"Mátate, amor" es un drama sobre una depresión, con estrellas y que no consigue dar todo lo que promete

La adaptación de la novela de la argentina Ariana Harwicz con Jennifer Lawrence y Robert Pattison y producida por Martin Scorsese habla sobre una depresión posparto y una pareja que se derrumba

Mátate, amor
Jenniffer Lawrence y Robert Pattinson en "Mátate, amor"

Mátate, amor es la clase de película que se ve mejor en papel que en la pantalla. Todo parece estar en su lugar y sin embargo la combinación de las piezas no termina de cerrar como uno imagina de la suma de sus componentes.

Es, para empezar, la primera película en siete años de la directora escocesa Lynne Ramsay, considerada por la crítica —y cierto público afín a sus prédicas— una de las voces más interesantes e independientes del cine actual. Eso lo había dejado claro en su primera irrupción (Ratcatcher, en 1999) y lo confirmó con su consagratoria El viaje de Movern (2003), un drama inquietante con Samantha Morton que hizo de Ramsay el sabor de la temporada: se la llegó a considerar como la gran promesa del cine británico.

Pareció corrobarlo en ese estudio sobre la maldad y la maternidad que es Tenemos que hablar de Kevin, con Tilda Swinton como una mamá lidiando con un hijo violento. Era una película visualmente brutal (la escena inicial de la tomatina, por ejemplo) y es una de las favoritas de muchos.

Un poco más contundente es su ahora penúltima película, You Were Never Really Here (2017), con Joaquín Phoenix como un sicario en una misión redentora. Era también sobre la violencia y ahí también había una madre en la vuelta, aunque el tono parecía cercano al de Martin Scorsese.

Justo fue Scorsese —quien en Mátate, amor figura como productor— el que le acercó a Ramsay la novela homónima de la argentina Ariana Harwicz que venía con prestigio y éxito en varios idiomas (en Uruguay está editada por Anagrama y sale 890 pesos). Su adaptación al cine era esperada con expectativa cierta.

La película, además, es el regreso de Jennifer Lawrence (un Oscar en cuatro nominaciones) a ligas más prestigiosas que algunas de sus últimos papeles. Está con Robert Pattinson, quien suele elegir bien sus proyectos, incluyendo su parcería con otra de las directoras más prestigiosas en actividad, la francesa Claire Denis. Pattinson y Lawrence iban a trabajar juntos y no se dio en Crepúsculo, así que los que se fijan en esas cosas lo ven como un resarcimiento.

Es decir, todo estaba ahí, y sin embargo, Mátate, amor sufre del mismo problema de las películas de Ramsay: termina dando menos de lo que promete. No es que esté mal (nunca está mal una de Ramsay), pero siempre resulta agobiada por sus propias intenciones y algunas inconsistencias.

La historia es la que estaba en la novela de Harwicz: la caída en un estado alterado de una madre reciente. Hay algo acá de Madre!, la incomprendida obra maestra de Darren Aronofsky en la que Lawrence interpretaba a otra mujer al borde un ataque de nervios.

Pero lo que allá era expresionismo y exceso, acá es un drama triste, inquietante y algo asfixiante (a lo que ayuda el aspect ratio de cuadratura clásica) sobre una mujer resbalando hacia la locura. Acaba de tener un hijo y aunque nunca se la diagnostica seriamente, desde afuera todo indica que es una depresión posparto.

(Ramsay ha desechado sin mucho fundamento esa lectura y ha dicho que básicamente es sobre el derrumbe de una pareja, lo que también ocurre.)

Son Grace (Lawrence) y Jackson (Pattinson) que, recién casados, se mudan a la casa en la que se suicidó un tío del muchacho. Es en un paraje rural de Montana y al comienzo todo es alegría y sexo, que es lo que corresponde a una pareja joven. Son un poco alocados de más, parte de cierta sensibilidad punk siempre presente en la directora.

Ella aparentemente es escritora aunque nunca se la ve escribiendo y no hay libro en toda la casa, y la llegada de un primer hijo la deja algo inestable. Él, sin que se aclare mucho, está afuera todo el día, por lo que ella queda sola con el bebé. A él se le ocurre, encima, traer a la casa al perro más molesto del mundo.

Grace está demasiado mal y aunque ninguno de los dos parece ser material de padre o madre, es la que lleva la peor parte. Está, por ejemplo, hipersexualizada, pero no hay mucha sintonía en ese rubro con Jackson. Una misteriosa figura que ronda el lugar en moto (y que resulta ser LaKeith Stanfield) es lo bastante ambigua como para ser un fantasma, una fantasía o un vecino. La película no hace fácil casi nada y Mátate, amor transcurre en varios planos no especificados, incluyendo unos flashbacks que aportan algo de trasfondo, el presente de la película y esas situaciones imaginadas o soñadas. La paleta de colores diferencia borrosamente los límites de cada una y seguramente la fotografía de Seamus McGarvey (nominado al Oscar por Anna Karenina y Expiación, en su segunda colaboración con Ramsay) es uno de los méritos de la película.

La depresión no es un tema habitual en el cine, y Ramsay va por hacer vivenciar la experiencia. Lo que entrega es una película intensa, con buenos momentos, pero, esta vez, más confusa que sustanciosa.

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