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Ni crisis mundiales, ni guerras: nada detiene al mercado del arte que vive su mejor año

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Paul Allen

INFORME

Los records de recaudación de la reciente subasta de la colección del fundador de Microsoft, Paul Allen, es solo una evidencia más de que los millonarios salieron a comprar cuadros

Este será el año de las subastas de arte más estratosféricas de la historia. Tres ventas en particular, las de las colecciones Allen y Macklowe, más un retrato de Marilyn Monroe de Andy Warhol que alcanzó casi 200 millones de dólares, convierten el año de la guerra de Ucrania y de la inflación desatada en el más rentable de la historia del mercado del arte.

Pese a la amenaza de una recesión, los millonarios mundiales siguen invirtiendo en obras cuyo valor se incrementa con el paso del tiempo. Da igual que sea un Botticelli o un Jasper Johns, uno de los pocos autores vivos de la colección del empresario y filántropo Paul Allen, que la subasta de la semana pasada en Nueva York alcanzó un record: 1.506 millones de dólares por 60 piezas, de las 150 que componen el conjunto. Los ingresos se dedicarán a obras benéficas, como estipuló en 2009 el cofundador de Microsoft en sus últimas voluntades. Allen, que luego se distanció de su amigo Bill Gates, murió en 2018, a los 65 años.

La sesión final del jueves, también en la sede neoyorquina de Christie’s, no alcanzó las marcas del primer día, cuando cinco cuadros superaron los 100 millones de dólares cada uno (otro récord) y 20 artistas rebasaron su cotización previa (otro más). Un hermoso cuadro del puntillista francés Georges Seurat, de los pocos en manos privadas y versión de otro que cuelga en un museo de Filadelfia, alcanzó por sí solo casi 150 millones. Se titula Las modelos (retrato de grupo) y fue pintado en 1888. Se considera la obra cumbre del puntillismo.

En la sala. el cruce de apuestas adquiría por momentos características de duelo, con los agentes en pie, colgados del teléfono por el que recibían instrucciones del comprador. Los lotes han ido cayendo rápida, casi frenéticamente, señal de que la inversión no suscitaba dudas. La puja a mano alzada, con evidentes gestos de tensión en los intermediarios, revela el apetito desatado por atesorar arte.

“Los clientes quieren diversificar sus activos y beneficiarse del arte y lo hacen porque saben que la mayoría de las obras siguen aumentando de valor con el tiempo”, dijo el copresidente del departamento de Arte Impresionista y Moderno de Christie’s. “Hay más multimillonarios que obras maestras” disponibles en el mercado y “la demanda es muy diversa”, subrayó, sobre un fenómeno, el de las subastas, cada vez más global y más joven, con creciente presencia del arte digital e incluso NFT, ausentes de la clásica colección de Allen, que abarca cinco siglos de la historia del arte, de Botticelli a Jasper Johns, uno de los pocos autores vivos junto a Anish Kapoor. Van Gogh, Cézanne y Gauguin batieron sus respectivos récords en la primera sesión.

“Es como haber estado durante meses en la cima de una montaña desde la que se contemplan 500 años de logros visionarios, desde Botticelli a Seurat, Cézanne, Van Gogh, Gauguin y Freud. La vista era impresionante. Puede que nunca volvamos a ver esta variedad, cantidad y calidad de obras maestras en una colección privada”, señaló por su parte Max Carter, vicepresidente del departamento de arte de los siglos XX y XXI.

SUCESIONES ARTÍSTICAS. Paul G. Allen fue un emprendedor visionario y como Gates, con el que fundó en 1975 la tecnológica, multimillonario y filántropo. Tras el deslumbramiento que le produjo una visita a la Tate Gallery de Londres, donde descubrió las marinas de Turner y el rabioso pop de Lichtenstein, dedicó buena parte de su carrera al emprendimiento cultural. Inauguró el Museo de la Cultura Pop, en 2000, en un edificio diseñado por el arquitecto Frank Gehry en Seattle, o el instituto de investigación científica que lleva su nombre, especializado en neurología e inmunología, también en Seattle, una ciudad que contribuyó a dinamizar con sus inversiones y donde financió proyectos de arte públicos y artistas locales. Allen también fue propietario de varias franquicias deportivas, incluidos los Seattle Seahawks.

A mediados de mayo, la liquidación por Sotheby’s de la colección de arte del matrimonio Macklowe -una condición para firmar los papeles de un tormentoso divorcio- recaudó 922,2 millones de dólares, adelantando a lo se consguió por la venta de la del matrimonio Rockefeller, cerrada en 2018 por 832 millones. Ese mismo mes, Christie’s se apuntó otro tanto, 195 millones de dólares por una sola obra: una serigrafía de las numerosas versiones del retrato de Marilyn Monroe por Andy Warhol, superando la cotización no solo de cualquier otro artista estadounidense, sino también el récord mundial pagado por una obra contemporánea, que ostentaba hasta entonces Mujeres de Argel (1955) de Picasso, vendido por 179,5 millones en 2015. Hasta que la subasta de la colección Allen ha dejado ambos récords en nada.

NO LAS VE NADIE. A pesar de que Allen era un promotor de la exhibición pública del arte, después del remate, es más probable que muchas de las “obras maestras” de Allen, certificadas como tales por sus enormes precios, pasen las próximas décadas más escondidas en yates e islas privadas de multimillonarios que a la vista de todos en las paredes de los museos.

La semana pasada, miles de neoyorquinos esperaron en filas interminables para contemplar las posesiones de Allen en Christie’s, quizás porque sabían que podría pasar media vida antes de que tuvieran otra oportunidad de ver a la mayoría de ellas.

El dinero recaudado en la subasta se destinará a organizaciones benéficas selectas, aún no identificadas por el patrimonio de Allen. Y eso en sí mismo es una prueba de que Allen puede no haber valorado sus tesoros tanto como podríamos pensar. Muestra, por definición, que valoraba el dinero que sus obras de arte podían aportar a buenas causas más que el placer y el conocimiento que podían aportar a los futuros visitantes del museo, si hubiera dejado todo el tesoro a la Galería Nacional o al Museo Metropolitano o incluso a el Museo de Arte de Seattle en su ciudad natal, en el tipo de legado que era común para los magnates en tiempos pasados.

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