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"Jeanne Dielman": por qué una obra maestra del cine, que casi nadie vio, es la mejor película de la historia

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Jeanne Dielman

La semana pasada más de 1.600 críticos de todo el mundo eligieron a la película que Chantal Akerman estrenó en 1975 como la más importante

Jeanne Dielman
Jeanne Dielman

Es por cosas como esta que la gente nos odia a los críticos. El jueves, unos 1.600 de todo el mundo (una proporción nada despreciable para una especie en extinción), eligieron, como la mejor película de la historia, a Jeanne Dielman, 23, quai du commerce, 1080 Bruxelles, que es de 1975, dura 201 minutos y enfatiza un estilo contemplativo que con el tiempo se conoció como “cine lento”. Más técnicamente ha sido definida como hiperrealismo minimalista, un oxímoron que tampoco alcanza a definirla del todo.

La dirige Chantal Akerman y -así somos los críticos- es una legítima obra maestra del cine aunque nadie parece haberla visto. Para muchos es como cuando gana el Nobel de literatura una escritora de Estonia.

Jeanne Dielman encabezará, por los próximos 10 años, el canon oficial del cine, que es el ranking elaborado entre críticos de todo el mundo por el British Film Institute (o sea el Instituto Británico del Cine) y su revista Sight and Sound.

Se viene haciendo desde 1952 y Jeanne Dielman le saca la corona a Vértigo de Alfred Hitchcock, elegida la mejor de la historia en el ranking de 2012. Hasta entonces y desde 1952, la mejor había sido El ciudadano de Orson Welles, que es de 1941. Ahora están segunda y tercera, respectivamente.

En la selección de 2012, Jeanne Dielman estaba en el puesto 35 y era la primera vez que estaba incluida.

“Ningún otra película hecha por una mujer había alcanzado nunca el ‘top 10”, destacó Sight and Sound, de acuerdo a la agencia AFP. “Esto no sorprende: las directoras de cine siempre han sido, obviamente, pocas y distanciadas entre sí. Igualmente obvio es que los críticos participantes han sido predominantemente hombres”.

El cuarto lugar fue para Cuentos de Tokio, del japonés Yasujirô Ozu, una película de 1954 que desde 1992 ocupa alguno de los cinco primeros puestos. Sigue el melodrama posmoderno Con ánimo de amar de Wong Kar-wai; 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick, y Beau Travail, de la francesa Claire Denis, que se merece estar tan alto en una lista como esta.

Se había adelantado que un cambio generacional en las plantillas de críticos podía representar un sacudón en la compulsa, pero es posible que pocos esperaran que se colara, allá arriba, Chantal Akerman.

Es, claramente, una película fundamental y pionera en trasladar la experiencia femenina al cine, un arte que ha privilegiado el heroísmo y, perdón la repetición, la experiencia masculina.

Jeanne Dielman -de quien el título nos revela, con precisión de GPS, su dirección y código postal dándole, así, una identidad real aunque es una actriz, Delphine Seyrig— es una ama de casa cincuentona y madre de un hijo adolescente y entre cuyas rutinas domésticas incluye la visita sexual de unos señores. Su vida es metódica y austera, dos adjetivos que aplican también para la película. No hay casi diálogos, ni movimientos de cámara.

Así, la cámara fija en plano general (o a lo mucho en plano medio) contempla tres días de esa cotidianidad con una paciencia admirable que exige cierto temple cinéfilo. Hay referencias pictóricas (aquellos cuadros holandeses de lavanderas y cocineras) que destacan la necesidad de explorar artísticamente lo doméstico. Es, ahora que se menciona, una (lenta) aventura de lo doméstico.

“Lo importante es el estilo, la forma”, dijo alguna vez Akerman. “La atención con la que muestro los gestos es muy positiva, mostrar que alguien lavando los platos puede ser arte”.

La historia se encamina (sin nada de prisa y sin pausa) a un peligroso conocimiento personal de la protagonista, cuando esa rutina empieza a alterarse en pequeños gestos que la cámara apenas señala. El estilo revela la ritualización anestesiante de la vida de una mujer. La madurez al borde de la hostilidad de su hijo puede haber ayudado a un desborde final que, como se usa ahora, no se va a espoilear acá. En Akerman, sin embargo, el camino es la recompensa.

Jeanne Dielman se estrenó en enero de 1976 en París, con saludos y albricias de (¿quién más?) la crítica y la academia. La catedrática Marsha Kinder, una de las grandes pensadoras del cine de su tiempo, la definió, entonces, como “la mejor película hecha por una mujer”.

Aunque fue un éxito en Europa, en Estados Unidos no se estrenó hasta 1983. En Uruguay, de acuerdo al sitio Cinestrenos, se exhibió recién en 2015 en Sala 2, la diminuta sala del subsuelo de Cinemateca en Lorenzo Carnelli.

Buena parte de la carrera de Akerman ha sido en esos niveles de popularidad. Nacida en 1950, su carrera incluye una adaptación de Proust (La cautiva) y una comedia romántica a lo Hollywood (Un diván en Nueva York, con Juliette Binoche y William Hurt), aunque su cine está influido por el impulso de ver Pierrot, el loco de Jean Luc Godard siendo una quinceañera. De esas cosas es difícil recuperarse.

“Sus películas presentan vistas de largos pasillos, personajes de espaldas a la cámara y escenas que concluyen con varios segundos de oscuridad”, escribió Lilian Schiff en la entrada de Akerman en el International Dictionary of Film and Filmakers publicado en 2000. “En sus películas hay hoteles y viajes, poca conversación. Las ventanas se abren y dejan entrar los sonidos, las puertas se abren y se cierran; escuchamos un timbre, una radio, voces en el contestador automático, pasos, ruidos de ciudad. Cada encuadre está cuidadosamente compuesto, y cada gesto es el resultado preciso de las direcciones de Akerman”.

Resuelto así el asunto de la forma (que la vincula directamente con la vanguardia), a Akerman parece preocuparle lo doméstico, canalizado a través de la autoficción, un género que se ha convertido en un recurso para contar la experiencia femenina. Da para el debate, pero para ir presentando evidencia allí están The Souvenir, la película en dos partes de Joanna Hogg (y que es una de las grandes obras de este siglo) o la literatura de la reciente premio Nobel, Annie Ernaux.

En News from Home, por ejemplo, su película de 1975, leía cartas de su madre, que había sido sobreviviente de Auschwitz, preocupada en Bélgica. Su última película, No Home Movie, mostraba directamente la decadencia, agonía y muerte de, precisamente, su madre.

Cuando ella falleció en 2014, Akerman se sintió desolada: se suicidó en 2015.

Jeanne Dielman , que no está en ningún servicio legal de streaming para ver, se ha mantenido como su obra más perfecta. Una síntesis de vanguardia, feminismo, parsimonia, exigencia y amor al cine. que por lo visto a los críticos nos encanta.

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