SEBASTIÁN AUYANET
Gore, Gahan y Fletcher vuelven entre viejos juguetes para conseguir un paquete de canciones llena-estadios; siempre dentro de esa oscuridad eternamente sofisticada que define a su pop electrónico.
Depeche Mode no es una banda elitista con ínfulas. Se trata de un grupo que hace pop sin ambiciones. Claro que entre ellos y la mayoría de los grupos de "synth pop" que compartieron la década de 1980 con ellos -por ejemplo Soft Cell y su Tainted love- existe la distancia real que separa el "one hit wonder" de una obra que redefinió a la música popular que se consumía en el mundo.
Mencionar los años 80, además, calza perfecto para entrarle a Sounds of the universe. A falta de guitarras viejas a las que volver -como han hecho U2 y R.E.M. para mantener su vigencia-, Martin Gore, compositor y cerebro creativo del trío, salió a comprar en eBay emuladores y sintetizadores que usaban en los años en que el vocalista Dave Gahan se sentía como un Jesús personal del rock, un mesías entre samplers y escenografías gigantes.
Depeche sube un cambio en la búsqueda del "anti-hit". La paranoica Wrong lo es: un tema sin estribillo que recuerda que nunca fueron una banda para discotecas. Sucede lo mismo con In sympathy o Little soul, una canción sombría con guitarras que recuerdan al clásico del grupo Policy of truth. En todas persiste el vuelco rockero que tuvieron en la era Songs of faith and devotion (1993), con guitarras y baterías "reales" sonando por todo el disco. Como en el anterior Playing the angel (2005), todos los instrumentos parecen ubicados en función de la voz de Dave Gahan, densa y profunda como siempre y piedra fundamental de cada tema.
¿Para bailar? Apenas Fragile tension, una canción que no tiene ni por asomo la pegada de las viejas canciones pero se las arregla para seguir sonando sofisticado y futurista, viejas pretensiones del synth pop.
Sounds... es un paquete de doce melodías pop a medio hacer; como si Martin Gore quisiera recordarnos que aún tiene la fórmula de la canción perfecta; sólo que -a riesgo de aburrir- esta vez no quiere usarla. Es eso, o que aún extrañan a Alan Wilder, el cuarto miembro que le daba a su música una limpieza que este disco no tiene. Ego artístico, que le dicen.