Kyle Buchanan, The New York Times
Guy Pearce filmaba una serie de televisión en su natal Australia cuando una joven actriz se le acercó y, en lugar de presentarse, le preguntó quiénes eran sus agentes en Estados Unidos. Estaba decidida a triunfar en Hollywood, convencida de que él lo había logrado, y quería un atajo.
Pearce se divirtió con su audaz pero errada actitud. “La idea de correr a Hollywood… yo no tenía ninguna prisa”, dijo. Y agregó: “Todavía no la tengo”.
Es fácil entender por qué la joven pensó lo contrario. Después de que Pearce saltara a la fama interpretando a una drag queen descarada y musculosa en la comedia Las aventuras de Priscilla, la reina del desierto (1994), Hollywood estaba listo para convertirlo en la próxima gran estrella. Rápidamente consiguió papeles protagónicos en dos clásicos modernos: Los Ángeles al desnudo y Memento. Sin embargo, pronto descubrió que los grandes éxitos de taquilla de los estudios, como La máquina del tiempo, no encajaban con su talento. Finalmente, decidió retirarse de la carrera por ser un galán de Hollywood. Pómulos perfectos y todo, él era, en esencia, un actor de carácter.
Desde entonces, Pearce (57) ha preferido tomar papeles pequeños en grandes producciones. Ha aparecido brevemente en ganadoras del Oscar a mejor película como El discurso del rey y Vivir al límite, y ha acompañado a Kate Winslet en dos series de HBO: Mildred Pierce y Mare of Easttown. Sin embargo, su perfil bajo está a punto de recibir un gran impulso gracias a El brutalista, una película que le valió nominaciones al Globo de Oro y al Oscar, y que llega mañana a cines.
En el drama de tres horas y media dirigido por Brady Corbet, Pearce interpreta a Harrison Lee Van Buren, un adinerado industrial de Pensilvania que convierte al arquitecto inmigrante László Tóth (Adrien Brody) en su nuevo proyecto personal. Impresionado por el talento de Tóth, Van Buren le encarga diseñar un centro comunitario que podría convertirse en la obra maestra de ambos. Pero Van Buren oscila entre lo alentador y lo explosivo, y la interpretación de Pearce mantiene a Tóth —y a la audiencia— en vilo.
Aunque ahora vive principalmente en los Países Bajos para estar cerca de su hijo, fruto de su relación con la actriz de Game of Thrones Carice van Houten, el éxito crítico de El brutalista ha vuelto a convertir a Pearce en una figura codiciada en Hollywood.
“Es agradable volver a encender mi relación con Los Ángeles”, me dijo cuando lo encontré en un cine de Hollywood, un día antes de los Globos de Oro.
Aun así, Pearce sigue siendo reacio a la idea de la fama. Desde que se hizo conocido como ídolo adolescente en Australia por su papel en la telenovela Neighbours, ha mirado el estrellato con escepticismo. “Si la gente grita y trata de arrancarme la camisa solo porque tengo los ojos azules, eso es ridículo”, dijo. “Tengo una hermana con una discapacidad intelectual que es molestada en la calle por verse diferente, así que la idea de querer atención y ser famoso sin razón alguna me parece vacua y sin sentido, cuando hay personas en el mundo que son mucho menos privilegiadas”.
—¿Cómo fue tu primera experiencia en Hollywood?
—Los primeros cinco años fueron complicados porque realmente no quería venir. Pensaba: “Si voy a estar desempleado, prefiero estar desempleado en Australia que en Los Ángeles”.
—¿Por qué?
—Bueno, ¿para qué estar sin trabajo en un país que ni siquiera conoces? No me interesa la competencia en la actuación, y sentía que Hollywood y Los Ángeles representaban eso. Nunca solía juntarme con otros australianos, pero las pocas veces que lo hice, todas las charlas giraban en torno a “¿Quién es tu agente?” o “¿Cómo conseguiste ese papel?”. Eso mataba por completo mi motivación para ser actor.

—Como actor joven, ¿alguna vez aspiraste a ser una gran estrella de cine en Hollywood?
—No, odiaba esa idea. No era tan ambicioso, ni tenía suficiente confianza en mí mismo. Ni siquiera me sentía bien con lo que hacía en Australia, así que no quería lanzarme a la competencia de Hollywood. Prefería quedarme en casa y simplemente perfeccionar mi oficio.
—El brutalista está elevando tu perfil. Una de las pocas escenas cómicas de la película es cuando Van Buren le dice a Tóth con total seriedad: “Encuentro nuestras conversaciones intelectualmente estimulantes”.
—He visto la película tres veces y mi personaje genera varias risas. La comedia en el cine es curiosa porque puede surgir del humor puro o de la incomodidad. Pero creo que cuando un personaje es extremadamente serio en su manera de ver el mundo, eso puede resultar divertido también. Van Buren es tan meticuloso y controlador que, en cierto sentido, es ridículo.
—También está tan aislado por su riqueza que, cuando dice algo insensible, nadie se atreve a contradecirlo.
—El dinero tiene un poder enorme y mucha gente cede porque cree que tal vez le caerán algunas migajas. Pero lo interesante de Van Buren es lo que Brady [Corbet] dijo: “Debe ser lo suficientemente sofisticado como para reconocer el buen arte. No es un típico elefante en una cristalería, necesita tener cierta sensibilidad”. Esa contradicción es fascinante.
—¿Tu escepticismo hacia Hollywood y la fama tuvo que ver con tu madre?
—Sí. Mi mamá era realmente antiestadounidense. Era del norte de Inglaterra, una mujer hermosa, sensible y amorosa, pero también una cínica de primera. Mientras el resto del mundo idolatraba a Estados Unidos, ella decía: “Por favor”. Valoraba el gusto, la clase y la sofisticación. Una de sus mayores frustraciones fue que mi padre murió el 6 de agosto de 1976, y Elvis Presley falleció el 16 de agosto de 1977. Así que, cada año, mientras ella lloraba la muerte de su esposo, el mundo entero lloraba por Elvis Presley, a quien ella consideraba solo uno que movía las caderas.

—Parece que cuando llegaste a Hollywood, ya tenías un escepticismo saludable hacia los poderosos que otros recién llegados no tenían.
—Sí, me dejé seducir, pero sentía la parte cínica. Y luego vi cómo todo cambió. Antes, los actores australianos no intentaban ir a Hollywood, salvo Paul Hogan, Nicole Kidman y Mel Gibson. Era impensable. Pero después, de repente, se volvió la norma.
—Algo similar ocurre con los directores de cine. Hacen una película independiente y rápido se unen a Marvel.
—Los estudios quieren talento, pero también quieren control. Creo que muchos cineastas descubren eso por el camino. Pero, para ser honesto, soy un hombre blanco de 57 años y hablo de cómo eran las cosas en los 90 y 2000. No estoy seguro de cómo funciona todo ahora. Aun así, es interesante ver cómo El brutalista, con su duración de tres horas y media, encaja en este mundo de contenido rápido. Será curioso ver cómo la gente lo percibe en unos años.
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