Se llama Pablo Mallo pero es más conocido como Macu, apodo con el que se hizo un lugar en el mundo del tatuaje. A fuerza de talento, perseverancia y mucho barrio, el artista oriundo de Villa Española, llevó su arte a las celebridades, futbolistas y convenciones internacionales.
Desde su estudio, Macu recuerda sus comienzos, sus influencias y comparte las claves para abrirse paso en un rubro muy competitivo. En charla con Sábado Show reconoce los sacrificios, se ríe de sus apodos y habla del camino del artista que, sin dejar de lado su esencia barrial, logró posicionarse en las grandes ligas del tatuaje.
—Sos de Villa Española, ¿cómo fueron esos primeros pasos en el mundo del tatuaje?
—Sí, yo soy de Villa Española, de toda la vida. Arranqué más o menos en 2010. Empecé como arrancan muchos: en el barrio, tatuando a los amigos. Era algo que se daba muy naturalmente. Yo siempre estaba con el tema del dibujo, del arte, y era lógico que, cuando empecé a meterme en esto, los primeros en confiar fueran los gurises del barrio. Algunos quedaron contentísimos, otros no tanto… pero bueno, son gajes del oficio. Igual, eternamente agradecido con todos los que se dejaron tatuar en esa época en que uno apenas estaba empezando.
—¿Qué fue lo que te motivó a meterte en ese mundo?
—Fue un amigo, que empezó antes que yo. Siempre me insistía: “Dale, arrancá conmigo, que después abrimos un estudio juntos”. Era esa charla típica de amigos que se ilusionan con armar algo. Él empezó, yo miraba, y me empezó a gustar. Yo dibujaba desde chico, ya venía con eso. Él me tatuaba con mis diseños, y un día decidí comprarme la máquina. Así arranqué. En ese momento trabajaba con mi viejo, en la empresa familiar. Estuve como cinco años trabajando y tatuando al mismo tiempo, tratando de equilibrar las dos cosas, porque en Uruguay al principio es imposible vivir solo de tatuar.

—¿Dónde trabajabas?
—Con mi padre, en La Serenísima. Él tenía un reparto, y yo era su empleado. Salíamos juntos a repartir. Pero en 2014 ya tenía bastante trabajo como tatuador, y decidí dejarlo. Le dije a mi viejo que quería dedicarme de lleno a esto. Obvio que no le cayó muy bien, porque era su empresa, su laburo de años, pero me entendió. Yo ya sentía que el tatuaje era lo mío, era lo que soñaba hacer.
—Y de ahí en adelante no paraste de tatuar…
—Exacto. No paré. En ese momento ya tatuaba a Clarisa Abreu, por ejemplo. Éramos amigos y salía en los diarios con mis tatuajes. Eso empezó a generarme visibilidad. Después vinieron más personas conocidas. Lo que pasa es que yo no soy muy cholulo, nunca me gustó mucho figurar o andar mostrando por redes. Hoy en día me doy cuenta de que es necesario, porque las redes validan. Si ven que tatuaste a un famoso, te buscan más. Es así.
—¿Cuán difícil es hacerse un nombre en el mundo del tatuaje uruguayo?
—Es complicado como todo. Siempre hay gente que no te quiere ayudar, que te tira para atrás, que tiene envidia. Siempre hay obstáculos. Pero si vos sabés lo que querés y no te desviás, de a poco te vas metiendo. Con el tiempo aprendí que no le vas a gustar al 100% de la gente. Es imposible. Pero si tu trabajo habla por vos, vas a crecer igual. Yo al principio estaba tatuando siempre en el barrio, y mi exnovia -Lucía, que tenía un apellido muy conocido- me decía que tenía que salir de ahí, que valía mucho más mi trabajo que lo que estaba cobrando.
—¿Y cómo fue esa decisión?
—Difícil, pero acertada. Ella me convenció de que no podía seguir tatuando a gente que me debía plata, que no pagaba lo que realmente valía lo que hacía. Entonces me mudé a Tres Cruces con ella. Y fue un cambio enorme. Muchísima gente me empezó a escribir para tatuarse, gente que me decía: “No iba a tu casa porque era en Villa Española y me daba miedo” o “Mis padres no me dejaban ir”. Eso fue muy loco. Al mudarme, me di cuenta de que no era solo el talento, era también el lugar.
—Y ahí empezaste a despegar más.
—Sí, ahí fue cuando se empezó a dar otra cosa. Me hice amigo de jugadores de fútbol, ellos me recomendaban, se generó una cadena. Eso fue como en 2016 o 2017. Y ahí empecé a tener una cartera de clientes más grande y más variada.
—Tu técnica es muy reconocible, ese realismo en blanco y negro. ¿Siempre fue tu estilo?
—Sí, desde el principio. Siempre fui con el realismo. El color lo hice, sí, en algunos trabajos, pero nunca me sentí cómodo. Lo mío es el black and grey. Siempre quise perfeccionarme en eso. Quiero ser el mejor. Y ojo, todavía estoy aprendiendo. Esto es así: siempre hay nuevas técnicas, materiales mejores, maneras nuevas de trabajar para lograr más realismo. Nunca terminás de aprender.
—¿Quién fue el primer famoso que tatuaste?
—Fue al Cachila Alias, que en ese momento jugaba en Defensor. Después vinieron otros, como Adrián Colombino, cuando estaba en Danubio, “La Joya” Hernández, Marcelo Zalayeta… Se fue dando todo medio natural. Después viajé a Argentina, y ahí tatué a Joaquín Correa, que jugaba en el Inter en 2022. Hasta hoy seguimos en contacto. Con el Kun Agüero estamos medio en tratativas. Él a veces puede, yo no. Es complicado, pero estamos ahí.
—Y eso te llevó también a otro tipo de reconocimiento, el internacional.
—Sí. Gracias a Alejandro Rey, que organiza muchas convenciones, pude participar en eventos importantes, en Brasil y Argentina donde gané algunos premios. Incluso me invitaron a Shanghái, a una de las convenciones más grandes del mundo. Al principio pensé que era un chiste, pero no: me mandaron un mail con todo. Fui corriendo al local y les pregunté si era real. Me dijeron que sí. Me daban el stand, pero tenía que pagar pasaje y estadía. Hice cuentas y eran como 15 mil dólares. Me dolió, pero no se podía ir.
—Y aún así seguís creciendo. ¿Tenés tu propio local?
—Sí, en 2020 abrimos Círculo Casa de Tatuajes con tres cracks: Matías Ederri, Pablo Sequeira y Matías Lawlor. Justo en plena pandemia. Todo el mundo nos decía que estábamos locos, que cómo íbamos a abrir un estudio cuando estaban todos cerrando. Pero para nosotros era el momento. Hasta el día de hoy el estudio sigue abierto, con mucho laburo.
—¿Y el apodo “Macu”? ¿De dónde viene?
—De chico, mi amigo Joaquín me decía “Macuca”. Tenía 7 u 8 años. Viste esos apodos que nacen en el barrio y no sabés ni de dónde salen. Me presentaban como Macuca y sonaba a que había salido del Comcar. Después, en el liceo, mi amigo Matías Mato me empezó a decir Macu, me gustó más. Cuando me mudé a Tres Cruces, conocí a otra gente, otro ambiente, y algunos me decían “Mac”, ya más yankee. Pero la mayoría me conoce como Macu. Si alguien dice “Pablo, el tatuador”, nadie sabe quién es. Me conocen por Macu desde siempre.