Claudia Piñeiro: "No termino de entender por qué ser progresista es una mala palabra en Argentina"

La escritora argentina charló con El País a propósito de "Escribir un silencio", una colección de sus artículos de opinión y sus discursos

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Claudia Piñeiro
Foto: Ricardo Figueredo

Claudia Piñeiro ha contado historias de todo tipo, aventuras, por ejemplo, muchas veces dramáticas sobre mujeres al borde un ataque de nervios, cosas de personajes y sus circunstancias. Eso está claro en algunos de sus best sellers como Las viudas de los jueves, Tuya, Las grietas de Jara, Betibú, Elena sabe (que fue finalista del International Booker Prize) El tiempo de las moscas, tantos. Muchos de ellos, además, tuvieron adaptaciones en películas que, en general, replicaron ese éxito. Es, se dice desde la solapa de sus ediciones, “una de las escritoras más traducidas a otros idiomas, lo que hace que sus libros sean leídos y disfrutados por miles de lectores en todo el mundo”. Ha recibido un montón de premios y es una celebridad literaria.

Ha publicado, además, cuentos (reunidos en Quién no) y hasta sus obras de teatro (en Cuánto vale una heladera y otros textos de teatro) pero ahora Escribir un silencio (Alfaguara, 850 pesos) compila por primera vez sus textos de no ficción.

Fueron publicados, se avisa, en medios como Clarín, La Nación, Página 12, Télam, Tiempo argentino, Infobae, Perfil, El País español y revistas como Anfibia, La mujer de mi vida y Gata Flora. A eso hay que sumar algunos de sus discursos, ponencias y presentaciones, incluyendo su “Que no nos roben la palabra vida”, una suerte de manifiesto que leyó ante la Cámara de Diputados argentina en el debate sobre la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, una causa de la que fue una de las principales promtoras. Escribir en silencio que, dice, puede ser leído como una suerte de autobiografía personal e intelectual, presenta una Piñeiro igual pero distinta sobre un montón cuestiones actuales.

Sobre algunas de esas cosas, la escritora charló con El País, la semana pasada en Punta del Este.

—¿Qué le aporta a una novelista pensar la realidad como en los textos de Escribir un silencio?

—Lo que me pasa más bien es que siempre estoy metida en la ficción y cuando estoy escribiendo una novela que me va a llevar un montón de tiempo, es difícil, que, por decisión propia, me ponga a escribir sobre la realidad. Pero cada tanto viene un periodista, el editor de una revista, o alguien de una feria literaria y me pide un texto sobre determinado tema y eso implica hacer un paréntesis y dedicarme a pensar sobre eso y escribirlo. Es interesante porque a lo mejor son cuestiones sobre las que pienso en el día a día pero no me tomo el tiempo para reflexionar desde la palabra escrita. Así que agradezco cuando me sacan por un rato de la ficción y me permiten producir sobre esos temas.

—¿Cuánto le dedica a la escritura en un día?

—Soy una escritora diurna. Me puedo levantar a las 5 de la mañana si es necesario (no es que lo haga todos los días, la verdad) y a la mañana escribo todo lo que quiero. Sigo gran parte de la tarde pero llega un momento en que empiezo a tener sueño: no soy de las que pueden escribir toda la noche. Por eso a la tarde, conociéndome, quizás me dedique más a corregir o a investigar cosas que me van a servir para el otro día.

—Ahora que recopiló sus textos, ¿encontró alguna idea que la sorprendió?

—Lo que me dicen mucho es que sienten que es una autobiografía. Y sí, si quieren saber quién soy, en esos textos está muy claro. Esa es la línea porque puedo estar hablando de mi infancia en Burzaco, de la pileta del club y de la gorra que me ponía y así hablar de mi familia, mi pueblo, la gente que estaba a mi alrededor. El libro está estructurado así: empiezo con quién soy yo como escritora y de dónde vengo, cuáles son mis preocupaciones y eso va armando una suerte de biografía sin voluntad de biografía.

—¿Y cómo estaban escritos?

—Lo que más me pasó es que corregí muchísimo, mucho más que en mis textos de ficción, que, de hecho, cuando se reeditan, no los reviso porque me parece que está bien que estén cerrados. Y además hago todo un trabajo para escribir una novela, en particular de edición. Pero de estos textos que salieron en periodismo gráfico, muchos surgieron porque alguien me llamó y me dijo si podía escribir una nota para el día siguiente: salieron con mucha urgencia. Por eso cuando los releí, me di cuenta de cosas que tendría que haber ampliado o sacado, por ejemplo. Y además, fui seleccionando los que le hablan al presente

—¿Y hay cosas que ya no piensa o no le pasan más?

—En general no pero hay un texto, “La mujer a los 50”, del que obviamente pasaron 10 años por lo que tenía que escribir “La mujer a los 60”. Y ahí sí, lo que noté es que hay cosas que ya no me pasan más. No porque tenga 60, sino porque el mundo cambió y la situación de las mujeres cambió. En aquel texto había una preocupación por cómo el cuerpo se va a deformando y eso cambió no sólo porque pasaron 10 años en mi persona sino porque el mundo es otro con respecto a esas cuestiones relacionadas con las mujeres.

—Este es un libro opinado, ¿cuál es el valor de la opinión hoy en Argentina?

—En mi país hay un exceso de opinión. El periodismo, por ejemplo, está excesivamente opinado y para direccionar la discusión pública. Yo soy una escritora y cuando me piden un texto, tengo la libertad de opinar, algo que no hago en la ficción. Si me llaman para inaugurar la feria del libro de Rosario y voy cuando la ciudad está llena de humo y ardida por la quema de los humedales, ¿tengo que hablar de libros cuando pasa algo así? Ahí siento una responsabilidad cívica de aprovechar ese tiempo para decir algo que a lo mejor va a ser escuchado y así canalizo lo que otros no pueden decir y ser escuchados.

—¿Qué ideología atraviesa sus textos?

—No estoy de acuerdo con eso de que no existen más la derecha y la izquierda, pero sí creo que hay que hallar vasos comunicantes: si algo es bueno para el país, tendríamos que estar de acuerdo. Y todos tenemos una posición política. Hoy en Argentina no podés decir que sos progresista porque parece que eso te hace un idiota. Y a mi no me parece mal el progresismo, que es una idea de una izquierda suave pero que piensa ciertas cosas con respecto a los derechos de las personas y la igualdad de oportunidades: comulgo con esas ideas. Y no termino de entender por qué ser progresista es una mala palabra en Argentina. Debe ser porque desde la derecha y la ultraderecha ya no ven el enemigo en una izquierda que está demasiado en la otra punta y sí en el progresismo. Por lo tanto, quieren eliminar todo lo que sea progresista.

—Me hace inevitable hablar de la situación en Argentina. ¿Cómo explica la victoria de Javier Milei?

—Hay una cuestión histórica global. En Holanda acaba de ganar la ultraderecha; en Chile no aprobaron la nueva Constitución. Entonces, hay una cuestión que tiene que ver con los ciclos de la historia y este ciclo evidentemente va hacia la derecha y hacia la ultra derecha, lo que es aun peor porque con la derecha se puede conversar pero con la ultraderecha, no porque te mandan un Decreto de Necesidad y Urgencia. Por otro lado, por supuesto que hay un cansancio y una insatisfacción con los resultados de la democracia en todos estos años en los cuales no se han resuelto un montón de temas, ha habido corrupción y mucho descontrol en determinadas áreas. Y la gente evidentemente se hartó. Lo que no se explica muy bien es por qué frente a ese hartazgo válido y comprensible se entiende que esta puede ser una opción. Eso es lo que más me llama la atención.

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