El jueves a la noche, después de Subrayado, se estrenó en Canal 10 la nueva temporada del ciclo Uruguayos en el mundo, que conduce Rafa Cotelo.
El comunicador, que ha estado al frente del ciclo en los últimos años, conversó con Sábado Show sobre su rutina intensa, entre La mesa de los galanes de Del Sol, y Uruguayos en el mundo y Sonríe, te estamos grabando que se emiten por el 10, también habla de la logística familiar que sostiene su vida laboral, su vínculo con la murga, y esa ansiedad permanente por el futuro en los medios.
Rafa Cotelo está en la oficina, esperando a que su hija salga del teatro. “Los días que estoy con las nenas todo es una ingeniería logística que no es sencilla. Esta semana es más fácil porque tengo una en el exterior y las otras están sin clases, pero cuando hay clases es todo un quilombo”, comenta el también integrante del equipo en La mesa de los galanes de Del Sol, y parte del trío de conductores de Sonríe te estamos grabando de Canal 10, junto a Jorge Piñeyrúa y Noelia Etcheverry.
—La mayor ya cumplió 18, ¿no?
—Sí, ya está en la facultad, trabaja… es increíble. Y con la del medio, hace un rato en una tanda de La mesa de los galanes, hice una videollamada porque se fue a Nueva York en viaje de quinceañera. Está copada allá, feliz.
—Grandes y responsables. ¿A quién salieron?
—A las mamás, seguro. Yo tengo un gran talento para elegir mamás, casi tan grande como la incapacidad de ellas de elegir papá. ¿Qué se le va a hacer? No, en serio. Tengo una bendición. Las madres de mis hijas son lo más grande que hay. Son unas fenómenas. Y yo soy un desastre.
—¿Cómo fue la logística familiar cuando te fuiste a grabar Uruguayos en el mundo? Porque estuviste bastante tiempo afuera.
—Sí, fue salado. Este año tuve otros viajes y voy a tener más, pero ninguno tan largo. El año pasado grabamos Uruguayos en el mundo, después Por la camiseta, después Copa América… es bastante común que me ausente bastante del país. Y la única forma en que eso se sostiene es por la ferocidad de esas madres. Mis padres también son abuelos incondicionales, están todo el tiempo, pero ese peso cotidiano tan hermoso y agotador recae sobre las madres. Siempre entendí eso. Yo disfruto de los beneficios de este laburo, pero muchas veces los perjuicios los pagan ellas.
—Imagino que hasta las relaciones personales son complicadas con ese ritmo.
—Mirá que esto no es humo. Es real. Vos estás en Chicago o Nueva York y llamás, y te dicen: “Estoy retirando del club a una, la otra tiene cumple, me olvidé de ponerla en el colectivo, tengo que volver”. Y vos pensás: “¡Pobre mamá! Perdón, perdón, gracias”. Es salado lo que hacen.
—Pero también está salado lo que hacés vos. Estás en todos lados.
—Sí, pero eso responde más a las características del laburo, a la dimensión del mercado, a necesidades personales y a circunstancias. Si tengo algún mérito, será la capacidad de laburo. Trabajo muchas horas todos los días y lo hago con gusto.
—¿Lo vivís así, como un trabajo que te gusta más que como sacrificio?
—Totalmente. Eso de que “si trabajás en lo que amás, no trabajás más”, tiene algo de cierto. Me encantan mis trabajos, todos. Incluso cuando grabamos en Chicago con 20 grados bajo cero… estaba con dos amigos, Fabri y Fede, conociendo historias increíbles. Como la de una uruguaya que fue allá para darle un futuro mejor a su hija con autismo severo. Entonces, ¿qué me voy a quejar del frío?
—Además, no solo entrevistás a uruguayos desconocidos en el mundo, sino también a famosos acá. Jugadores, artistas, políticos…
—Sí, y cada microkiosquito de esos me da muchísimo más de lo que yo aporto. Económicamente también, ojalá no lo lea quien me paga. Pero sobre todo a nivel humano, de intercambio. Tengo la posibilidad de hablar con gente muy interesante, y encima en un tono descontracturado, sin meter púa. Nunca fue mi estilo hacerlos pisar el palito.
—Es un estilo que te ha mantenido más de 20 años en los medios.
—Puede ser, aunque trato de no forzar ningún estilo. A veces tengo inquietudes más profundas, pero si estoy en Sonríe, por ejemplo, donde el objetivo es que el invitado la pase bien y repase su carrera con cariño, no voy a meterle cizaña. El respeto y el afecto son parte del trato.
—Eso se nota en cómo tratás a tus entrevistados.
—Es algo que también aprendí del otro lado. Cuando empezás, por timidez o admiración, marcás distancia. Pero cuando referentes te devuelven con confianza y te tratan de igual a igual, entendés que lo más lindo es generar una comunicación afectuosa y horizontal. No importa si el invitado es conocido o no. Me interesa qué siente, qué miedo tiene, cómo lo vivió, qué habla con su familia… eso.

—¿Seguís teniendo esa ansiedad que alguna vez dijiste, de que todo esto en algún momento se termina?
—No solo no la superé, sino que cada vez es mayor. Porque esa sensación parte de la premisa de que muchas veces el final no lo decidís vos, sino el mercado. Siempre siento que falta un día menos para que eso llegue. Pero he tratado de que no se transforme en angustia paralizante. Porque si no, te inmovilizás. Entonces, capaz que sí, falta un día menos, pero mientras dure, yo sigo haciendo.
—¿Y pensás en qué harías después?
—Me genera más ansiedad por el lado económico que por el tiempo libre. Tengo tres hijas, entonces el sustento me preocupa. Tiempo libre he tenido poco, pero confío en que tengo intereses que me gustaría desarrollar cuando lo tenga. Pero el miedo concreto es que un día te digan: “Rafa, gracias, pero no contamos más contigo”.
—Además de estar las tardes al aire en la radio, estás en Sonríe todos los miércoles a la noche en Canal 10, ¿cómo altera eso la rutina familiar?
—De nuevo, es la ingeniería familiar. Solo posible gracias a las mamás de mis hijas, con quien repartimos el tiempo. Siempre están más condicionadas por mis horarios que por su voluntad. Y eso es un acto de generosidad que nunca voy a poder agradecer lo suficiente. Yo los miércoles grabo de noche, pero eso implica que los jueves, viernes… todo cambia. Lamentablemente, las condiciones las termino imponiendo yo por el laburo.
—Te cambio de tema. Ahora que La Catalina amagó con volver a salir, ¿te dan ganas de volver al carnaval?
—¡Ganas tengo siempre! Mucho más si sale la Catalina. Para mí el carnaval es lo que más me gusta, junto con la radio. Pero nunca es por falta de ganas que no salgo. Por ejemplo, con Uruguayos en el mundo llevo dos años seguidos viajando el 10 o 11 de enero a grabar. Y si todo sale bien, el año que viene también estaré viajando. Así que si puedo salir en murga, es porque no salió el programa. Pero si puedo, quiero estar en la Catalina.
—Y hay algo muy fuerte con ese grupo, con ese escenario.
—Tiene mucho que ver con el tiempo compartido y con el origen. Hay un registro emocional de esos espectáculos. Cuando me reencuentro con la murga es esa sensación de que todo está en su lugar. A veces alguien se me acerca y me dice “¡Hacés falta!”, y yo pienso: “No, está mejor ahora”. Pero quedó el recuerdo, ¿viste? Y eso pesa. Me llena de orgullo lo que hacen. Los veo y pienso: “¡Qué cracks!”. No puedo creer que sean mis amigos.
—Y con amigos es con quienes trabajás todo el tiempo.
—Sí, y eso lo disfruto mucho. Pero lo que más me gusta es que mis hijas lo vean. Porque los niños aprenden más de lo que uno hace que de lo que uno dice. Y ellas ven que se puede trabajar con amigos, de forma colectiva, con confianza, con discusiones también, pero eligiendo siempre trabajar entre amigos. Y eso, para mí, es la felicidad.