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Joaquín Lalanne, un artista uruguayo con una obra que se está viendo en todo el mundo

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Joaquín Lalanne

Entrevista

Lalanne tiene una exhibición en Cadaqués, un libro celebrando 10 años de su primera muestra individual y empieza a recorrer el circuito de las ferias de arte.

Joaquín Lalanne
Joaquín Lalanne. Foto: Leo Maine.

Ya han pasado más de 10 años desde que el uruguayo nacido en Argentina, Joaquín Lalanne, quien ahora tiene 32, se decidió a que su vida iba a estar dedicada al arte. Se instaló en Cadaqués, la ciudad catalana tan vinculada a Salvador Dalí e hizo lo que hacen los artistas: se puso a trabajar.

Desde entonces no ha parado de hacerlo y de evolucionar en una obra que vincula el arte clásico, el barroco, el surrealismo y el arte pop y que no se tienta con eso de esconder sus influencias. De hecho están ahí explícitas en los propios cuadros (o esculturas) con sus imágenes de latas de sopas Campbell, Popeyes y ratones Mickey, retratos de filósofos, reconstrucciones de hechos históricos y toda una galería de recursos que Lalanne, quien pinta todo lo que se ve en sus obras, ya puede presentar como un universo propio.

Y allí está él mismo, integrado a su obra en apariciones, en lo que se lo ve diminuto en el proceso de la creación ante tamaños antecedentes.

“Pasó de todo”, dice el artista mientras hojea 10 años, el libro que celebra la década desde su primera muestra en Cadaqués. “Imaginate”. Y repasa algunas cosas que, por lo menos, le pasaron en los últimos cinco años.

Joaquín Lalanne
"El sueño del pintor”, acrílico sobre cartón y uno de los cuadros de su actual muestra catalana

“En 2016 hice mi primera muestra en Uruguay en la Fundación Atchugarry, después expuse en Madrid y a principios de 2017 empecé a trabajar con la galería Zielinsky e hice una muestra en Barcelona”, repasa.

Ahí, dice, empezó otra etapa de su carrera. “Estaba acostumbrado a una muestra por año en la que se vendían todos los cuadros, pero con la galería empezamos a entrar en el circuito de las ferias”. Le cambió la dinámica y le permitió mostrar su obra en muchos de los principales encuentros de arte del mundo.

—¿Cómo es el mundo de las ferias?

—Es muy competitivo. Lo que descubrí es que el relacionamiento que tiene el coleccionista con tu obra dentro del marco de la feria es muy distinto al de una galería: es un recinto con 20.000 obras y vos llevás tres. Y hay algo en la percepción visual que ha cambiado en los últimos 10 años con toda la tecnología y la hiperabundancia de imágenes en la sociedad. Y lo que sí confirmé es que siempre hay que esforzarse al máximo porque es un mundo muy competitivo.

—¿Te sentiste cómodo?

—Yo estaba muy cómodo porque en Cadaqués había establecido como un relato, estaba dentro de esa historia, por lo que salir fue difícil. Pero hay que aprender rápido porque se te pasa la vida, se te pasa todo.

—¿Y cómo cambió ese salto tu obra?

—Yo quiero hacer algo que sea entendible y que pueda verse descontextualizado en cualquier lado. Que no tengas que conocer Cadaqués o conocer a Dalí para que te guste. Quisiera hacer una obra universal, que hable de la historia del hombre. Con todo esto de la pandemia me hice preguntas que creo que son las de la filosofía, que es una disciplina a la que mientras pintaba le dediqué horas y horas haciendo cursos en YouTube. También leí mucha historia. Por ahí quiero ir ahora.

Como suele pasarle, el contacto con otras tradiciones artísticas fueron integradas a su obra. Un viaje a San Francisco, por ejemplo, se hace notar en algunos de sus trabajos más recientes.

“Cuanto estaba en el pico de la ola”, como él dice, llegó la pandemia. Y eso fue un nuevo desafío que lo obligó a replantearse muchas cosas.

“Me pregunté qué pintor quería ser”, cuenta. “A lo único que aspiro, de verdad, es a ser bueno y entonces decidí empezar por el principio”. Y eso fue hacer más de 350 bocetos en 60 días encerrado copiando a pintores, estudios de arqueología, de arquitectura italiana. “Este momento lo usé para dar un salto en mi vida”, dice. Lo hizo, confiesa, con rutina espartana.

En una de sus obras recientes, por ejemplo, aparecen el templo griego al lado de la Casa Blanca señalada por el ratón Mickey; más allá hay un centurión romano hablando con la Pantera Rosa; hay escenas de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra del Golfo; están las ruinas de Persépolis, Friedrich Nietzsche, el bisonte de las cuevas de Altamira y Jeff Bezos. Todos conviviendo en el mismo lienzo.

“Estoy contento porque nunca pensé que iba a ser otra cosa que no fuera pintor”, dice. “No sabría hacer ninguna otra cosa”.

Ahora, eso sí, su aspiración es ser “un gran pintor”. Y sabe que “para eso hay que laburar mucho pero que si no te planteás las respuestas correctas, no se alcanza eso”.

Lalanne está en ese camino. Y lo hace trabajando y cuestionando.

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