Con el escritor francés Hervé Le Tellier: "Para los creadores, la IA es a la vez inquietante y fascinante"

El País charló con el ganador del premio Goncourt, el más prestigioso de la literatura francesa sobre realidad, ficción, lectores, libros e Inteligencia Artificial.

Herve Le Tellier
Herve Le Tellier

No todos los días se habla en persona con un ganador del premio Goncourt, el más prestigioso de la literatura francesa, ni con un escritor que ha vendido millones de ejemplares y simultáneamente es saludado con halagos por la crítica.

Pero una mañana de una primavera intensa, El País charló con Hervé Le Tellier, quien cumple con esos requisitos y estuvo en Montevideo para una actividad en la Alianza Francesa. Hay por lo menos tres novelas de Le Tellier disponibles en Uruguay (No hablemos más de amor, Todas las familias felices y La anomalía, la que le dio el Goncourt, todas de Seix Barral) pero en esta charla habla de Inteligencia Artificial, el mundo pospandemia y cosas así.

Este es un resumen de la conversación de El País con Le Tellier

— En una charla que tuvimos en junio de 2021, le pregunté cómo la pandemia formatearía nuestra experiencia como lectores o espectadores. Y me contestó que no tenía una respuesta clara en ese momento. ¿La tiene ahora?

—Es difícil decirlo. Hablamos justo al final del confinamiento en Francia. La gente volvía a salir, a ir al cine y al teatro. Esto tuvo cierto efecto: el teatro no solo no se vio afectado, sino que vivió un renacimiento; en cambio, el cine sufrió más. Tal vez la gente se acostumbró a ver series y películas en pantallas pequeñas y ahora cuesta traerla de vuelta a las salas. En cuanto a la lectura, hubo un resurgimiento durante un par de años, pero ahora en Francia está disminuyendo. Hay un 10% menos de lectores que hace cuatro años, lo cual es mucho. La gente ocupa su tiempo de otras maneras: redes sociales, series, películas. Es una tendencia fuerte. No sé si continuará o si lograremos mantener un gran círculo de lectores. No tengo respuesta.

—¿Cómo lucha contra eso como escritor? ¿Se adapta?

—No sé. Creo que los libros deben ser buenos, esa es la base. Tienen que llegar a su público y ampliarlo. Cuando escribo, no pienso en un objetivo específico, pero sé que hay lectores y trato de escribir lo que quiero, pensando también en ellos. No sé si estamos perdiendo a las generaciones más jóvenes, pero es cierto que la lectura está envejeciendo en todo el mundo. Es una tendencia que podemos intentar combatir, pero es fuerte. Tal vez tiene que ver con las redes sociales, pero también con la capacidad de concentración. Leer un libro toma varias horas, y hoy estamos más acostumbrados a concentrarnos por menos tiempo.

—¿Y los escritores están acompañando esos cambios?

—No lo creo. Seguimos escribiendo los mismos libros. Y no creo que debamos cambiar; debemos seguir escribiendo lo que queremos leer y escribir. Personalmente, me gustan los libros largos, de 800 páginas, aunque no soy el tipo de escritor que hace libros de ese tamaño. Pero sé que todavía hay lectores para ellos, y espero que sigan existiendo. Es una lucha constante por mantener a los lectores, pero tampoco hay una respuesta fácil para esto.

—Tampoco parece fácil la respuesta sobre los cambios que la Inteligencia Artificial (IA) va a provocar en la sociedad, el arte y la cultura. ¿Cómo mide el impacto de eso en su área?

—Hay varias cuestiones. Primero: ¿podrá la IA escribir mejores libros que los humanos? Creo que sí aun que depende qué entendamos por “mejores”. La idea de que el ser humano tiene algo inimitable es dudosa: los escritores imitamos a otros sin querer. Si la IA lee los mismos autores, ¿por qué su imitación sería peor? Probablemente mejorará hasta superarnos. La pregunta clave es otra: ¿queremos leer libros escritos por una IA? ¿Nos importa el contacto con un autor humano? Esto afecta a la experiencia de lectura: no es lo mismo saber que un libro fue escrito por una persona que por una máquina. En la música ya ocurre algo distinto: muchas canciones —se habla de un 25–30% en Spotify— provienen de IA, y a menudo no lo notamos. No sabemos qué pasará en ese campo, pero en literatura sí intuimos que el vínculo lector-escritor sigue siendo importante. Sentimos que una historia debe pertenecer a alguien, tener una inteligencia humana detrás. ¿Estamos dispuestos a renunciar a eso por una ficción bien escrita? Tal vez, pero por ahora persiste el deseo de leer a alguien. Por eso la verdadera lucha frente a la IA será mantener vivas las emociones humanas en los libros, para preservar ese contacto con el lector.

—¿Le pidió a la IA que escribiese una novela como Hervé Le Tellier?

—No, pero tengo un amigo dibujante que hizo la prueba: alimentó a la IA con su obra y el resultado fue asombroso. La IA reproducía exactamente su estilo, tan bien que él mismo se preguntaba si debía usar lo que la IA generaba para su propio trabajo o intentar algo distinto, aun sabiendo que no sería mejor. Esa situación es terrible para un artista: recibir de la IA una propuesta mejor que la suya, en su propio estilo, y tener que rechazarla solo porque viene de una IA. El público ni siquiera lo notaría; él podría firmarlo y además ahorraría tiempo. Y la IA no ofrece una sola opción, sino diez, entre las que puede elegir. Para los creadores es a la vez inquietante y fascinante.

—Muchos de sus relatos difuminan la línea entre ficción y realidad. ¿Ha sentido que la vida imita sus novelas? ¿O que su imaginación predice la realidad?

—Es una frase de Oscar Wilde, creo esa de “la naturaleza imita al arte”. Me encanta porque plantea nuestra relación con el mundo. ¿Qué es el arte? Cuando vemos un amanecer o un atardecer, ¿lo vivimos como arte? Sí, porque podemos comprenderlo estéticamente. Cuando observamos una nube bajando por la colina o una ola, es arte: es Hokusai en la realidad. Así que, en cierto modo, la naturaleza imita a Hokusai; a veces no está a su nivel, pero lo intenta. Por eso me interesa ese límite difuso entre realidad y ficción tanto como escritor o lector. Siempre intento incluir algo de cultura popular en mis libros, porque introduce el mundo común en ellos y les da una forma de realidad. Dentro de esa realidad limitada —la de las páginas— podemos construir personajes, ciudades y mundos. La idea de que algo “no es real” es muy personal. Si hablo de un amigo que no está aquí, que vive en otra ciudad o que quizá murió hace años, sigue siendo mi amigo. Entonces, ¿en qué se diferencia de un personaje que invento, en el que pienso durante horas, cuya vida y aspecto imagino hasta recordarlo mejor que a ese amigo ya desaparecido? Es una idea muy estoica: nada existe fuera de nosotros. Está en Aristóteles, en Epicteto, y coincide con lo que pienso. A veces lo real y lo no-real tienen el mismo peso porque viven dentro de nosotros. Y esto nos da, como escritores, infinitas maneras de llevar el mundo a los libros, porque todo es real. Flaubert decía: “Todo lo que se inventa es verdadero”. Es una frase provocadora y casi demiúrgica: la idea de que eres un dios. Y en él era así porque todo lo que inventaba se volvía verdadero. Me encanta esa idea: lo escribo y se vuelve verdad.

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