamos.

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