La libertad de no hacer preguntas

Empezar la crítica de Al oeste del fin del mundo hablando de César Troncoso no tiene que ver con un antojo chovinista ni mucho menos.

El actor uruguayo, de reciente y exitosa carrera en la televisión y el cine brasileño (es destacable, también, su rol en Faroeste Caboclo), carga con el peso mayor de este drama, que le valió el premio a Mejor actor en el Festival de Cine de Gramado en 2013. Troncoso encarna a un veterano de la Guerra de las Malvinas radicado en el sur argentino, perdido en una estación de servicio en medio del desierto.

El acierto interpretativo de Troncoso consiste en escenificar el dolor en una clave contenida, lejos de estridencias, donde menos es mucho más. El mérito, claro, es también del director Paulo Nascimento, que evita subrayados. Un gesto limpiando el vidrio de un auto, una mirada al vacío, un instante de silencio, un teléfono que suena y nunca se responde: la película aprovecha todas y cada una de las maneras que hay en el cine de decir sin usar diálogos.

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Cabe destacar, también, el vínculo que la película establece entre la tierra árida donde se desarrolla y los personajes que la habitan, almas perdidas por diferentes razones que llegan a un lugar que para algunos es el paraíso y para otros el último rincón del mundo.

El drama humano, el trauma de la guerra, la soledad extrema, el amor y la relación entre padre e hijo, que son los temas principales de Al oeste del fin del mundo, son abordados desde ángulos inusuales. El conjunto es una road movie alternativa con rasgos de western poblada por individuos que, cada uno a su manera, escapan de otras vidas.

Crítica