Es imposible desestimar la importancia de una película como Whisky, que está cumpliendo 20 años y sigue siendo la obra más importante que ha dado el cine uruguayo. Hay quienes piensan por la negativa, adjudicándole la instalación de un molde de grisura uruguaya que aún salpica a la producción local. Y se equivocan.
Es como culpar al espejo de la estampa que nos entrega todas las mañanas y en ese sentido, Whisky es contundente: la ciudad, los personajes, sus vidas, Piriápolis, son restos de algo que no fue y, seguramente, nunca será. Los directores, Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, y sus cómplices, parecen entonar un grito generacional contra una chatura nacional que se les hacía demasiado evidente.
Surgidos de la opción Audiovisual de la carrera de Comunicación de la Universidad Católica, los créditos de Whisky están repletos de nombres que son fundamentales en el devenir del cine uruguayo. Muchos ya estaban en la primera película de Control Z —la productora que los aglutinaba—, la generacional 25 Watts, que se había estrenado en 2001 y cuyos méritos permitieron el aparentemente mayor despliegue de producción de su segunda película.
Entre los responsables figuran, por ejemplo, Bárbara Álvarez (fotografía y cámara) y Fernando Epstein (montaje y producción ejecutiva), que hoy integran la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. El jefe de producción es Diego Fernández (también conocido como Parker y director de La teoría de los vidrios rotos y El rincón de Darwin) y el asistente de dirección es Manuel Nieto Zas, uno de los directores locales con más presencia en festivales internacionales como atestigua El empleado y el patrón. El sonido es de Daniel Yafalian, de los profesionales más importantes en su rubro a nivel regional, una categoría a la que también accedió el diseñador de producción y coguionista con Stoll y Rebella, Gonzalo Delgado Galliana.
En el elenco además hay varios conspicuos integrantes de la troupe Control Z: Verónica Perrotta (quien dirigiría, con Delgado Galliana, Las toninas van al este), Jorge Temponi, Alfonso Tort (¡Juan Carlos, el botones!) y Daniel Hendler y Ana Katz como una pareja de recién casados.
Whisky impulsó, además, el camino de Jorge Bolani y Mirella Pascual; los dos han afirmado desde entonces una buena parte de su carrera en la industria audiovisual regional. Andrés Pazos, un veterano actor teatral, falleció en 2010.
La muerte en 2006 de Rebella (un luto generacional que aún es difícil de asimilar) fue un golpe fuerte para el cine nacional y para la troupe. Stoll siguió filmando (Hiroshima, 3, la serie Todos detrás de Momo) y se espera que antes de fin de año estrena su demorado nuevo proyecto, El tema del verano.
Whisky se estrenó, según el sitio Cinestrenos, el 6 de agosto de 2004 en los cines MovieCenter Montevideo, MovieCenter Portones, Grupocine Ejido, Alfabeta Hoyts y Punta Carretas Hoyts; la Asociación de Críticos del Uruguaya la eligió la mejor película uruguaya del año. Otros reconocimientos incluyen dos premios en el festival Cannes y mejor película en los de Chicago y Tokio.
Por esto de los 20 años, Cinemateca Uruguaya ha programado funciones de Whisky en versión 35 mm, todos los miércoles a las 21.00 hasta el 25 de setiembre; la próxima incluye una charla con los realizadores.
La película es el improbable triángulo amoroso entre Jacobo Koeller (Pazos), un oscuro fabricante de medias con un tallercito por ahí por Cufré y Amézaga e hincha de El Tanque; su hermano Herman (Bolani) quien vuelve a Montevideo desde su aparentemente próspera carrera como fabricante de medias en San Pablo, por un inevitable compromiso familiar; y Marta (Pascual), escueta capataz de la fábrica de Jacobo, quien la invita a hacerse pasar por esposa los días en que su hermano esté en la ciudad.
Juntos tendrán cenas silenciosas, compartirán masitas y un fin de semana en una Piriápolis desolada por el invierno.
El tono recuerda al cine del finlandés Aki Kaurismaki y como allí, hay un humor seco que se apoya en diálogos, situaciones y puesta en escena. A no todo el mundo le causa gracia, pero muchas veces hay que buscar en los detalles: el auto que nunca prende de primera, ella revisando los bolsos de sus compañeras, el catártico insulto a un juez de linea.
Y está el mundo en el que se mueven los personajes, y en cuya contundencia está el recelo que Whisky genera en algunos. Es que Stoll y Rebella y sus cómplices van por todo ya queda certificado en la primera toma con el salpicadero del auto de Jacobo, en el que se ve una libretita, un poco de estopa, un catálogo de medias, el hueco de la radio descartable, su semblante en el espejo retrovisor y de fondo la puerta del Palacio Sudámerica. Las tomas fijas (casi instantáneas de una vida triste) del apartamento de Jacobo (ahí y Yatay y Marcelino Sosa) son desoladoras pero extrañamante graciosas.
Más triste es , en todo caso, el inicial trayecto de Jacobo a su trabajo mientras la ciudad amanece traza la reconocible geografía de Jacobo: Yatay, San Martín, Garibaldi desfilan despertándose con una angustia acentuada por la música de los argentinos Pequeña Orquesta Reincidente, que entendieron todo.
Ese mapamundi está cargado de referencias incluso identitarias: la pasiva de Piriápolis, el bar Las Palmas de 18 y Gaboto a la madrugada son fotografiados por Bárbara Álvarez con una belleza tirando a cruel.
Es una comedia triste, claro, porque enfrenta con las frustraciones, los sueños incumplidos, la felicidad que no pudimos ver que estaba ahí, la sonrisa fingida de ese “whisky” que congela en una foto, un gesto al que los ojos de Jacobo le quitan convicción.
Los diálogos repletos de modismos (los “hasta mañana si Dios quiere” de Marta; “las Cataratas son hermosas”) son también una marca de agua de la identidad nacional. La incierta “de repente puede decirle que venga un día de estos” es una favorita y define mucho a Jacobo.
La cámara fija, los planos repetidos de extraña simetría, los gestos controlados, funcionan también es como una cartografía de un estado de ánimo uruguayo que, nos guste o no, está ahí.
Y, aunque hemos cambiado un montón en estos 20 años, en el fondo seguimos siendo los mismos. Whisky nos lo había advertido.
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