Es hijo de un uruguayo, lleva a Montevideo en el corazón y peleó por una joya que le valió un Oscar a Alemania

Nieto de alemanes, brasileño nacido en Escocia y un poco criado en Montevideo: así es la hoja de ruta de Daniel Dreifuss, productor de una película rechazada que Netflix aceptó y terminó en los Oscar.

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El productor de cine Daniel Dreifuss.
Foto: Pancho Pastori

Los anillos, las monedas, las antigüedades que lo envolvían cada mañana de domingo que se perdía en la feria de Tristán Narvaja. Una parrillada que era su favorita y hoy está extinta bajo los cimientos de un edificio moderno. Los olores, las comidas, las calles por las que caminaba tranquilo, las plazas. Aquella tarde frente al viejo tren fantasma del Parque Rodó, él con tres años y medio, su madre desesperada intentando conseguir un taxi bajo una repentina lluvia torrencial. Un poco más lejos, la película de Brian de Palma que vio en solitario en un cine de Piriápolis y nunca más olvidó. Los rincones que ya no existen, la gente que ya no está. Eso es Uruguay, sobre todo Montevideo, en la vida de Daniel Dreifuss: un lugar ineludible y un baño de nostalgia que se cuelan en esta, la historia de un brasileño que nació en Escocia, se enamoró del cine y terminó siendo parte de una histórica conquista en los premios Oscar.

En marzo de 2023, Daniel Dreifuss vivió algo que nunca había imaginado cuando Sin novedad en el frente, la película de Netflix que produjo y a la que apostó durante 10 años, el proyecto que le rechazaron una y otra vez y por el que insistió hasta el cansancio con la convicción como único resto de combustible, ganó el Oscar a mejor película internacional. “A partir de esta noche, seré para siempre productor de una película ganadora de un Oscar. A pesar de todo, eso seguirá siendo así”, escribió inmediatamente después de la ceremonia en su cuenta de Instagram, en un posteo en el que se lo ve de smoking, sujetando la estatuilla, aferrándose como si fuera algo que pudiera desvanecerse, mirándola como se mira lo más bello que jamás se vio.

El jueves, en el marco de una charla que dio en Ventana Sur, el prestigioso mercado regional de cine que por primera vez se hizo en Uruguay, Dreifuss repitió que no hace películas para ganarse premios. Y al mismo tiempo, es aquel niño que estaba obsesionado con los Oscar, que se mantenía en pie hasta las tres de la madrugada solo para ver de punta a punta la ceremonia, mientras anotaba una por una a las ganadoras en un papelito que luego dejaba al costado de la cama de su madre, para que pudiera verlo apenas se levantara.

El cine, dice Dreifuss, fue un regalo de su madre, una educadora de Río de Janeiro que empezó a llevarlo a las salas cuando él tenía apenas cuatro años. Poco tiempo después, ya lo sometía a funciones de películas tan largas como complejas, que Daniel no entendía pero a las que igual se entregaba: dice que soportó estoico las casi cuatro horas de Lawrence de Arabia y ni siquiera se paró en el intervalo. Si quedaba por fuera de la trama o del contexto, estaba prendido de las imágenes, que se desplegaban ante sí como puertas a otros mundos.

“El cine para mí era una cosa que venía de otro planeta, de otra dimensión, y yo no tenía acceso”, dice ahora en charla con El País. “Y el Oscar también era de otra dimensión, una dimensión a la que yo no pertenecía. Era como una cosa espacial y yo no tenía una nave que me llevara hasta allí. Solo una vez al año un portal se abría, me permitía conectarme con este mundo, y después se cerraba. Y nunca en mi vida me imaginé que un día esta dimensión y yo nos conectaríamos por ese portal. Mucho menos me imaginé ser parte de la ceremonia o de la premiación, o llegar ahí y que mi trabajo, ese esfuerzo, esa mirada, me permitieran compartir esta experiencia. Y me da orgullo saber que llegué dos veces, viniendo de donde vine y sin conexiones”.

Un pedacito de ese origen también es Uruguay. “Es como regresar a mi niñez, es las memorias de la gente que ya no está, es como caminar por esquinas que tienen mi historia personal”, dice.

Hay algo más: Sin novedad en el frente está directamente ligada a su historia, a los pedazos de su familia y a un drama que iba a cambiar de rumbo aquí, en este rincón. O como dijo Dreifuss en su charla en Ventana Sur: “Chiquito Uruguay, y responsable de todo”.

Una historia familiar entre Alemania y Uruguay

Daniel Dreifuss recibió el primer guion de Sin novedad en el frente, una película basada en la novela de Erich Maria Remarque sobre adolescente que se une al Frente Occidental en la Primera Guerra Mundial y rápidamente ve su entusiasmo estrellarse contra la realidad, hace más de 10 años. Dio sus opiniones, comentó qué abordaje le daría, quiso priorizar lo humano antes que la acción; el texto tuvo un derrotero interesante hasta que volvió a sus manos para empezar a encauzarse.

Dreifuss, que se inició en la industria trabajando en planeamiento estratégico y fue parte de Paramount, decidió formarse como productor cuando entendió que lo que quería hacer era contar historias. No eligió ser guionista ni se inclinó a dirigir: apostó a un rol que a priori es más ejecutivo, que tiene que ver con hacer posible lo imposible, pero moldeó un perfil a su medida. En cierto punto, opera como un productor que no sabe trabajar de otra forma que no sea metiendo las manos en el barro. “Yo quiero servir al director como un parcero creativo”, dijo el jueves en su charla en Ventana Sur.

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Daniel Dreifuss en Ventana Sur.
Foto: Pancho Pastori

Eso lo supo, dice a El País, el día en que se dio cuenta qué tipo de historias quería contar. “Es lo que me apasiona, lo que me hace salir de la cama todos los días a recibir un ‘no’ y ‘no’ y ‘no’, ‘no me interesa’, ‘esto está mal’, y a pesar de eso, seguir”, dice.

Así, cuando se enfrentó a Sin novedad en el frente, descubrió que aquel guion era cercano: hablaba, también, de la historia que atravesaba a su propia familia.

Un pariente lejano había muerto en combate al final de la Primera Guerra, con 18 años y como en la película, peleando en el Frente Occidental. Su propio abuelo, Max, había defendido a Alemania hasta que una herida bélica lo dejó fuera del ruedo, confinado a un bastón. Veinte años más tarde, la misma Alemania a la que había defendido lo encerró en un campo de concentración judío, del que salió para buscar un nuevo comienzo. Así de desarmado estaba cuando llegó a Uruguay.

Aquí, en la esquina de Tristán Narvaja y 18 de Julio, Max Dreifuss empezó de nuevo. Aquí nació su hijo, René, a futuro un prestigioso cientista político, que se enamoró de una brasileña con la que, durante un tiempo, vivió huyendo, como si algo en su legado estuviera destinado a perpetuarse: se fueron a Israel cuando a Brasil lo sacudió la dictadura, y se fueron a Escocia cuando estalló la guerra de Yom Kipur. Estaban allí cuando nació Daniel, que un día haría algo con todos esos relatos, con todo ese dolor, y se acercaría a la cima, a aquella dimensión que miraba desde la tele y creía inalcanzable.

Sin novedad en el frente fue rechazada una y otra vez por estudios de Hollywood, que le decían a Dreifuss que no había público para consumir esta historia. Que era triste, que era dura, que ya estaba lo suficientemente contada. Tras persistir, encontró el sí definitivo en Netflix, que apostó con todo: como más adelante haría con La sociedad de la nieve, la plataforma decidió respaldar el hecho de que fuera una película en su idioma original, en alemán, y confeccionar una obra que partiera de lo nacional para conquistar lo global.

Al final, Sin novedad en el frente se convirtió en la película alemana con más nominaciones al Oscar en la historia, y en la primera de esa nacionalidad en conseguir una candidatura a mejor película. Arrasó en la temporada de premios y se volvió necesaria en un período que estuvo, también, marcado por una guerra.

Dreifuss, que en enero fue con su madre hasta donde estaba aquel tren fantasma y se tomó una foto para inmortalizar el momento, y que el día que charló con El País tenía previsto ir a recorrer la feria nocturna del Parque Rodó, dice que desde que ocurrió lo de Sin novedad en el frente ha recibido 68 proyectos vinculados a la Segunda Guerra Mundial. Pero tras contar esa historia, y con un currículum que ya tenía una película sobre el plebiscito que desbancó a Pinochet (No, primera nominación al Oscar en la historia de Chile) y otra en contexto de la invasión estadounidense a Irak (Sergio, original de Netflix), está listo para dar el volantazo. “Ya hice mucho sufrimiento, bombardeos, destrucción”, dice. “Me gustaría hacer algo sexy y lindo”.

Y aunque hay varios proyectos calentando su futuro (incluyendo lo nuevo de Hari Sama, sobre la relación entre el pintor Egon Schiele y su musa), lo próximo, dice Dreifuss, será lo que el mercado le permita contar. Mientras tanto, seguirá entre Los Ángeles, Brasil y la nostalgia de Montevideo, haciendo lo que sabe hacer: “Luchar durante años por mis historias, no para estar en los libros de récords, no. Luchar por mis historias para que me permitan contarlas”.

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