Guillermo Zapiola
Su nombre está tan unido al personaje del inspector Jacques Clouseau, que resulta difícil señalar que Blake Edwards, que falleció ayer en Santa Mónica a la edad de 88 años por complicaciones de una neumonía, hizo muchas otras cosas.
Con él se va acaso el último maestro de la comedia norteamericana clásica, que combinaba sofisticación con golpe y porrazo; un género muerto en el que puede ser comparado, si no a los mayores del género (Lubitsch, Preston Sturges, Cukor, Howard Hawks, Billy Wilder), por lo menos a la formidable "segunda línea" de los Leo McCarey, los Frank Tashlin o su ocasional cómplice Richard Quine.
Nacido en Tulsa, Oklahoma, el 26 de julio de 1922, con el nombre de William Blake Crump, Edwards vivió desde pequeño la atmósfera del mundo del espectáculo. Su padrastro Jack McEdwards fue un distinguido director de teatro. El padre de éste, J. Gordon Edwards, fue a su vez director de cine durante el período mudo.
Blake comenzó como actor en los años cuarenta, pasó a escribir guiones (al principio, de `westerns` de clase B) a fines de la década, y se involucró en proyectos más ambiciosos en televisión y cine en los tempranos cincuenta. Siguió escribiendo guiones, mayoritariamente de comedia, muchos para el programa televisivo de Mickey Rooney, varios otros para películas de su colega Richard Quine, antes de saltar a la dirección, primero en algunos programas de televisión, luego en cine.
Comenzó a llamar la atención con algunas comedias (Los amores de Mr. Cory, 1957; Yo y ellas en París, 1958; Sirenas y tiburones, 1959) en las que combinó elegancia y humor físico, y en las que a menudo dirigió a Tony Curtis (en Sirenas y tiburones estaba también Cary Grant), hizo algunas cosas menores, y creció en ambición con Muñequita de lujo (1961), una adaptación de Desayuno en Tiffany`s de Truman Capote que traicionaba a Capote pero exhibía un real talento en sus propios términos. En esa misma época estaba creando para la televisión una de las mejores programas policiales de serie negra que se recuerden (Peter Gunn, 1958-60).
En ese período por lo menos trató de no encasillarse, y ello lo llevó a experimentar con otros géneros: el espléndido policial, casi hitchcockiano, El mercader del terror (1962); el drama sobre alcoholismo Días de vino y rosas (1962). Pero el éxito lo aguardaba a la vuelta de la esquina, y se llamaba Jacques Clouseau. El gusto por el humor visual era típico de Edwards, pero parte de la creación por lo menos debe ser atribuida a Peter Sellers. La fórmula funcionó bien en La pantera rosa (1963), magistralmente en Un disparo en la sombra (1964) y con irregularidad en las Panteras posteriores. Edwards no quiso encasillarse y volvió al `western` (Dos vaqueros errantes, 1971, que no estaba mal), al policial (Receta: violencia, 1972, que sí estaba mal), hizo otras comedias, y brilló particularmente en una (La fiesta inolvidable, 1968). Sus últimos años tuvieron altos y bajos, pero su peor comedia es mejor que el todo el humor norteamericano contemporáneo.