El idilio literario con los orientales

| Personajes y paisajes uruguayos inspiraron poemas y milongas del gran escritor iberoamericano

Ruben Loza Aguerrebere

Poco se ha escrito sobre la importancia que tuvo Uruguay en la vida y en la obra de Borges. No poco los orientales debemos al escritor argentino. El martes pasado se cumplieron 105 años de la muerte, acaecida en Ginebra, del mayor escritor iberoamericano del siglo XX. Es una excusa para repasar algunos hitos de ese idilio literario, que tomó forma a través de poemas, cuentos, personajes y paisajes de nuestro Uruguay, imborrables en la memoria borgeana.

Borges se jactaba de haber sido engendrado en Uruguay. Y siendo un muchacho, nieto de montevideano, caminó por estas calles "con luz de patio" en los largos veranos de la infancia, nadó en los rápidos arroyos uruguayos (como el Arapey), y tuvo amigas y amigos aquí. Con la suma de tantos recuerdos, parte de su mismidad, fue construyendo una Banda Oriental (como le gustaba decir) a su medida, a su gusto.

SENTIMIENTO. Las palabras que transcribo corresponden a un distante diálogo que mantuve con Borges en Montevideo. Con voz monocorde y el bastón en las manos, contaba: "Yo soy medio oriental. Mi abuelo, el coronel Borges, nació en Montevideo. Inició su carrera militar a los catorce años. A los dieciséis estuvo en la batalla de Caseros, en la Cuarta División Oriental, de César Díaz. De modo que él era oriental; y tengo bastante sangre oriental por los Haedo y los Lafinur.

En este punto, es interesante recordar el poema dedicado a su abuelo, Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1833/74), que principia con estos versos: "Lo dejo en el caballo, en esa hora/ Crepuscular en que buscó la muerte;/ Que de todas las horas de su suerte/ Esta perdure, amarga y vencedora".

Vuelvo a Borges. A sus declaraciones: "Me he criado en Buenos Aires, en Palermo y Adrogué, y en Montevideo, en temporadas largas, en los veranos de aquella época, que duraban como tres meses. Así que quiero mucho a Montevideo, a mis amigos orientales, al hotel Cervantes, donde vivía Emilio Oribe y había un cinematógrafo".

RETABLO. La vida de Funes, el memorioso transcurre en el Uruguay: el personaje borgeano padeció su largo insomnio en Fray Bentos, donde habitaba un ranchito en las afueras de la ciudad y trabajaba como trenzador. Había inventado un sistema matemático insólito e impracticable, cuenta Borges. Y gracias a su memoria, infalible y prodigiosa, podía reconstruir un día entero: tardaba veinticuatro horas en hacerlo. En este cuento, típicamente borgiano, el escritor argentino, como en tantos otros relatos, utiliza el método de atribuir a una persona notoria, de carne y hueso, ciertos conocimientos del personaje ficticio, para darle visos de mayor realidad. Aquí, informa al lector que el poeta uruguayo Pedro Leandro Ipuche, había definido a Funes como: "Un Zarathustra cimarrón y vernáculo". Y lo cierto es que Borges tenía en alta estima la obra poética de Ipuche, quien fue, también, autor de varias novelas. De manera especial solía mencionar El guitarrero correntino, uno de los muchos poemas de Ipuche que Borges conocía de memoria, y cuyo final paladeaba: "Subió al caballo con lenta agilidad". Luego, Borges comentaba: "Lenta agilidad, qué lindo verso, ¿verdad?".

Benjamín Otálora, aquel compadrito de Buenos Aires que es el protagonista de El muerto, inicia su vida hacia la muerte parando una artera puñalada en un café del Paso Molino, en Montevideo. Este cuento breve, que fue llevado al cine, se filmó en Tacuarembó, cerca de la frontera con el Brasil, donde se ambientaba realmente. Y, en Avelino Arredondo, Borges cuenta nada menos que el único magnicidio ocurrido en el Uruguay. Fue en 1879, y ocurrió ante la puerta del Club Uruguay, en la plaza Matriz: a la salida de la Catedral de Montevideo, Avelino Arredondo extrajo un revólver de sus ropas y disparó contra el presidente Idiarte Borda, dándole muerte. Luego, se entregó a la polícía.

Dos gauchos de Cerro Largo (donde nació el poeta Emilio Oribe, cuyos poemas también sabía Borges de memoria) son los protagonistas de El otro duelo; esta vez Borges informa que el relato que esta singular historia le había sido confiado por el hijo de otro escritor uruguayo: Carlos Reyles.

AMIGOS. Y bien, así como evocaba a Oribe como a Ipuche, a Fernán Silva Valdés e Ildefonso Pereda Valdés (que escribía sobre la negritud), Borges tenía en alta estima a Susana Soca, una dama de la sociedad uruguaya, adinerada y muy culta, que viajaba frecuentemente a París y publicaba una revista literaria, "La Licorne". El poeta Henri Michaux le propuso casamiento, en Montevideo, pero no fue correspondido. Susana Soca murió joven, en un accidente de avión, en 1958. Su obra poética ha sido recogida póstumamente. El poema titulado Susana Soca, escrito por Borges, figura en El hacedor. Sus primeros versos dicen: "Con lento amor miraba los dispersos/ Colores de la tarde. La placía/ Perderse en la compleja melodía/ O en la curiosa vida de los versos....

¿Otros amigos? Sí, Enrique Amorín, estanciero y comunista, casado con una parienta de Borges, Esther Haedo. En la casa del matrimonio (llamada "Las Nubes") Borges pasó unas largas temporadas. Amorín escribió poemas juveniles y, posteriormente, varias novelas; una de ellas, a pedido de Borges y destinada a la colección el "Séptimo Círculo" (que Borges y Bioy dirigían): el autor firmó con seudónimo, y la tituló El asesino desvelado.

En no pocos poemas Borges hizo guiños de simpatía al Uruguay. Para mencionar unos pocos, basta principiar por aquel aparecido, en 1925, en Luna de enfrente, titulado Montevideo, que termina con estas palabras: "Antes de iluminar mi celosía, tu bajo sol bienaventura tus quintas./ Ciudad que se oye como un verso./ Calles con luz de patio". Pero, acaso, el mayor homenaje es su extensa Milonga para los orientales; publicada en su libro Para seis cuerdas (en 1946), comienza diciendo: "Milonga que este porteño,/ dedica a los orientales,/ Agradeciendo memorias/ De tarde y de ceibales..." La milonga termina con cantada hermandad: "Milonga para que el tiempo/ Vaya borrando fronteras;/ Por algo tienen los mismos/ Colores las dos banderas".

Que Borges vivía con intensidad el mundo de su intimidad, no es ninguna novedad. En este sentido, me siento inclinado a pensar que sus añejas impresiones uruguayas, a medida que se sucedían los años, si bien retornaban a su memoria cargadas de emoción y de melancolía, iban reduciéndose a cada vez menos detalles, ubicados como en un clima de ensueño. El Uruguay de Borges era, al final, un rescoldo de la memoria. En este sentido, su última página sobre Uruguay, en su libro de textos y fotografías llamado Atlas (1984), donde habla de Colonia del Sacramento, parece escrita desde la niebla y la lejanía: "Aquí sentimos de manera inequívoca la presencia del tiempo, tan rara en estas latitudes. En la muralla y en las casas está el pasado, sabor que se agradece en América. No se requieren fechas ni nombres propios; basta lo que inmediatamente sentimos, como si se tratara de una música".

Estas líricas referencias nos hacen pensar en cualquier ciudad con paredes descascarilladas y piedras gastadas por el tiempo, pero, de todos modos, se puede percibir en ellas el impulso emotivo hacia esta tierra cuya pertenencia sentía.

Aquel proceso de asimilación había llegado a su fin hacía mucho tiempo; y las antiguas sensaciones despertadas por el Uruguay se fueron convirtiendo en una especie de eterno retorno a ciertas visiones de un terreno seguro, al que nunca le fue infiel, fijado sobre esa frontera donde casi había borrado la línea divisoria entre el arte y la vida. Allí trabajó con sabiduría, estableciendo una distancia infinita y un dolor íntimo. Es decir, arte.

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